lunes, 17 de mayo de 2010

La Presidencia vitalicia como “enfermedad” africana





La Presidencia vitalicia como “enfermedad” africana
Por Howard W. French/International Herald Tribune


EN los meses previos a su muerte en 1993, a la edad de 88 años y después de 33 años en el poder, al Presidente de Costa de Marfil, Felix Houphouet-Boigny, le gustaba repetir una fórmula que había anunciado públicamente ante su nación.




“Un rey de los baoule no tiene derecho a conocer la identidad de su sucesor”. Houphouet-Boigny puede haber pertenecido a un linaje real, pero los críticos dijeron que parecía olvidar que los baoule eran uno de los cerca de 50 grupos étnicos del país y que era Presidente de un sitio que buscaba ser moderno.

Pocos se engañaron con la verdadera intención del líder de gobernar como Presidente vitalicio. Lo que pasó después ha sido realmente sombrío. El país más próspero del África occidental ha sido desgarrado por una guerra civil cuyas raíces se afincan en las cuestionadas circunstancias de la sucesión de Houphouet-Boigny, y el viejo régimen ha sido reemplazado por un autoritarismo depredador.

Si desalentadores libretos africanos como éste se limitaran a Costa de Marfil, pocos lo lamentarían. Por desgracia, la confusa y anunciada historia de la sucesión en Costa de Marfil ha pasado a ser una narrativa prevaleciente en gran parte del continente. Con creciente frecuencia, los líderes conspiran para modificar las reglas que determinan la transferencia del poder para seguir todo lo posible y, en un giro cada vez más común, están posicionando a sus hijos para que asuman las riendas. El último país que ha sido visitado por esta crisis es Nigeria, la nación más poblada del África y uno de los diez mayores exportadores de petróleo del mundo. Caminó por la cuerda floja los últimos seis meses cuando su Presidente elegido Umaru Yar’Adua (murió la semana antepasada) desapareció de la vista pública para tratarse una serie de enfermedades.

Durante la mayor parte de ese período estuvo hospitalizado en Arabia Saudita y en silencio, excepto por unas pocas palabras murmuradas por la BBC para desmentir los rumores de que había muerto o estaba en coma. Ostentosamente destinada a tranquilizar al público, la minientrevista de Yar’Adua no sirvió de nada. A los nigerianos y diplomáticos extranjeros les preocupaban por igual las maniobras no del Presidente, sino de sus operadores, que parecían decididos a impedir la transferencia constitucional a su vicepresidente Goodluck Jonathan, que ejerció durante varios meses como Jefe de Estado, pero con poderes limitados, un gabinete, una burocracia y, posiblemente, con fuerzas de seguridad, reacios a su liderazgo.

Éstos son tiempos vulnerables para Nigeria. Lo más peligroso no estuvo, sin embargo, en el vacío de poder. Tal como en Costa de Marfil, las sucesiones predecibles y no resueltas invitan a la polarización étnica y a un incremento de la competencia por otras líneas de identidad, desde las geográficas a las religiosas y lingüísticas. La Presidencia nigeriana se ha rotado entre los del norte (predominantemente musulmanes) y los del sur (que suelen ser cristianos). En Nigeria significó que las elites del norte se alarmaran por perder su “turno” en la Presidencia con la desaparición, antes del fin de su mandato, del nortino Yar’Adua y su reemplazo por el sureño Jonathan. Los nigerianos habían recorrido antes ese camino. Su conflicto civil, la guerra de Biafra (1967-1970), es uno de los peores episodios de políticas identitarias violentas en el África de la posindependencia. “Aquí, la patología es el fracaso de las elites en transferir su lealtad desde las identidades precoloniales al Estado poscolonial”, dijo Bakau W. Mutua, decano de la Escuela de Derecho de la Universidad de Buffalo.

Aunque la guerra es la consecuencia más espectacularmente costosa de las apañadas transiciones presidenciales en África, dista de ser la única en lisiar el desarrollo del continente. Más común que la guerra civil, y sin embargo silenciosamente devastadora debido a su atrofia del Estado, el amiguismo y la corrupción, es la Presidencia vitalicia. Pese a que pocos la han abiertamente proclamado desde los días de Idi Amin en Uganda, se ha convertido en la búsqueda virtual de tantos jefes de Estado africanos que figura hoy como casi un estándar.

Entre 2005 y 2009, los presidentes de tres países africanos, Togo, Guinea y Gabón, murieron en el cargo tras 104 años acumulados en el poder; dos de estos líderes, Omar Bongo, de Gabón (42 años) y Gnassingbe Eyadema, de Togo (38 años), fueron sucedidos por sus hijos.

Analistas políticos dicen que escenarios similares podrían darse en países tan diversos como Egipto, Libia, Guinea Ecuatorial y Burkina Faso, donde líderes africanos que gobiernan por largo tiempo parecen estar preparando a sus hijos para sucederlos. “Lo que estamos viendo es lo que ocurre en lugares donde la única manera de hacerse rico o seguir siendo rico es mediante el poder político”, dijo Patrick Keenan, académico de la Escuela de Derecho de la Universidad de Illinois. “No tiene que ver solamente con riqueza de recursos, sino con la riqueza en general. La gente de estos regímenes se aferra al poder por una buena vida”


Fuente: http://www.lanacion.cl/la-presidencia-vitalicia-como-enfermedad-africana/noticias/2010-05-16/193233.html