El dictador Obiang todavía llevaba el susto en el cuerpo tras el fulminante ataque contra su guarida en Malabo por un misterioso grupo armado, cuando el rey Juan Carlos se encontró en Miami con un importantísimo enviado de Obama. Según las crónicas, ambos hablaron de Irán, Irak, Oriente Próximo y Afganistán pero no hubo ninguna mención a los últimos eventos ocurridos en Guinea Ecuatorial. Pocos días después, la secretaria de Estado Hillary Clinton recibió en Washington al ministro Moratinos pero –de nuevo– si hablaron de Guinea el asunto quedó eclipsado por las extensas informaciones sobre los planes de reparto de los presos de Guantánamo.
En este tipo de encuentros de alto nivel, los políticos tienden a hablar de aquellos asuntos en los que hay más intereses en común, y qué menos que con la enigmática invasión armada aún caliente, hubiese un intercambio de opiniones sobre la delicada situación que vive la pequeña ex colonia española. Desde los años noventa, este pequeño país –que flota sobre una descomunal riqueza energética–, se ha convertido en el epicentro de ese área del África occidental, que la política americana señala como zona de alto valor estratégico para sus intereses. Intereses de alta prioridad como corresponde a un proyecto que, además de su valor económico, tiene desde el 11-S un hondo calado político: convertir los pozos de esa parte de África –en la que se concentran el 10% de los recursos petroleros mundiales–, en la alternativa con la que librarse de la dependencia del crudo del Golfo Pérsico. Pese a su importancia estratégica, a la opinión pública española se le viene inculcando con mucha alevosía y premeditación que Guinea no es importante; esa es la fuerza de los amigos de Obiang en España.
Seamos optimistas y demos por bueno que tanto James Jones como Hillary Clinton, estuviesen en vilo por ponerse al tanto de la opinión de la España de Zapatero sobre los grandes conflictos del momento. Si hay algún punto del planeta sobre el que España puede –a pesar de su extrema debilidad actual– hablar con la autoridad y peso, es Guinea Ecuatorial. Es de esperar y desear que los americanos se interesasen en sus conversaciones con los españoles por la opinión del Rey Juan Carlos, que conoce a Obiang desde los tiempos en que Guinea formaba parte de España como provincias de Fernando Poo y Río Muni y el futuro dictador cursaba estudios militares, siguiendo su ejemplo, en la Academia de Zaragoza. Y puestos a hablar de amigos, qué menos que el ministro Moratinos –que tantas molestias se ha tomado para ocultar los crímenes de la dictadura de Obiang y por engañar a la opinión pública española sobre el supuesto rumbo democratizador de una tiranía asesina–, intentase recabar información de quienes ahora, gracias a la posición de dominio en la extracción del crudo guineano, son los que de verdad influyen en Malabo. Nada de esto parece haber ocurrido.
Mientras aquí callamos, se sigue sin aclarar la identidad del grupo que en un complejo operativo desembarcó en la isla de Bioko y, desafiando los sofisticados dispositivos de vigilancia y las guardias mercenarias que Obiang mantiene con sus petrodólares, desvalijó la caja fuerte presidencial y se volvió a marchar haciendo una aparatosa exhibición de estar en condiciones de volver a repetir la jugada en cuanto se lo proponga. También persisten los interrogantes sobre cuál va a ser la reacción del presidente Obama ante este nuevo recordatorio de que entre los asuntos pendientes de su Administración en lo referente a política exterior está el desarrollo de una acción que apueste por la democratización, el buen gobierno y la garantía del respeto a los derechos humanos en África, como palanca de cambio hacia un despegue económico que asegure la paz y la estabilidad.
El presidente Bush ya dio los primeros pasos en esa dirección. El esfuerzo requerido por el atolladero iraquí y la resistencia de los muchos amigos que los cleptócratas suelen cosechar a golpe de talonario –también en Estados Unidos–, le obligaron a dejar este frente en un segundo plano mientras la piratería y los grupos guerrilleros en el Delta del Níger –a tiro de piedra de la isla de Bioko– han puesto en un brete la producción petrolera de Nigeria.
Aunque Obama siga teniendo como prioridad número uno Oriente Próximo, la explotación electoral de sus raíces africanas ha creado muchas expectativas tanto en Estados Unidos como en África. Su acción en este continente se ha convertido así en una prueba de fuego para sus promesas de revolución política. Un lugar tan manejable e importante como Guinea Ecuatorial se presta para mover ficha con poco riesgo y grandes resultados ejemplarizantes. España tiene ahí un papel que jugar. Pero mucho nos tememos que los amigos de Obiang en España lo saben y prefieren que no se hable de ello.