Hoy existen en el mundo 193 países reconocidos por la ONU, un mundo en el que pueden distinguirse más de 4.000 etnias, algunas al borde de la extinción. Sería absurdo pensar que cada una de estas etnias puedan constituir una nación con el fin de garantizar
la defensa de los derechos de sus miembros. Evidentemente, que no es esta la forma de proteger todos los derechos de todos los seres humanos. Por el contrario, conocemos muchos estados que están formados por multitud de grupos humanos muy diferentes entre si, unidos por un proyecto común de sociedad que favorece las expresiones culturales de todos ellos, en el marco de una auténtica cohesión interterritorial.
Estamos comprobando como el mundo camina hacia la Aldea Común, en el que la interrelación entre las personas supone un hecho enriquecedor en lo cultural y beneficioso en lo económico. Esto ha sido posible gracias a los medios que las nuevas tecnologías ponen a nuestro alcance. Y resulta chocante, a estas alturas, que existan naciones en las
que sus diferentes grupos aviven la fiebre del separatismo. En España también estamos contaminados de ese virus. Basta ver la situación del País Vasco, donde gran parte de la sociedad no disfruta de la libertad mínima necesaria para defender sus ideas y la de Cataluña, donde el PSOE ha otorgado un Estatuto que rompe la constitución española y está apartando, cada vez más, a los catalanes del resto de españoles.
Cuando se llega a la divinización de la nación, aparece el nacionalismo exacerbado,
extremo o totalitario. "No se trata de amor legítimo a su propia patria o de estima de su
identidad, sino de un rechazo del otro en su diferencia, para imponerse sobre el,
haciendo buenos tofos los medios: la exaltación de la raza, la imposición de un modelo
económico, la nivelación de las diferencias culturales, la sobrevaloración del estado que
piensa y decide por todos". (Juan Pablo II)
El nacionalismo es una de los falsos ídolos de nuestro tiempo, en nombre del cual se sacrifican los principios de la vida democrática, los derechos de las personas, el bien común y la paz. Siendo la raíz y la fuente de conflictos y violencias, en este siglo y en los anteriores.
Guinea Ecuatorial, un país formado por diferentes etnias, (estado 126 de Naciones
Unidas), debe de unir fuerzas entre todos los grupos opositores, para desembarazarse de
la cruel dictadura que está devorando sus entrañas. No debe de abrir, en ningún caso, un debate étnico, que agravaría más si cabe, la situación calamitosa en la que se encuentra el
pueblo, debido a los más de 40 años de dictaduras que ha soportado. No es conveniente
olvidar, que el estado de marginación y asfixia cultural en la que se encuentran la mayoría
de las etnias y los demás grupos sociales, es debido única y exclusivamente, a la acción
de un dictador: Teodoro Obiang Nguema.
Por este motivo, es necesaria la concurrencia de fuerzas de todos los partidos democráticos exiliados, para poder derribar la dictadura de Obiang. Es muy importante diseñar un modelo de democracia en la que quepan todos, con sus particularidades y expresiones culturales diversas. Hay que montar, en definitiva, un estado democrático moderno, dotado de instituciones fuertes, capaces de devolver la ilusión y generar confianza al pueblo guineano.
Hace falta abrir las puertas a una Guinea interrelacionada, en la que cada etnia pueda
vivir en cualquier parte del territorio de este país, reconociéndoseles todos sus derechos, especialmente el económico, que les permita participar de las riquezas naturales que
posee este país.
posee este país.
Los guineanos no necesitan entrar en disquisiciones identitarias, necesitan unirse y luchar
por un futuro común de democracia y libertad. Necesitan gobiernos que favorezcan
políticas sociales y económicas serias, que contribuyan a paliar los grandes desequilibrios que se han producido entre su población.
Juan Cuevas