Recuerdo
las palabras de mi viejo maestro antes de las vacaciones de verano. Terminaba
así la escuela para llevarnos al instituto.
El maestro se apoyó en la mesa y
miró a toda la clase de la que se iba a despedir para siempre:
“Vosotros os
vais al instituto y yo me jubilo, queridos discípulos” dijo, como el que va a
coger un tren hacia un destino lejano y prosiguió, “sed buena gente y no os
olvidéis de este sabio consejo: Nos os arriméis a una cabra por delante, a una
mula por detrás y a un tonto por ninguna parte” reímos como locos y salimos
corriendo de clase. Fue la última vez que vi al viejo profesor.
El recuerdo
tan vivo de aquellos años escolares viene a cuento pues saliendo del Metro, en
Madrid, me topé con un compañero de aquella clase, y que como otros muchos perdí la pista pues
mis padres, al terminar la escuela, decidieron cambiar de ciudad. La alegría
fue inmensa ¿Cuánto hace que no nos vemos? Casi dijimos al unísono al tiempo
que nos fundíamos en un fraternal abrazo… ¿cuarenta años, cincuenta, quizás?
Cómo pasa la vida.
Teníamos poco más de nueve o diez años cuando
nos despedimos y hoy, lo que son las cosas, nos volvemos a encontrar. Los dos
habíamos estudiado en las Islas Canarias aunque a muy temprana edad mi familia
se trasladó a la península y dejé mi infancia vagando suspendida en la bruma
que rodeaba el barco que nos llevó hasta Valencia. Hoy, con mi antiguo
compañero de clase, recordábamos aquel día que dejamos de ser niños para entrar
en el Instituto. Mi vida ha sido más o menos como la de cualquiera pero mi
amigo, de Guinea Ecuatorial, pasó de ser español a extranjero en su tierra y
vio como todo cambiaba para mal.
“Qué razón
tenía nuestro maestro”, me dijo recordando la anécdota del no arrimarse a un
tonto por ningún lado. Su vida era para escribir un libro. La mala suerte, la
fatalidad y la combinación de circunstancias y personajes sórdidos, habían
convertido Guinea Ecuatorial en una guarida de maleantes. El desorden con que
España se deshizo de la ex colonia dejó destrozada a una sociedad que empezaba
a alcanzar estándares de civilización moderna y avanzada. Los más “borricos” se
hicieron con el poder y desplazaron a las personas preparadas y eficaces. Los
violentos se impusieron a los educados y se forjó una corte de estúpidos que
expulsaron al exilio, en el mejor de los casos, a grandes personas.
Nos
sentamos en una terraza pues había mucho que de lo que hablar. Mi vida había
sido sencilla; terminé mis estudios, monté un pequeño negocio, me casé y mis
hijos han heredado lo que con paciencia y mucho esfuerzo hemos ido
construyendo. Mi amigo, mi compañero de la escuela, guineano, terminó sus
estudios superiores y trabaja para una multinacional con sede en Madrid. Cada
vez que ha viajado a Malabo o a Bata ha vuelto con el corazón roto y me dice
que siempre recuerda el sabio consejo de nuestro maestro.
Guinea
Ecuatorial es un pequeño país que abraza importantes yacimientos de petróleo y
sin embargo continua malviviendo o enfrentado a los caprichos del sátrapa
Obiang y su banda. Más de la mitad de la población ha tenido que exiliarse y
sobrevive fuera del país y la otra mitad convive con esta especie de monarquía
degenerada que aspira a perpetuarse en el tiempo, como si de inmortales se
trataran. A pesar de los años transcurridos, casi medio siglo, los dirigentes
presentan los mismos y grotescos rasgos de analfabetismo y “burricie”: sin
seguridad jurídica, ni una sanidad estatal mínima; sin educación de ningún
tipo; sin una clase media y menos aún sin capacidad para generar un tejido
productivo digno de tal nombre. La sociedad es básica y está basada en el
miedo, la discrecionalidad, la corrupción y la arbitrariedad.
Hablamos largo
y tendido de las posibilidades que tiene Guinea Ecuatorial y la comparábamos
con otras sociedades, incluso islámicas, como Kuwait o los Emiratos y no hay
puntos de comparación salvo en el número de barriles de petróleo que salan de
sus pozos pero poco más. Hasta los beduinos del desierto han desarrollado unas
sociedades infinitamente más prósperas que la que Teodoro Obiang Nguema es
capaz de soñar. Aún teniendo todo el dinero posible y más, son incapaces de
crear nada al tiempo que destruyen todo lo que tocan.
Mi amigo
guineano, guineo ecuatoriano, se desespera cuando habla de Teodoro Obiang y su
banda. No hay derecho a que teniendo todos los recursos la gente casi no sepa
ni leer ni escribir correctamente. La oposición al régimen sencillamente no
existe en el país y los exiliados viven en la diáspora, sin recursos,
amenazados y con muy pocas posibilidades de hacer entrar en razón al tirano.
Mi
compañero es un hombre muy preparado y así lo consideran en su empresa pero no
puede volver a Guinea Ecuatorial y menos aún postularse para emprender un
proyecto reformista que acabe con la situación que mantiene paralizado el país
y terriblemente empobrecido.
Este hombre
milita en la oposición, en la disidencia al régimen y me cuenta que lleva más
de tres décadas en el Partido del Progreso de Severo Moto.
La falta de
preparación de los guineanos es tan brutal que muchas de las formaciones
opositoras están controladas o infectadas por el régimen.
Teodoro Obiang ha
empobrecido todo lo que toca pues opina que nadie puede ser más listo que él y
claro, así las cosas, la situación no puede ser peor. Un reyezuelo tonto de
remate rodeado de una corte en la que se compite por ver quién es más idiota.
Este guineo
ecuatoriano me habla de la oposición al régimen de Obiang y se siente
esperanzado pues se ha roto esa tendencia de ascender al más bruto por la de
crear equipos capaces y eficaces que eleven la calidad de vida y creen una
sociedad preparada y exigente que haga de Guinea Ecuatorial un bonito sitio
donde vivir e invertir.
Severo
Moto, me comenta, se ha rodeado de intelectuales, empresarios, técnicos y
personas comprometidas con su país y con su gente. Este hombre no duda que el
cambio se va a notar tanto que se olvidaran de Obiang y su siniestra familia en
el plazo de muy pocos años.
Se necesita
formación, educación y enseñar a las personas a pensar por sí mismas y no a
pedir limosna. Lo que más le gustó de Severo Moto fue su proyecto de “Aulas
Democráticas” y que desde entonces no ha dejado de participar en las acciones
de este grupo opositor, según él, el más preparado frente a Obiang ya que, así
lo creen en el Partido del Progreso, podrían comenzar a organizar el país de
manera inmediata.
Antes de
despedirme de él, le pregunto que qué es lo que hace falta para que la paz y la
prosperidad lleguen a Guinea Ecuatorial y me dice que Severo Moto lo ha
resumido muy bien en una hoja de ruta que tiene tres puntos fundamentales:
1. Puesta en libertad inmediata de los
presos políticos y control sobre los mecanismos represivos del régimen.
2. Regreso en libertad y con garantías
de los exiliados.
3. Inicio de un proceso que culmine en
unas elecciones libres, democráticas y determinantes para comenzar con la
reconstrucción de Guinea Ecuatorial. Elecciones que han de estar monitorizadas
y controladas por organismos independientes e internacionales que garanticen la
limpieza del proceso y la libre expresión del pueblo de Guinea Ecuatorial.
Nos
abrazamos y quedamos para vernos más adelante. Me ha alegrado ver a mi
compañero de pupitre tras tantos años. Ojalá y ese país, Guinea Ecuatorial, que España abandonó a su suerte, recupere el
norte y sea un bonito lugar al que ir con toda la familia.