domingo, 25 de noviembre de 2012

PUEBLO, NACION Y DEMOCRACIA

                                                                                 
Por estudiante guineano en España



Aún no ha terminado la dictadura en Guinea Ecuatorial y ya se está vislumbrando la maldición que Obiang ha conjurado contra nuestro pueblo: "yo me iré, pero os voy a dejar un país ingobernable por generaciones". Y a eso se han aplicado con entusiasmo un conjunto de partidos y personajes guineanos, subvencionados, dirigidos y amamantados por todo el arco de partidos nacionalistas-separatistas españoles, con la intención de diseñar para nuestro país un pintoresco ente, a modo de "república federal  fang-bubi-visio-endowe-anobones de los pueblos, nacionalidades y etnias varias". Y en este nuevo y disparatado marco que se pretende implantar en nuestro país, los abusos y arbitrariedades de la  dictadura de Obiang, serían la excusa o el pretexto para saldar viejas reivindicaciones independentistas y de rechazo gratuito a la otra etnia mayoritaria, igualmente damnificada por este dictador.


En este variopinto entente que han creado, unos, proponen como fórmula de gobierno para Guinea Euatorial la federación de estados independientes, otros, claman por la total independencia para sus pueblos, y algunos, en un su locura identitaria, llegan a exigir la expulsión de su territorio de  las otras etnias, lo que supone lisa y llanamente, una limpieza  étnica en toda regla. Los que conocemos en profundidad Guinea Ecuatorial, sabemos que este problema no existe en realidad. Y por  este motivo nos produce mucha pena ver como el asunto étnico está siendo magnificado interesadamente y como muchos guineanos son utilizados, cuál tontos útiles,  por los personajes de siempre: ese conglomerado de intereses que se mueve desde España y que no está dispuesto a permitir que la democracia aflore en nuestro país, para seguir ellos obteniendo importantes beneficios económicos de esta anómala situación. 

Existe una gran mayoría de guineanos  que creemos que la dictadura de Obiang, y solo ella, es el origen de todos los males que aquejan a nuestra nación, y por este motivo, lo más importante es el empeño de acabar con ella y eliminar todo vestigio de la misma, para instaurar el imperio de la ley y del derecho en nuestro país, en el marco institucional y de libertades  que la República garantiza. Sería como mantener la casa en pie, aunque  limpiándola de toda corrupción e inmundicia. 

Lo que algunos ignoran es que la nación es el marco que protege las diferentes aspiraciones de los pueblos que la forman, y la garantía de legalidad, solidaridad y equilibro interterritorial. Aunque Obaing haya pervertido todas las instituciones de la República, anegándolas con sus sucias pestilencias, esta sigue siendo un buen sistema de gobierno, el que mejor garantiza las libertades y el que nos permitiría cimentar un estado moderno, y por tanto, homologable internacionalmente. 

No es necesario, por tanto, romper la baraja y entrar en intestinas  luchas étnicas y conflictos entre los diferentes pueblos -deriva peor aún que el tribalismo-,  sino transitar de la legalidad hacia la legalidad. No hay que olvidar que ese paso de la legalidad -de las instituciones antiguas- a la legalidad -de otras instituciones nuevas-, fue el gran acierto en la transición de la dictadura a la democracia en España y, precisamente en estos días se cumplen 37 años de reinado de Don Juan Carlos I, en los que esta nación hermana, ha alcanzado las mas altas cotas de libertad y prosperidad, como nunca había conocido.

Para reparar los desaguisados que la dictadura ha generado, no vale con que cada uno se mire a su ombligo e intente que todo se mueva alrededor de sus propias exigencias, por nobles que nos puedan parecer, sino por el contrario, tenemos que dotar al conjunto del pueblo de unas normas, a través de sus instituciones y de los que las representen, que nos  garanticen la vigencia del Estado de Derecho. Por tanto, el imperio de la ley debe ser el pilar que sostenga nuestra futura democracia. Ni la participación, ni la movilización popular serán valores superiores en la escala democrática. Al contrario, el reclamo de la calle, sin cauce ni filtro institucional, la voz de una muchedumbre por cuantiosos que nos puedan parecer, las banderas, las consignas o las proclamas independentistas esconden una suerte de totalitarismo, anulación de la individualidad, inseguridad jurídica y aunque parezca lo contrario, elitismo. Sin ley no tendremos democracia ni igualdad. Sin ley, un pueblo habido de poder tiene la posibilidad de aniquilar a otro, a una parte, e incluso a sí mismo.

Aquellos que estamos trabajando junto a Don Severo Moto en el proyecto del Partido del Progreso y del Gobierno en el Exilio, hemos aprendido que integrar es mejor que excluir; que defender los derechos de los demás, es defender los nuestros; que fomentar la convivencia y la concordia en la diversidad, es asegurarnos un futuro en paz y que la aceptación, e incluso la defensa, de la diversidad o la diferencia con los otros, nos garantizará la pervivencia como nación.