jueves, 19 de junio de 2008

"En época de mentiras, contar la verdad se convierte en un acto revolucionario" (George Orwell)


Este es el ciudadano británico acusado de intentar sacar de Guinea Ecuatorial al sátrapa y criminal dictador, Teodoro Obiang Nguema, mediante el único procedimiento posible. Simon Mann está siendo ¿juzgado? en Malabo ante la indiferencia de todos y en manos de uno de los gobiernos más corruptos y violentos del planeta. Si hubiera triunfado su hipotético ¿Golpe de Estado? entonces sería un "héroe". Lo que cambia el cuento.




Este es uno de los métodos que se pueden aplicar para arracarle a un detenido una confesión o una auto inculpación. Véase lo delicado de la operación.
Mediante la humillación, el dolor y el miedo, se obtienen confesiones que sirven para ocultar la verdadera realidad de los problemas. Guinea Ecuatorial es una plataforma del crímen organizado. Se violan, de manera sistemática, los derechos más básicos de los seres humanos. No lo olviden.






La bofetada sonó como un palmetazo y el hombre cayó al suelo como cae un saco de patatas. Un hilo de sangre resbalaba por la comisura de sus labios y su cara terminó sobre un suelo sucio, cenizo y polvoriento que no transmitía ninguna sensación de frescura.

Un personaje de uniforme entró en las dependencias donde llevaban atormentando, al detenido, toda la noche y pidió a uno de los brutos, que le estaban golpeando, lo levantaran del suelo, que lo incorporaran y le limpiaran los restos de cemento que manchaban su rostro macerado. La posición, aún sentada, era bastante incómoda para el preso que se encontraba atado de pies y manos a una tosca y recia silla de madera.

Con un cinismo inaguantable, el uniformado; un hombre gordo de cabeza amelonada como un balón de rugby, y de aspecto animal, simiesco; le preguntó que cómo había pasado la noche.

El preso casi no podía pronunciar una palabra. La boca estaba hinchada, le dolía el cuello, la espalda y los brazos. Todas las articulaciones las tenía entumecidas y doloridas. Ya se había dado por vencido, hacía días que se había rendido.

Nadie sabe lo que es gritar de dolor tanto como el que lo sufre.

Los que sabemos de estas cosas comprendemos perfectamente que acuses, que señales hasta a tu madre, si es necesario, para que dejen de golpearte las costillas o para que te permitan, simplemente, tumbarte en el suelo.

Basta con leer la novela de G. Orwell, 1984, para aterrorizarte con la escena en la que al preso disidente le colocan una especie de máscara enrejada y que en realidad es una jaula en la que hay una rata hambrienta y tu cara machacada y ensangrentada queda expuesta a su salvaje e irracional agresividad. Eso si que es sentir pánico.

Un brasileño me contaba como escarmentaban a los trabajadores problemáticos en las plantaciones de caucho de Manaos. Los ataban a una tabla, boca abajo, con un agujero por el que sobresalían los genitales y los echaban al río infectado de pirañas para ser devorados poco a poco, a mordiscos a partir de la entrepierna. Lo que no haya recreado la enferma mente humana.

Ahora, hoy, en Guinea Ecuatorial están juzgando a un ciudadano inglés al que acusan de haber planeado y dirigido un supuesto Golpe de Estado contra el sátrapa Teodoro Obiang Nguema. Se llama Simon Mann y está sufriendo, junto a otros supuestos implicados, como el sudafricano Nick Du Toit, el trato inhumano de uno de los regímenes más corruptos y aberrantes del mundo. A ninguno nos gustaría estar en la piel de estos detenidos.

A pesar de los golpes o las torturas, del siniestro lugar donde están detenidos… bien, a pesar de ser objeto de burla por parte de sus guardianes y de no tener ni la más mínima esperanza de que alguien les escuche. Estos hombres tienen la desgracia de ser objeto de desprecio por parte de las potencias internacionales y lo que es peor, de sus medios de comunicación.

Simon Mann no espera que la prensa británica exija imparcialidad a los ¿jueces? Guineanos. Simon Mann no espera que los periodistas exijan a su gobierno, el británico, para que se persone con los funcionarios diplomáticos que sean necesarios para garantizar un trato humanitario a este ciudadano del Reino Unido. Simon Mann ha sido condenado por sus propios compatriotas y despreciado y expuesto como un bicho ante la opinión pública internacional, como una vergüenza de mercenario y personaje nada recomendable y escriben sobre él y lo critican hasta la nausea, desde la opulencia y la vida burguesa y grasienta de los intelectuales “progres” y de izquierdas.

Ah, pero nadie dice nada de estos otros personajes infames que gobiernan Guinea Ecuatorial. Nadie habla de que no hay otra manera de salvar a miles de personas sino es deteniéndolos o sacándolos del poder de la única manera que es posible ... y ya me contarán cómo se hace.

¿Cómo se convence a un dictador sicópata y analfabeto de que tiene que abandonar el poder?

¿De que manera, legítima, puede un pueblo defenderse de una criminal banda armada y extremadamente violenta que ocupa los puestos estratégicos de la economía y la administración de un país?

Dos preguntas muy sencillas que nadie quiere responder.

Es más cómodo darle un puntapié a un hombre que está atado a una silla, de pies y manos, y que ha sido duramente torturado durante días.
Mala suerte, amigo... Hoy todos hablarán de lo que habrías ganado de haber triunfado pero nadie hablará de las cuentas del siniestro dictador de Guinea Ecuatorial. Un dinero que roba a manos llenas a un pueblo inerme y empobrecido hasta límites miserables.
Fuente: Artículo remitido.