lunes, 31 de octubre de 2011

PETROLEO POR DERECHOS



BERNARDO DÍAZ NOSTY . DIARIO DE SEVILLA .28.10.2011

Es mucho más lo que nos une de lo que nos separa", le dijo José Bono a Obiang Nguema hace unos meses, en un viaje oficial a Guinea Ecuatorial. Palabras como las que Sarkozy pudo brindarle al tunecino Ben Ali o Berlusconi a Muamar el Gadafi hace menos de un año. Mientras nuestros barcos de guerra hacían vigilia en las costas de Libia, la ministra de Exteriores visitaba el gran caserío del dictador subsahariano. 


No hay paliativos. Las únicas referencias a la democratización de la dictadura guineana -paradoja imposible- están en los bálsamos de quienes anteponen petróleo a derechos humanos. Según la clasificación de derechos humanos de Freedom House, Guinea Ecuatorial está en el mismo nivel que la Libia de Gadafi y Corea del Norte, por detrás de China, Siria, Cuba, Irán o Túnez. En cuanto a liberta d de prensa, Reporteros sin Fronteras sitúa a Guinea en el puesto 167 de 178 naciones. 

El londinense The Observer publica, en su último número, un extenso reportaje de Ian Birrell [El extraño y terrible mundo de Guinea Ecuatorial], en el que describe un viaje surrealista de tres parlamentarios conservadores británicos a la ex colonia española. Birrell refiere la construcción de un escenario de primer mundo -el orwelliano complejo de Sipopo-, exclusivo del entorno de poder, en una geografía de miseria. "Un país -señala- con una renta per cápita superior a la de Gran Bretaña, donde tres cuartas parte de sus ciudadanos viven con menos de un dólar al día", y una de las tasas de mortalidad infantil más elevadas del mundo. 

Resulta interesante, en la narración periodística, la descripción del choque entre los parlamentarios británicos y Ángel Seriche Dougan, presidente de la Cámara de Representantes del Pueblo, cuando éste les ilustra sobre las últimas "elecciones libres", realizadas "con toda la transparencia posible". Recoge los ecos que hablan de la represión del régimen, y de la inmunda cárcel de Black Beach, una de las más tenebrosas de África, cuya imagen abre el reportaje. O los delirios de Teodorín Nguema, ministro de Agricultura e hijo del dictador, con una mansión en Malibú valorada en 35 millones de dólares, al que se da por heredero de la gran finca familiar. Birrell, en fin, describe el Gobierno de Malabo como "uno de los más corruptos, cleptocráticos y represivos del mundo". 

Después de treinta y tres años en el poder y quince nadando en petróleo, el perfil de Obiang no ha cambiado. ¿Qué es lo que nos une a este dictador de manual? Nada. Nos separa todo los que nos liga, por historia, al pueblo guineano. El día que lo tumben, nadie de los que ahora consienten se quedará atrás para denunciar al tirano…