Por Jesús Fuentes Lázaro. El Digital de Castilla-La Mancha
Esta es una narración para niños, pero que puede ser leída por los mayores con igual provecho. Y, aunque ocurre en un lugar remoto, como todo lo que es fabuloso, la globalización y la disolución de fronteras nos permiten conocer acontecimientos hasta de países de fantasía.
El cuento que cuento lo han contado ya otros, sólo que ampliado. Trata sobre Teodorín, el hijo mimado de su padre, el llamado a sucederle al frente de sus grandes empresas. Su vida y andanzas están siendo divulgadas por las investigaciones de las policías de Francia y EE.UU, que no quieren que se mantengan en el olvido. Teodorín es un niño cuya vida debe ser conocida.
Dispone de grandes mansiones en diversos países, como prueba de su internacionalidad. Según ha contado un exempleado –probablemente empujado por el rencor, que es lo único de lo que disponen los exempleados– "hacía la misma vida en Brasil, París o California: putas, alcohol y coca".
Posee otras grandes cualidades. Una de ellas es la de guardar el dinero –petrodólares- en bancos de diferentes países. ¡Es un ahorrador! Tal virtud le confiere la condición de marido ideal –si quisiera casarse– de una niña ahorradora que tenga una madre igualmente ahorradora.
Tanto las virtudes públicas como las imperfecciones privadas son heredadas de papá (no debe decirse papa, sin acento, que suena a poco cultivado). Sabido es que es un emprendedor empedernido, cuyas habilidades ha traspasado no solamente a su hijo predilecto, sino al resto de la prole y a los primitos.
Cuentan que si haces buenas migas con el papá de Teodorín hasta te puede regalar una isla de ese país de fábula. Las islas últimamente no las quiere nadie. Para que se construyan en ellas, eso sí, hoteles de lujo, spaas de superlujo, campos de golf de lujo, embarcaderos de superlujo. Todo y cuanto se relacione con el lujo. Alguien ha comentado, aunque seguro que es falso, que por los territorios del papá de Teodorín andan El Pocero y otros conocidos.
