Era sábado y
el día se me ofrecía precioso y lleno de luz. El cielo de Castilla presentaba
ese azul cálido, moteado de algodonosas nubes, que te entran ganas de salirte
de la carretera y hacer una foto. Me habían invitado a la boda de la hija de un
amigo, un buen amigo.
Armengol
Engonga es un dinámico Ingeniero Agrónomo, especialista en regadíos y altamente
considerado como profesional aunque yo lo conociera en su vertiente política,
como número dos del disidente guineano Severo Moto.
Son muy
agradables estos episodios felices en la dura lucha contra una dictadura, como
la que libran contra el sátrapa de ese país africano.
Engonga era
un chico de Guinea Ecuatorial que tuvo que labrarse un futuro a pesar de las
adversidades. Carencias que nunca quiso para su familia. Hoy se casaba su hija,
María.
Llegué con
puntualidad guineana, a tiempo del amén. La Iglesia era el antiguo templo de un
fortín, no había paradoja mejor. La nave central estaba adornada de una manera
sencilla pero muy elegante, con centros de flores silvestres amarillas,
blancas, verdes y azules en un claro homenaje al tropical origen del padrino.
Bueno, hay que decir que una pulcra bandera nacional de España ocupaba un lugar
de honor en el ábside.
En la filas
cercanas a la celebración estaba Severo Moto y su esposa. Otro superviviente.
Miré a mi
alrededor y descubrí a un eurodiputado, al alcalde y demás personalidades de
otras esferas. No creo que, bueno me pongo por ejemplo, estuviéramos allí por
razones protocolarias. No. Estábamos por amistad y respeto a Armengol y a su
familia.
Observaba,
durante la larga fila en el momento de la comunión, que si ellos, Severo y
Armengol, habían logrado sobrevivir y granjearse el respeto de todos qué no
harán con los recursos necesarios. Tiene mucho mérito reunir a tantos amigos y
tan leales. Armengol llegó a España siendo un niño y cuando volvió la cara para
ver su casa se horrorizó de lo que allí pasaba y ya nunca más pudo volver. Un
país que se convirtió en un suburbio empobrecido y maltratado por una banda
armada comandada por el tirano Teodoro Obiang Nguema. Nadie sabe lo que han
debido sufrir los exiliados. Reconocidos y respetados aquí y despreciados y
amenazados allí. Curioso.
Me sentí muy
afortunado cuando vi la cara de felicidad de Armengol y me fundí en un abrazo
con él. Lo has conseguido, le dije al oído. Es verdad, el camino ha sido duro
pero ver a los hijos seguros, fuertes y bien preparados para la vida es una satisfacción
para cualquier padre, me respondió.
Luego la
fiesta, la cena de gala y el encuentro distendido. Me llevé tan grata impresión
que siento que Guinea Ecuatorial tenga que esperar, un día más, su salto a la
normalidad, a la civilización. Me senté en la mesa del Presidente Moto y
hablamos de lo humano y lo divino. Son personas, estos guineanos, con los que
puedes proyectar esperanzas en el futuro. Hombres y mujeres que están muy pero
que muy preparados para esa transición que me encantaría apoyar y apoyo con
todas mis fuerzas.
Felicidades,
Armengol Engonga.
NOTA.- La
cena estuvo dedicada a la tierra de Guinea Ecuatorial y cada mesa estaba
presidida y distinguida con el nombre de ciudades y pueblos de la República
africana.