miércoles, 4 de febrero de 2015

LA SOCIEDAD DE LA TRANSPARENCIA


Juan José Laborda, El Imparcial.es 

Nos reunimos a comer en el Senado el grupo de amigos y amigas que nos interesan los asuntos de Guinea Ecuatorial. Hablamos de ese país, y al mismo tiempo nos fueron surgiendo las preocupaciones por la política española, pues al fin y al cabo estábamos en una de las dos Cámaras parlamentarias de nuestro sistema político. Las informaciones sobre Guinea Ecuatorial se anudaron, naturalmente, con las observaciones referidas a los partidos políticos y al clima electoral que llenan los informativos y las tertulias videopolíticas de este primer mes del actual año electoral.


Guinea Ecuatorial está atravesando un periodo de dificultades económicas. Sus ingresos fiscales dependen básicamente del petróleo, y como sucede en países productores, a la caída del precio se añade que el dinero fácil de otros tiempos de abundancia hundió su agricultura y su artesanía tradicionales. A esto se añade que las grandes obras públicas han endeudado peligrosamente a la República ecuatoguineana, y parece que la recesión este año alcanzará cifras negativas, afectando seriamente a la población, que siempre ha tenido una desigualdad social muy grande.

España tiene con Guinea Ecuatorial una vinculación histórica parecida a la que tenemos con Iberoamérica. Siempre he comparado nuestra relación con Cuba con la que tenemos con ese país africano, un islote de cultura española, cultura que se expresa con nuestra complejidad. Políticamente, Guinea Ecuatorial ha conocido como propios conceptos como “consenso”, “pactos políticos”, “amnistía”, y una serie familiar de términos, que el gobierno de Obiang, y su oposición legalizada, han intentado aplicar allí, pero sin resultados duraderos. Guinea Ecuatorial, como otros países que pasaron de la colonización a regímenes autoritarios, no ha llegado aún a poseer seguridad jurídica, y por lo tanto, las dificultades de la crisis pueden llegar a la fase de inestabilidad política, y ese es un riesgo evidente, como está ocurriendo en otras partes de África.

Si España no puede quedar al margen de la evolución de Cuba, tampoco debería estar ausente del futuro de Guinea Ecuatorial. Reitero mi opinión: sólo España y Estados Unidos pueden influir en ese país, sin que esa influencia perjudique sus intereses nacionales. Una afirmación así puede parecer equivocada o ilusa, pero si España no se hace presente, Estados Unidos -que seguro estará- ¿con qué otras naciones compartirá influencia en Guinea Ecuatorial? Véase el listado de países con intereses allí, y se comprobará que mi opinión es acertada.

Nos reunimos en el Senado para pensar en voz alta soluciones para Guinea Ecuatorial. Hacía poco tiempo que leímos en la página web del Ministerio español de Asuntos Exteriores y Cooperación su plan de prioridades en política internacional: Guinea Ecuatorial no está considerada como tal, y tampoco aparece citada como una de “las naciones de su comunidad histórica”(esas naciones cuya representación incumbe especialmente al Rey como símbolo del Estado, articulo 56 de la Constitución).

Aunque conscientes de nuestra poca fuerza, y a la vez de las grandes dificultades para atraer la atención de la sociedad y de los responsables políticos, intentaremos que Guinea Ecuatorial no se olvide entre los principales objetivos de nuestra política exterior. En ese sentido estuvimos de acuerdo en dirigirnos a los grupos parlamentarios de las Cortes Generales, y con su ayuda, sensibilizar al Ministerio de Asuntos Exteriores, y también al Instituto Elcano, para que incluyan a Guinea Ecuatorial como asunto urgente y digno de estudio.

El hecho de que no vimos a ningún parlamentario durante las tres horas que estuvimos en la Cámara Alta, nos afectó un poco en nuestra voluntariosa intención. Sin embargo, saludé a un buen número de funcionarios parlamentarios, desde policías hasta letrados. ¿Casualidad?, me preguntaron mis acompañantes, refiriéndose a las ausencias. Recordé mis últimas vivencias como senador. Después de una larga convalecencia, cuando sufrí un derrame cerebral, hacia 2005, un veterano senador me dijo que en mi despacho se hablaba todavía de política. Me sorprendió ese comentario. Según él, los senadores, más aún si pertenecían a la misma ideología, se habían vuelto reservados a la hora de expresar sus opiniones, y rehuían analizar los hechos políticos con los demás colegas. El “argumentario” les libraba de discutir ideas. El pensamiento se podía esconder, precisamente cuando la transparencia y el debate continuado son los elementos más apreciados en la política de nuestros días.

Me costó darme cuenta, pero más tarde comprendí que lo que faltaba, en comparación con el pasado, era la confianza. Un filósofo coreano, aunque profesor en Alemania y escribiendo en alemán, que se llama Byung-Chul Han, ha descubierto que cuando la confianza no existe entre los individuos de una sociedad, entonces esa misma sociedad exige como pauta la transparencia. Algo así está sucediendo entre nosotros. Cuando los ciudadanos desconfían de sus representantes, entonces se pronuncian en contra del secreto, y exigen que todos sus actos sean públicos y transparentes. ¿Hay alguna profesión que pueda desarrollar sus tareas con esas obligaciones? ¿No conduce la transparencia al espectáculo? Obligados a ser transparentes, a desnudar su comportamiento y sus decisiones, ¿dónde está el límite con la pornografía política? Byung-Chul Han advierte que la transparencia conduce a un nuevo totalitarismo.

De todo eso conversamos en un Senado que esa tarde estaba sin senadores.