Por Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del
Progreso de Guinea Ecuatorial
Los regímenes totalitarios, absolutistas, tiránicos y satrapías de toda índole, tienen la fatal característica de dejar tirados a sus más fieles seguidores. No es de extrañar, obviamente. Si solo miran por sus intereses es más que dudoso que quieran trabajar por el bien común.
Estos días estamos asistiendo a
cómo se va desmoronando la estructura de poder creada por el dictador. Se
intenta, de todas las formas posibles, legitimar a un sucesor en el que no
creen ni los de su familia. La situación se complica y es más que posible que,
cuando la cabeza deje el puesto, todo el andamiaje se caiga como un castillo de
naipes. Los que pueden huir lo harán. Ya son muchos los que están abriendo
casas y mandando a familias enteras al extranjero por que ven peligrar su corrupto
tren de vida. Los sicarios, los que creen que pueden medrar en estas aguas
revueltas de un régimen agotado, ofrecen sus servicios a cambio de un buen
precio y para este tipo de gentuza el caos y el desorden es su hábitat natural.
Es difícil que los dirigentes,
por llamarlos de alguna manera, consideren la opción de la negociación. Cada
día que pasa son más prescindibles. Casi nadie les tiene en cuenta ya. Han
perdido la oportunidad de abrir un debate, una negociación que facilitará la
transición a la democracia. El tiempo de alcanzar acuerdos ha expirado y ya
solo hay que observar el contador para ver que esto se acaba y ya no hay quien
lo pare.
Hace años tuve que vender mi
empresa porque había finalizado esa etapa de la vida y quería iniciar un nuevo
proyecto. Tenía comprador, pero no estábamos de acuerdo. Yo la vendía por un
precio que mi contraparte consideraba excesivo y por mi parte, su oferta me
parecía insuficiente. Si no nos hubiéramos sentado a negociar, yo no habría
vendido mi negocio y él no lo habría adquirido de ninguna manera. Tardamos
tiempo hasta llegamos a un acuerdo y hoy puedo decir que ganamos los dos. Esa
es la razón de sentarse a hablar razonablemente.
Con un ladrillo jamás llegarás a
un acuerdo. Es inútil.
Algunos de mis compañeros, que
tienen contactos con miembros de la dictadura, me comentan que son muchos los
que se expresarían con libertad si no estuvieran tan vigilados, reprimidos y
fiscalizados. Los más radicales son los que ahora gozan de la palmadita en la
espalda del jefe, cuando saben que serán los primeros que abandonará la familia
del dictador cuando se acabe el tiempo.
Otros, por el contrario, ponen una vela a Dios y otra al diablo, por si
acaso.
Hace unos días estuve viendo el
reportaje de la televisión guineana sobre la llegada al puerto de Malabo de un
buque de la marina norteamericana. Las entrevistas que hicieron eran más bien
protocolarias, pero hubo unas palabras del jefe de los marinos americanos que
me llamó la atención.
La misión de este encuentro era
las de un ejercicio rutinario para formar a los militares guineanos en las
maneras modernas de entenderse y de proceder adecuadamente. Habían programado
actividades lúdicas y de hermanamiento entre los militares de ambos países.
Pues bien, el responsable del contingente norteamericano puso especial énfasis
en que lo que más le importaba era saber con quién hablaban cuando cogen el
teléfono en el otro lado.
Las distintas embajadas, con
algunos diplomáticos tengo buenas y fluidas relaciones, tienen preparados planes
de contingencia porque saben que el tiempo se acaba y estos tarugos de
gobernantes son incapaces de garantizar un mínimo de seriedad. Me consta que
algunas cancillerías tienen sus personas de contacto con las que consultan y le
toman el pulso a la situación. Tienen más interés algunos países extranjeros
que la propia dictadura, más ocupada en desplazar al posible competidor que por
mirar por el futuro de Guinea Ecuatorial.
He llegado a la conclusión de que
el final llegará y les cogerá por sorpresa. No será porque no hayamos puesto de
nuestra parte. Es muy triste, pero es así. Nunca quisieron el bien para el
pueblo soberano. Han utilizado sus puestos de gobierno para hacerse ricos a
costa de la lucha por la supervivencia de todos los guineanos. Son una
vergüenza que hay que dejar atrás cuanto antes. Como siempre digo, está en
nuestras manos. El momento es delicado y no hay otra opción que salvar la
Nación de seres sin escrúpulos, capaces de las mayores atrocidades con el único
objetivo de perpetuarse en el poder y seguir robando los recursos que
pertenecen al país para su propio beneficio.
El círculo se va cerrando.