miércoles, 24 de abril de 2013

España y sus opciones de acción con Guinea Ecuatorial vistas por otras potencias envidiosas y competidoras


En la entrevista que Severo Moto (el dirigente opositor de Guinea Ecuatorial) dio recientemente a Luis del Pino en es.Radio, hubo un interesante detalle que no incluí en el comentario correspondiente (aquí lo tenéis) porque merecía una reflexión aparte. Dijo Luis del Pino que había llegado a su conocimiento un informe del CNI, nuestros servicios de inteligencia, en el que constaba en términos claros e inequívocos que en 2004, el entonces presidente de Gobierno José María Aznar se había negado rotundamente a apoyar la conspiración internacional que se había puesto en marcha para derrocar al dictador Teodoro Obiang.


Según explicó Del Pino, en este documento quedaba patente que al enterarse el CNI de la trama que se había organizado con la participación, entre otras personalidades, de Mark Thatcher, hijo de la difunta dama de hierro británica,  los espías españoles habían informado al Gobierno de Aznar. Lo sorprendente es que, según este papel secreto, la inteligencia española recomendó a Aznar que apoyase el golpe. Pero, según Del Pino, Aznar reaccionó con un "tururú", entre otras cosas, porque su Gobierno estaba en el proceso de reanudar relaciones. Estaban en marcha unas prospecciones petrolera que se suponía iban a introducir a Repsol en el mapa de las petroleras instaladas en Guinea Ecuatorial y que en principio terminaron en una retirada de la multinacional española del que ahora llaman el Kuwait de África.

El informe del CNI se supone que demuestra lo equivocados que estaban en el PSOE cuando más tarde tendieron la sospecha de que el Gobierno de Aznar había apoyado al “golpista” (el calificativo despectivo es socialista) Moto contra Obiang al que siempre obvian llamar dictador, que es lo que es. Pero, como explicaba el propio Luis del Pino todo es muy raro en los hechos ocurridos en 2004 e impiden encajar a las piezas del rompecabezas. Es más, el único hecho con cierta certeza es el que resaltó, años después, una sentencia del Tribunal Supremo: que no era instigador sino peón de los auténticos cerebros con residencia en Sudáfrica y Reino Unido.

En cuanto a la posición mantenida por el Gobierno de Aznar y los servicios de inteligencia, hay otras versiones. Por ejemplo, la de Simon Mann, el jefe de los mercenarios que desde Sudáfrica salieron en un avión privado decididos a llevar a cabo el golpe de mano que quedó frustrado por su detención y la de sus hombres en Zimbabue, donde gobernaba Robert Mugabe, otro deleznable dictador africano, muy amigo de Obiang.


Simon Mann en la portada de su libro.
En el libro que Mann publicó tras ser liberado en 2009, (Cry Havoc, escrito en 2011 y reeditado en 2012), hizo un relato de sus planes y objetivos muy distintos a los que había descrito en las entrevistas que había tenido que conceder en los cinco años que tuvo que permanecer preso en las cárceles del régimen de Obiang, después de que Mugabe lo entregase junto al resto del equipo mercenario al régimen de Malabo. Entre otros asuntos, en su obra Mann asegura que España estuvo tan implicada en la operación, como lo habían estado la CIA norteamericana, los servicios británicos o los surafricanos.

“España está apoyando el golpe y ha prometido dar al Jefe reconocimiento internacional inmediato de facto a un gobierno interino de Moto”, relata Mann al evocar los preparativos de aquella fracasada operación que debía acabar con la dictadura nguemista. Es más, para el jefe de los mercenarios este dato había sido uno de los puntos que le había infundido grandes expectativas sobre el éxito de su expedición. La razón es que, como él explica, ese reconocimiento español era “un sine qua non” para el éxito de la operación, una formalidad sin la cual no había nada. En cambio, insiste, si España reconocía al Gobierno interino de Moto como legítimo, la Unión Europea y EEUU le seguirían. Es decir, que por la autoridad que se le reconoce como ex potencia colonizadora, si España desautorizaba el golpe, nadie lo iba a legitimar y, por el contrario, si tras tener éxito los mercenarios España daba su visto bueno, el resto de los Gobiernos claves en la zona del Golfo de Biafra, se unirían al bautizo del cambio en Guinea Ecuatorial.

Estas reflexiones de Mann reflejan cómo, pese a lo que suelen decir nuestros políticos, España sigue teniendo mucho peso en relación con el único país hispano del África subsahariana, de la misma forma en que cuenta mucho la opinión del resto de las potencias coloniales en relación con la política de sus correspondientes antiguos territorios africanos.

Según Mann el apoyo español a la sustitución de Obiang no se iba a limitar al reconocimiento político. El plan preveía que, tan pronto su equipo hubiese despejado el camino y situado a Moto al frente de un Gobierno interino que debía evitar un peligroso vacío de poder, el Gobierno de Aznar  iba a enviar unos mil efectivos de la Guardia Civil a la ex colonia para asegurar la estabilidad y buena marcha de la transición.

Resulta muy llamativa la reacción de los demás servicios de inteligencia implicados que se da en esta versión. Mann reproduce el diálogo de uno de sus enlaces con el resto de los servicios de inteligencia en el que su interlocutor plantea la necesidad de  frustrar esa parte de la operación relativa al envío de efectivos de la Guardia Civil: “No debemos dejar que esto ocurra. Dejaría a España demasiado poder en la nueva Guinea Ecuatorial y menos a nosotros”. Si Mann no se lo ha inventado, fuera de España está claro que no sólo veían muy bien acabar con uno de los peores dictadores del mundo sino que, si Guinea Ecuatorial hubiese sido su colonia, se hubiesen encargado de enviar “su” equivalente a efectivos de la Guardia Civil para asegurar su posición de preeminencia frente a los aliados-rivales.

Pero Spain is different. Cuando el atentado del 11-M aupó al Gobierno socialista de Zapatero, su ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos, en lugar de criticar a Aznar por ayudar a uno de los más execrables cleptócratas del mundo a seguir en el poder oprimiendo a su pueblo, no paró de hacerle la vida difícil a Severo Moto. Gracias a ello, ahora que Moratinos ya no es ministro, sigue viajando a Malabo con la misma facilidad con que lo hace a Catar, en ambos casos sin que se sepa a santo de qué. A ver si en el Congreso de los Diputados sus señorías deciden investigar.

Nota: Este artículo se publica con la autorización de Ana Camacho, periodista, activista intelectual y física, de los derechos humanos, que también se puede leer en su página de Internet, www.enarenasmovedizas.com