sábado, 7 de noviembre de 2009

Uno de los integrantes de la banda que querían asesinar a Moto hace teatro


Se abre el telón y aparecen siete personas en escena. Interpretan una obra de teatro. No son profesionales, pero casi. Vienen del centro penitenciario de Nanclares de la Oca. Son presos y ayer quisieron presentar en el SKA de Santurtzi su último trabajo: No hay ladrón que por bien no venga, una obra de Darío Fo que cuenta las aventuras y desventuras de dos matrimonios que intercambian sus parejas y tienen un pequeño desliz con un ladrón y la mujer del mismo caco.

A pesar de que cada vez son más las prisiones que facilitan a sus presos realizar obras de teatros, la de Nanclares tiene una excepción: sus presos pueden salir a enseñar todo lo aprendido tanto a otras prisiones (Basauri, Martutene) como a escenarios públicos, como el caso de ayer en Santurtzi. Uno de los pioneros de este grupo de teatro, Miguel Ángel, lleva siete años en prisión por el caso de Severo Moto, un político de Guinea Ecuatorial que lo quisieron matar en España y él era el chófer de los que querían asesinarle. Cumple una condena de once años y medio, aunque él asegura que por su buen comportamiento se la rebajarán. Sus otros seis compañeros de reparto cumplen condenas similares. Santiago era el reo que más disfrutaba de cada minuto. Después de ocho años y medio sin pisar la calle, ayer fue su primer permiso. No tenía palabras para expresarlo.

El teatro ha supuesto un cambio en sus vidas y una forma diferente de ver las cosas. Aseguran que la cárcel no es sinónimo de marginalidad. "Como en todos los lugares, hay gente mala y gente buena", especifican. La mayoría de los internos de Nanclares de la Oca ocupan más de la mitad de su jornada a estar en el patio. "Tenemos ocho horas diarias fuera de la celda". Pasan sus días sin hacer nada, tirados y hablando unos con otros. Y es allí donde se producen los roces. "Estar en el patio es la perdición ya que hay muchos que lo único que quieren es buscarte la boca y meterte en problemas", afirma Miguel Ángel, cuyos primeros años penitenciarios pasaba las horas muertas en esas cuatro paredes.

Por eso unos evolucionan y ven una salida adelantada integrándose en programas como el de teatro. "Además, nos ayuda a desconectar y a que los días se hagan más rápidos. Quien no hace algo es porque no quiere", señalan. ¿El máximo valor de la experiencia teatral? "Es una oportunidad para que, en ocasiones, salgamos de la cárcel. Nos estamos ganando la libertad". Por ello no se pierden una clase de interpretación. "Por las mañanas disponemos de cuatro horas diarias para ensayar". Y como en todo lugar, existen unas normas. "Mientras estamos en el teatro está prohibido hablar de los problemas del módulo y solamente pueden salir quienes hayan cumplido la cuarta parte de su condena". También afrontan otras tareas paralelas al teatro. Miguel Ángel trabaja como encargado de mantenimiento y de la limpieza de la prisión, un cargo que "hay que ganárselo procurando no tener partes, ni meterse en líos, ni andar con drogas". Este grupo lleva cuatro años entre bambalinas. Tienen tablas, tantas que, actualmente, uno de los juristas de la prisión les está escribiendo una obra original sobre el mundo penitenciario. Será su próxima interpretación, una labor que no la hacen por dinero, lo recaudado es para la organización benéfica Intermón, pero que les permitirá tener su visa, su visado a la libertad.


Fuente: http://www.deia.com/2009/11/05/ocio-y-cultura/que-mundo/el-teatro-una-visa-a-la-libertad