domingo, 1 de febrero de 2015

EL TRÁNSITO A LA DEMOCRACIA


Por Juan Cuevas, Secretario de Formación del Partido del Progreso 

La caída de regímenes autoritarios de diverso signo y el advenimiento de regímenes democráticos en tantos lugares y circunstancias tan diferentes en las dos ultimas décadas, han constituido un desafío y una prueba de fuego para los diferentes pueblos que se han visto involucrados en los correspondientes procesos de transición a la democracia. Los procesos de transición en América del Sur, América Latina, primero y después, en el África negra (Sudáfrica) y en Asia (Filipinas y Corea del Sur), han supuesto una gran oportunidad para analizar los diferentes elementos que los  condicionan, las variantes que se han dado en función del tipo de sociedad en la que se ha llevado a cabo, las etapas por las que han transitado y finalmente, los resultados. Aquí es importante considerar que, al tratarse de nociones dinámicas (cambio, desarrollo, modernización y transición) se convierten en categorías observables en el continuum antes/después y por tanto los resultados son variables y a veces los que no se esperaban. Por lo que se puede concluir, que no todos los cambios políticos se deben desarrollar, o se han desarrollado, tal como los tenían planeados sus diferentes actores. A  veces han aparecido resultados híbridos o a la mitad de camino entre la democracia y la dictadura.

La transición a la democracia en cuanto que supone un proceso de transformación de las reglas y los mecanismos de participación y comportamiento, afectando tanto al ámbito institucional, como al político, al  económico-social y hasta al nacional-territorial, obliga a que ninguno de los  elementos que componen la sociedad puedan quedar al margen de este, por lo que se requerirá un amplio consenso, de las elites, de los estamentos políticos (partidos y asociaciones), de los agentes económicos-sociales,  de los militares, del clero y por último, de todo el conjunto de los ciudadanos. 

Hay que tener en cuenta que la transición es un campo subespecificado de propósitos, que son sólo esporádicamente convergentes, y que por tanto suscitará un lógico clima de esperanza, pero también de incertidumbre, propio de todo cambio de régimen. Tratándose de Guinea Ecuatorial, creo que este será el acontecimiento más importante y transcendente que puede vivir nuestro país después del de su propia independencia.

Un acontecimiento de tal envergadura y trascendencia para nuestro futuro no se puede improvisar. Requerirá de unos actores (políticos) con las ideas muy claras, unos objetivos bien predeterminados y la  meta -irrenunciable- de construir un nuevo estado democrático y de derecho. ¿Cuál es la primera idea que hay que tener clara?. Que una dictadura no puede por ella misma conducirnos hacia la democracia, ni pilotar ningún proceso de diálogo nacional, sencillamente porque no va a inmolarse. Su instinto será siempre el perpetuarse o evolucionar hacia otras formas más blandas, igualmente dictatoriales, para engañar a los incautos. Por tanto, la primera tarea de todos es conseguir que la dictadura se vaya, que abandone el poder cuanto antes.

La impaciencia, el cortoplacismo y hasta el natural cansancio  provocado por una lucha tan prolongada contra una dictadura que parece no tener fin, han llevado a muchos líderes y partidos políticos acudir a la llamada de Obiang Nguema para entrar en un proceso de diálogo nacional pilotado por el propio dictador, que se ha demostrado fracasado. Por desgracia existen en el mundo muchos ejemplos de países en los que su "democracia" sigue tutelada por la pervivencia de estructuras que formaron parte del anterior  régimen dictatorial y que muchas dictaduras que han colapsado, no siempre han dado paso a democracias, sino a sistemas en los que las elites autoritarias siguen gobernando con simples retoques del anterior régimen -véase la situación de los países de la CEI, incluyendo a Rusia-, o el caso de China, en la que la liberalización económica no ha dado paso a la democracia. 

Es evidente, por tanto que el horizonte de la transición debe estar despejado de dictaduras, incluso de la reminiscencia en activo de estructuras, formas y costumbres dictatoriales. Necesitamos un escenario nuevo, un escenario en el que el pueblo guineo y sus aspiraciones estén en el centro de toda decisión. Por este motivo es necesario que el proceso esté dirigido por un lider que suscite la máxima adhesion de los guineo-ecuatorianos, respetado por la comunidad internacional, por los partidos y por los demás  estamentos económicos y sociales. Y para que un líder político esté dispuesto a asumir esta responsabilidad, no se le deben poner cortapisas, aplicándole la norma, no escrita, de la imposibilidad de poder presentarse a las elecciones presidenciales, eso sería una inmolación política que no se le puede exigir a nadie y que nos conduciría a encomendar una tarea de tan gran trascendencia a un mediocre, aunque esté lleno de buena voluntad.

Un cambio tan profundo de estructuras políticas, institucionales, económicas, sociales y hasta de costumbres,  no se puede finiquitar en un corto periodo de tiempo. Hay que tener en cuenta que la media de duración de las transiciones -acabadas- mas exitosas superan siempre los cinco años. Eso significa que hay que dar la oportunidad al artífice, o a los artífices,  que han pilotado el proceso, a que puedan finalizar su obra con éxito.