jueves, 7 de mayo de 2009

¡PIDO PERDÓN A TODOS!


Severo-Matías MOTO NSA, .Presidente del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial

Mis compañeros, guineo ecuatorianos, guineos, guineanos, guineo ecuatoriales (no sé si también los “equató) se acordarán seguramente del cuento del tigre y la tortuga que tomaron la decisión de participar en un concurso de tumbas (“Nkúú”).

El tigre, como siempre, engreído y prepotente se perdió en la inmensidad de la selva a preparar su tumba para evitar que la gente se metiera a criticar o conocer su obra antes de que saliera a la luz. La tortuga, en cambio, dechado de modestia y reconociendo sus debilidades, colocó su tronco a la vera del camino por donde pasaba la gente que iba y venía de sus faenas silvestres. Cada vez que oía los pasos o murmullos de gente, se escondía detrás de la tumba, bajo una hoja ancha, desde donde seguía muy atento los comentarios, críticas, correcciones y alabanzas y vituperios sobre su obra; procediendo a introducir las oportunas correcciones.

El cuento acaba dejando claro el triunfo de la obra de la tortuga, hecha de consejos orientaciones y correcciones. En fin, rozando la perfección.

Uno, en política, ha intentado y seguirá intentando imitar a la tortuga. Comprometidos con la honestidad, la luz y taquígrafos son los instrumentos con que venimos caminando en nuestro proyecto político. Quizás por eso, y gracias a eso el Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial es lo que es. Un trasunto de claridad, transparencia y apertura.

La carta enviada al tirano de Guinea Ecuatorial, firmada por, al menos, cinco grupos de oposición, exiliados en España, no ha podido tener peor suerte, tanto por parte de algunos de los grupos de oposición, que se desligan de ella, como de celosos observadores, críticos y despotricadores. Es la viva imagen de la tortuga puesta a la vera del camino para “aprender”, aunque sea a palos.

No sé qué hubiera sido de los que suscribieron esa carta y la enviaron; si, como el tigre, en vez de ser pública, todo hubiera sido oscuro, en secreto, evitando que se conociera, y con fines e intereses verdaderamente espurios y oscuros.

Por obvias razones de haber sido yo el centro de los dardos, y por respeto absoluto a quienes han hecho uso de su derecho a opinar, enfadarse y hasta sentirse cabreados, me veo en la obligación de pedir perdón. Por todo: por el solo hecho de escribir a un tirano y proponer un diálogo urgente con la oposición. Porque no fui capaz de (como lo hacen otros…) congregar a toda la oposición (de dentro y fuera); por las múltiples razones que en estos días se han aducido en diversos medios especialmente relacionados con los guineanos y con los “equatoguineanos”. Pido perdón.

Solo dos observaciones:

Primero, me veo obligado también a perdonar a quienes han demostrado no conocerme suficientemente, como político, como persona y como hombre público que hace de sus compromisos morales, éticos y sobre todo religiosos, la razón de su actividad. He visto que tanto los claramente enemigos y saeteros que me han dirigido dardos mortíferos, públicamente, como quienes en línea más reservada y directa o incluso cariñosa, en fin en correspondencia personal, han querido explicar el “terrible error” de escribir, firmar y dirigir una “fatídica” carta proponiendo el diálogo, como una forma de rendirme a los pies de la tiranía; de estar cansado de buscar el final de la misma; de ambicionar, incluso, algún cargo o prebenda de la tiranía.

He tenido una y mil oportunidades de obtener o aceptar regalos, cargos, participaciones y corruptelas de la tiranía, en los 6 años que la sufrí en Guinea Ecuatorial. Todos los sobornos han sido sistemática y despectivamente rechazados. Ni el propio Obiang Nguema ni sus grandes valedores son capaces de, si quiera intentar sobornarnos. Dudar de eso es estar muy por debajo de lo “equató”.

(Entiéndase por “equató”, lo barriobajero, rastrero, miserable, sin nivel. Trato despectivo que los gaboneses daban, o dan, a los exiliados guineos, guineanos, guineoecuatorianos o guineoecuatoriales.)

Segundo, si por un milagro, en el que políticamente no creo; pero como cristiano, sí; tuviera la oportunidad de elegir entre una salida del túnel con un pueblo ensangrentado, abatido y diezmado por un golpe de estado, o una salida con la tiranía atada de pies y manos a la espera del castigo y las correspondientes sentencias judiciales acordes con el dolor que nos han causado, estando las dos situaciones al máximo y mismo nivel de posibilidad de producirse, sinceramente elegiría (a pesar del dolor y de la tragedia en la que estoy inmerso) lo segundo.

Ante la clara ausencia de una u otra salida, a mí se me haría muy difícil enfadarme o evitar la una o la otra, tan legítimas. Más sencillo: Si yo tuviera que elegir entre un golpe de estado sangriento (ese golpe de estado sangriento, al que Obiang Nguema y su “régimen del caos” ya tiene sometido a mi pueblo); o el castigo y aislamiento hasta la extirpación de sus estructuras, de la tiranía, para siempre, no dudaría un instante en elegir lo segundo. Nunca entraré en la ceguera desesperada de someter a mi pueblo a un suplicio, pudiendo simplemente aislar y extirpar el terrible virus que carcome las constantes vitales de mi pueblo.

Termino: Si alguien, un grupo de personas, una fuerza militar, una fuerza de intervención, me planteara la tesitura de elegir entre quitar de en medio a Obiang Nguema, extirpar su tiranía, y castigarlos según la gravedad de sus hechos; o desencadenar un golpe de estado de consecuencias indiscriminadas para mi pueblo, y castigar a los culpables de tanta tragedia; elegiría lo primero. Cualquiera que fuera la solución, no elegiría ninguna, si poco después no fuera para conducir a mi pueblo hacia unas elecciones libres, transparentes y justas, para sentar las bases de nuestras libertades, derechos humanos y democracia. “Ama et fac quod vis” (Ama y haz lo que quieras…) El gran reto es la intención final.

Pido perdón a todos los que se han sentido ofendidos, molestos, contrariados, cabreados, por haber sido yo, parte de los que nos reunimos, escribimos, firmamos y enviamos la “fatídica” carta proponiendo un diálogo para poner fin a la tiranía.