Un 3 de agosto de hace ya 40 años se produjo un Golpe de
Estado en Guinea Ecuatorial que capitaneó un militar, sobrino del tirano y de
nombre, Teodoro Obiang Nguema. Este sujeto rentabilizó el descontento popular
con el sátrapa, Francisco Macías Nguema, que se había hecho con los resortes
del poder tras el fin de la presencia española en lo que se denominaron “Provincias
de Ultramar”. Era la primera vez que sentaban en un banquillo, ante la
Justicia, a un presidente africano artífice de la independencia de su país.
Macías, fue ejecutado junto a un grupo de seis cómplices
un 29 de septiembre de 1979. Tras diez años de una infernal tiranía los guineo-
ecuatorianos pensaron que el llamado “Golpe de la Libertad” iba a suponer el fin
de las arbitrariedades y el principio de una etapa de progreso, civilización y
bienestar.
Me cuentan que la población de Malabo estalló en júbilo cuando el
tribunal leyó la sentencia que condenaba a Macías y a sus más significados
colaboradores a la pena capital. Todos bailaban, se abrazaban, cantaban … menos un hombre de edad avanzada que ni el
bien le deslumbraba ni el mal le espantaba.
Cuenta un reportero español que
cubría la noticia y que le preguntó al anciano sobre el porqué de su apatía y
este le contestó que "el espíritu de Mez-m Ngueme, que era como en realidad se
llamaba el dictador, vagaría durante muchos años por los bosques y laderas del
monte Basile". No se equivocaba este anónimo señor pues tras la muerte, frente
al pelotón de fusilamiento, Obiang, su sobrino, ocupó el sillón presidencial y
todavía no se ha levantado de él.
Cada año, por esta fecha del 3 de agosto, se conmemora lo
que pudo ser y no fue. La oposición, la disidencia o la resistencia, como
quieran ustedes, se reúne y descarga todo su desprecio ante la embajada
guineana en Madrid; un edificio grande, en una calle de la zona más rica de la
capital y con aspecto de fortín urbano.
Para llegar al lugar de la concentración me acerqué en
Metro. El vagón en el que viajaba estaba casi vacío. Al fondo un grupo ruidoso
de guineanos reían y parecían divertirse. Me fijé en ellos, eran cinco y salvo
uno que tendría unos cuarenta años, los otros cuatro eran más bien jóvenes. No
me cuadraba nada que esos fueran a la manifestación que se desarrollaba en la
calle, frente a la embajada de Guinea Ecuatorial.
Cuando bajamos en la estación
vi que un grupo de mujeres también de Guinea Ecuatorial salían hacia una puerta
y los chicos de mi vagón se iban por la contraria y es que las bocas del Metro
daban a los dos lados de la calle, uno en el que está la embajada y el otro que
es justo en frente de ella. El grupo ruidoso, estaba claro, eran refuerzos que
entraron en la fortaleza que la tiranía disfruta en Madrid.
Al salir a la calle el calor era asfixiante. Más de 40
grados, pero eso no desanimaba a un nutrido grupo, que llegó a alcanzar el
centenar a lo largo de la jornada. Muty hacía de animador de la concentración.
Un grupo de mujeres activistas habían diseñado unas camisetas en las que podía
leerse. “Guerreras excelentes de Guinea Ecuatorial”. Las camisetas, al más puro
estilo guerrillero fueron una acertada nota de color.
El presidente Moto, Faustino, Armengol Engonga, Pablo,
Alberto, Pergentino, Manuel, Juan Cuevas … muchos, la mayoría del Partido del Progreso
a los que conozco de otras ocasiones, pero también un nutrido grupo de mujeres
muy activas que llenaron de ritmo la manifestación reivindicativa. Hubo
declaraciones institucionales, se pudo escuchar un mensaje de la delegación del Partido del Progreso en Estados Unidos que mandó una grabación reivindicativa para la ocasión.
Una de las mujeres que bailaban, cantaba y coreaba
consignas en favor de la democracia y del fin de la dictadura me dijo, tras hacerse
una foto con el líder opositor Severo Moto, “muchos de los que estamos aquí
pensamos de manera diferente, pero hay algo que nos une a todos y por eso
estamos juntos y es el deseo de volver a nuestro país sin sentirnos amenazados
y poder participar de una manera legítima en el futuro de Guinea Ecuatorial”.
A pesar de los intentos de boicotear, por parte de la
tiranía, las acciones de la oposición guineana, cada año son más fuertes.
Hubo muchas alocuciones frente a una embajada cerrada y
blindada por la policía española. Se pidió respeto y una transición democrática
sin violencia. Se cantó el himno nacional y se dejó constancia de que a pesar
de ser un pueblo pequeño todavía tienen capacidad para movilizarse y ahí podíamos
ver a gente de Valencia, de Murcia, de Zaragoza o de Albacete.
Un año más los disidentes han pedido que se acabe el
reinado de terror de uno de los dictadores más longevos del continente africano
y que dejen paso a la democracia como la forma de gobierno que puede salvar a
Guinea Ecuatorial de la terrible crisis que padece por culpa de esta banda de
felones comandados por Teodoro Obiang Nguema.