domingo, 12 de julio de 2009

Temor al síndrome holandés



El uso responsable de sus ingresos como exportador de petróleo supone el gran reto para el país subsahariano
12.07.09 -
GERARDO ELORRIAGA




Hace dos años, en West Cape Three Points, Ghana cambió su futuro. Ese lugar, un área de prospección petrolífera en aguas litorales, desveló que el país atesora grandes reservas de crudo. A partir de 2010, la explotación de su plataforma costera le permitirá exportar en torno a 125.000 barriles diarios y, posiblemente, duplique esa cifra en tan sólo veinticuatro meses. A tenor de tales expectativas, la visita de Obama se antoja el primer contacto con una próxima potencia regional o, acaso, la aproximación a un nuevo escenario de conflictos.



Sobre Accra se cierne la amenaza del síndrome holandés, el mal que acecha a los Estados que experimentan un súbito incremento de sus ingresos y no controlan su repercusión en la economía interna. Lo ha padecido la vecina Nigeria, cuya renta per cápita ha descendido en las últimas tres décadas a pesar de los ingentes ingresos proporcionados por los hidrocarburos. Los beneficios pueden disparar los precios internos con grandes perjuicios para la agricultura y la manufactura locales, incapaces de competir con los productos foráneos. Además, dicho alza degrada las condiciones de vida de la población ajena a la industria extractiva.



Pero Ghana tiene una baza a su favor. No resulta anecdótico que el mandatario norteamericano inicie los contactos oficiales con el África subsahariana en una de sus repúblicas modélicas. El crédito democrático avala la historia reciente de este territorio del golfo de Guinea. Tan sólo han transcurrido siete meses desde que los comicios presidenciales otorgaran el poder opositor John Atta Mills. Aunque la victoria fue reñida, el cambio se produjo sin derramamiento de sangre, en un marco donde se respeta escrupulosamente la libertad de prensa, los episodios de violencia política son raros y no existen conflictos interétnicos de relevancia.



La excepcionalidad también se proyecta en la economía. En el haber del país, dependiente hasta la fecha del monocultivo del cacao y sus yacimientos auríferos, se cuenta un crecimiento sostenido del 4,7% a lo largo de las dos últimas décadas que ha sustraído de la pobreza a casi una cuarta parte de la población y reducido el porcentaje de quienes subsisten bajo el umbral de la miseria al 28%, tasa inusualmente reducida en el contexto africano.



Grandes debilidades



Pero las circunstancias favorables no impiden la permanencia de grandes debilidades estructurales, derivadas de la permanencia de desigualdades sociales y geográficas. Las tres provincias septentrionales, rurales y de mayoría musulmana, son las más desfavorecidas y las estadísticas revelan una creciente diferencia con el sur, cristiano y más desarrollado, un problema que se encuentra en la base del conflicto civil padecido por Costa de Marfil, otro país que también constituía una promesa de paz y prosperidad.



El déficit de la deuda pública, derivado de un sistema recaudatorio deficiente, y el creciente desequilibro de la balanza comercial aportaban los nubarrones más preocupantes hasta que la plataforma petrolífera comenzó a manar. Posiblemente, estos indicadores también puedan corregirse mediante el aumento de la recaudación, aunque la medida más extraordinaria radica en la pretensión, anunciada en 2008, de aprobar una ley de responsabilidad fiscal, crear un fondo de ingresos derivados del petróleo y establecer un régimen de seguridad que resuelva la malversación

En suma, existe la posibilidad de instaurar un sistema que luche contra la ineficacia administrativa, la dilapidación de los fondos y la corrupción, problemas endémicos en África. El Gobierno anunció entonces su intención de colaborar con el Fondo Monetario Internacional en la redacción de la legislación. La medida supondría una revolución en la gestión gubernamental. El nefasto precedente de Guinea Ecuatorial, Gabón o Congo, favorecidos por grandes recursos naturales, pero incapaces de favorecer a sus poblaciones, alienta otra forma de encarar el futuro.
Obama se reúne con quienes han de asumir el reto.


Tal vez, mientras converse con sus orgullosos anfitriones, cavile sobre lo que ocurrirá en Ghana dentro de escasos años, cuando el crudo fluya abundante. Quizás se pregunte si estos políticos mantendrán su credibilidad o, quizás, una esforzada ONG habrá de rastrear su abultado patrimonio, disperso convenientemente entre bancos opacos y lujosos inmuebles.