El Gobierno de Guinea Ecuatorial en el exilio y sus servicios de información han hurgado en la oscura cesta de secretos y sorpresas del 17 de Febrero pasado, día en que, por segunda vez, el régimen “policíaco” de Obiang Nguema, recibió un doloroso coscorrón, con la entrada en el Palacio presidencial, guarida de la tiranía y otras dependencias y residencias del tirano y sus secuaces, sorteando y enmudeciendo todas las alarmas sofisticadas ahí instaladas.
La madrugada del 17 de Febrero, según nuestras fuentes, la ciudadanía guineana, muy especialmente la residente en la capital, Malabo y sus inmediaciones se despertó conmovida por el ruido de las armas. Y mientras el Presidente Obiang Nguema, alertado por su amigo el Embajador americano (según declaraciones del propio Obiang Nguema) se ponía a buen recaudo –posiblemente entre los marines que protegen las explotaciones petrolíferas, para luego perderse en su bunker de “Koete” (Mongomo) y los Generales y otros altos mandos de los ejércitos “ecuatorguineanos” se metían bajo sus camas, a llorar; en la localidad de Elá Nguema, una gran parte de la ciudadanía, asustada por los ruidos de morteros y otras armas de guerra, buscaba refugio en el Cementerio de Santa Cruz, pegado a la ciudad, al lado del campamento que lleva el nombre Ela Nguema.
Lo mismo que lo hubieran hecho en una Iglesia o en un Hospital, los aterrorizados ciudadanos de Elá Nguema eligieron el Cementerio para resguardarse de la refriega bélica que atronaba en el ambiente. De pronto, se vieron sorprendidos por la avalancha de militares del Campamento cercano que equivocando el objetivo o simplemente huyendo del verdadero objetivo, apuntaron con sus armas hacia la maraña del cementerio donde se refugiaban los aterrorizados guineanos, indefensos e inermes.
Un Cementerio, una Iglesia o un Hospital, son normalmente un respetado refugio y seguridad para la ciudadanía que huye de la guerra; y de estricto respeto y protección por parte de los beligerantes…
La valentía de los ejércitos de Obiang Nguema, disparando contra la maraña del cementerio donde se hallaban los refugiados, y celebrando una fiesta de tiros al aire para atemorizarlos ha costado a Obiang Nguema la friolera de veinticinco millones de dólares de parte de las Naciones Unidas. El tirano, sin rechistar, y dándose la máxima prisa ha procedido, a pagar la multa a la ONU, a la vez que ha dado órdenes estrictas de que esta anécdota no trascienda a la luz y conocimiento de la población y de la comunidad internacional.
La misma prohibición ha caído sobre el elevado número de bajas que el ataque del 17 de Febrero causó entre los defensores del palacio y las dependencias del tirano, entre los que se habla de numerosos extranjeros de la seguridad de Obiang Nguema, y cuya muerte, al final ha sido sin pena ni gloria.
Si todo el éxito de la labor de defensa de las fuerzas armadas, cuerpos de seguridad y Ejército de Obiang Nguema, durante los ataques al palacio del tirano, se limitó a una sola víctima nigeriana (inocente conductor de una patera comercial exhibido como botín de guerra) Este asesinato ha podido ser la espoleta que ha obligado a la fulminante expulsión del sanguinario, traidor y desalmado Embajador de Obiang Nguema en Nigeria, Heriberto Meco; convertido ahora, por Obiang Nguema, en peligrosa arma letal de la sociedad, desde el “pecaminoso” cargo de Director General de Seguridad de Obiang Nguema.