Uno de nuestros asiduos colaboradores nos manda un interesante artículo y como bien dice, en la carta que adjunta, hace falta el compromiso de todos para darle vida a la democracia.
Todo un ejemplo de colaboración y así, si crees que hay algo interesante para el conjunto de los exiliados y amigos, algún artículo o aportación que puedas hacer no lo dudes y apoya la causa como bien puedas que siempre serás muy bienvenido.
Todo ser humano nace con ciertos derechos naturales. Ellos son los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. Son inherentes al individuo y nadie se los otorga porque preexisten. Tampoco nadie debería quitárselos, aunque lo intentan a diario.
El derecho a la VIDA está implícito en el ser humano. Con él, viene asociado el derecho a ejercer con LIBERTAD sus decisiones, haciéndose cargo de sus consecuencias. De eso se trata la libertad. Elegir y responsabilizarse por lo que ello pueda provocar.
De ese derecho se desprende que el individuo es dueño de su cuerpo, y por ende de lo que genera su singularidad. Así, la PROPIEDAD PRIVADA se desprende como un derecho natural que surge de su vida y su libertad.
Sin embargo, mucha gente, tal vez demasiada, asume que la democracia y la república son derechos que les corresponden así porque sí. Es como que vienen por añadidura. Y hasta creen que se trata de otro derecho natural.
No asumen que esa forma de vida se deriva de un acuerdo social en el que los habitantes de una comunidad pretenden vivir bajo el imperio de la ley, buscando un conjunto de normas que posibiliten la preservación de sus derechos naturales, garantizando la vida, la libertad y la propiedad privada.
Pero esos ciudadanos que asumen esa idea de creer ganado el derecho a la república sin esfuerzo alguno, olvidan que lograrlo precisa de gente con férreos principios.
No existe república sin republicanos. Para ello, es imprescindible mucha conducta ciudadana que no se agota participando de una votación cada tanto. Esa es una versión muy infantil de la democracia y la república. Además, de conveniente para la partidocracia que promueve esta forma descomprometida de ejercer los derechos.
Después de todo, votar con alguna frecuencia le permite a la partidocracia ponerse a prueba periódicamente, pero rara vez rendir cuentas de lo hecho, o lo que se ha omitido. Gozar de las ventajas de la República debe ser la consecuencia de un permanente compromiso democrático. Cada uno de nosotros debería luchar activamente por ello, aportando lo que está a nuestro alcance para ejercer nuestra convicción republicana.
No basta con contemplar como suceden las cosas. Tampoco con despotricar contra los que se devoran a diario la republica y viven, parasitariamente, de ella.
A muchos políticos populistas, disfrazados de demócratas, les gusta recitar ese simpático discurso, de convocar a la gente a participar de la actividad política. Sostienen, ampulosamente, que los ciudadanos deben involucrarse en la vida de los partidos políticos, sumándose a sus filas para fortalecer la dirigencia y darle sustentabilidad al sistema de partidos.
Suena atractivo y convocante como discurso. Pero una señal contradictoria nos advierte que casi ninguno de ellos está dispuesto a ejercer internamente, en sus propios partidos, la democracia de la que tanto hablan. De hecho, eligen los candidatos del primero al último, con una técnica tan inmoral como irresponsable. Otra vez, esta allí, el siempre mesiánico "dedo" del líder de turno, que decide quienes son los mejores candidatos para representar a su partido como si fueran propietarios de esa institución a la que tanto prestigio le falta, y a la que tan poco ayudan con sus patéticas practicas.
Por eso, los ciudadanos deben comprometerse, recurriendo a aquello que mejor pueden hacer, sumando desde donde se sientan más seguros y donde sus talentos puedan aportar mayor calidad a la república. No necesariamente desde los partidos.
No sólo sumándose a la militancia partidaria se fortalecen las instituciones. Esa es una falacia propia de los que quieren adueñarse de la republica. A esos, sólo los obsesiona el acceso al poder y todo lo que se deriva de ello. Saben que la política puede ser una actividad profesional muy rentable cuando se ejerce con cierta perversa inteligencia.
Desde ahí se ofrecen cargos, se establecen impuestos y se distribuyen subsidios. Esa es la especialidad de la política, distribuir el dinero que otros hombres libres han generado con su propio esfuerzo.
Está claro que la política es una herramienta, valida por cierto, para modificar la realidad. Tal vez, cierta cuota de escepticismo provenga de ver como tantos que prometen modificar nuestro presente, llegan al poder y olvidan sus convicciones. No sólo no luchan por torcerle el rumbo a los acontecimientos, sino que se pliegan gentilmente frente al poder de turno. Otros, los más, simplemente se resignan a creer que el futuro es sólo una extensión del presente.
Necesitamos ciudadanos comprometidos. La república lo precisa. La militancia no es patrimonio exclusivo de los partidos políticos. NO es esa la única forma de modificar la realidad. Todos debemos aportar para sostener la república, mejorarla y hacerla un instrumento de transformación para provecho de estas generaciones y las venideras.
Hay que entender que contribuir con la república no es un mero enunciado, requiere de esfuerzos, pero no de los que provienen del sacrificio autoflagelante, sino del que surge de las entrañas y de las más profundas creencias.
Se cambia la historia de una sociedad cuando las convicciones son superiores al conformismo, cuando la sociedad entiende, a través del comportamiento de sus individuos, que algunas cosas deben modificarse para seguir avanzando en el camino de una convivencia pacifica, pero capaz de dejar de lado las injusticias.
La republica NO es un derecho natural. Requiere de esfuerzos y compromiso. Incluso aquellos que recitan a diario ser defensores de estas ideas, a veces no aportan ni su tiempo ni su dinero para defender esas causas. Sin embargo, si lo hacen, depositando dinero en las cuentas bancarias de esos partidos políticos que luego fabrican dirigentes que sólo saben quitarles riquezas a los individuos que las generan con esmero.
Está claro, que la sociedad termina pagando esa falta de compromiso, esa abulia ciudadana de no aportar ni tiempo, ni recursos para apoyar sus creencias. El costo de esta inacción resulta altísimo. Frente a cada crisis económica e institucional se paga esa debilidad, con más impuestos, endeudamiento o inflación. Los argentinos sabemos demasiado de esto.
Lo que parece barato, termina siendo demasiado caro. Dejar que los saqueadores sigan esquilmando a los individuos, aprovechándose de los rudimentos de la democracia, no es el camino. Pero hay que hacerse cargo. Muchos que pueden cambiar el rumbo, no lo hacen. Es más, alimentan a los depredadores de turno brindándoles logística y recursos para que luego, los triunfadores se ufanen de representar a los más. Cada vez más, la República, merece mayor protagonismo por parte de los ciudadanos. Los individuos debemos merecernos la república y para eso, hemos de estar dispuestos a poner algo más que nuestra queja sistemática e inconducente. No se puede seguir cediendo espacios a los aprovechadores del poder. La gente debe involucrarse, no sólo en los partidos. Aportar lo que cada uno sabe es la tarea. En cada asociación y en cada barrio, desde la religión y el deporte, en la actividad cultural y social, a través de los medios de comunicación o desde la actividad gremial. Todo suma, todo sirve, pero hay que hacerlo con convicción. La República se construye día a día. Eso precisa de amplitud democrática, tolerancia y respeto por el pensamiento ajeno. La pluralidad no es una opción.
La República precisa republicanos. No se trata sólo de recitarla asumiéndola como algo que estará allí siempre. Hay que merecerla. Sino hacemos lo suficiente no habrá derecho a reclamar por su ausencia. Si no hacemos lo correcto, no podremos quejarnos por su fragilidad. El derecho a la República hay que ganárselo.
Fuente: http://www.relial.org/Articulos/articuloDetalle.asp?Id=8101
El derecho a la VIDA está implícito en el ser humano. Con él, viene asociado el derecho a ejercer con LIBERTAD sus decisiones, haciéndose cargo de sus consecuencias. De eso se trata la libertad. Elegir y responsabilizarse por lo que ello pueda provocar.
De ese derecho se desprende que el individuo es dueño de su cuerpo, y por ende de lo que genera su singularidad. Así, la PROPIEDAD PRIVADA se desprende como un derecho natural que surge de su vida y su libertad.
Sin embargo, mucha gente, tal vez demasiada, asume que la democracia y la república son derechos que les corresponden así porque sí. Es como que vienen por añadidura. Y hasta creen que se trata de otro derecho natural.
No asumen que esa forma de vida se deriva de un acuerdo social en el que los habitantes de una comunidad pretenden vivir bajo el imperio de la ley, buscando un conjunto de normas que posibiliten la preservación de sus derechos naturales, garantizando la vida, la libertad y la propiedad privada.
Pero esos ciudadanos que asumen esa idea de creer ganado el derecho a la república sin esfuerzo alguno, olvidan que lograrlo precisa de gente con férreos principios.
No existe república sin republicanos. Para ello, es imprescindible mucha conducta ciudadana que no se agota participando de una votación cada tanto. Esa es una versión muy infantil de la democracia y la república. Además, de conveniente para la partidocracia que promueve esta forma descomprometida de ejercer los derechos.
Después de todo, votar con alguna frecuencia le permite a la partidocracia ponerse a prueba periódicamente, pero rara vez rendir cuentas de lo hecho, o lo que se ha omitido. Gozar de las ventajas de la República debe ser la consecuencia de un permanente compromiso democrático. Cada uno de nosotros debería luchar activamente por ello, aportando lo que está a nuestro alcance para ejercer nuestra convicción republicana.
No basta con contemplar como suceden las cosas. Tampoco con despotricar contra los que se devoran a diario la republica y viven, parasitariamente, de ella.
A muchos políticos populistas, disfrazados de demócratas, les gusta recitar ese simpático discurso, de convocar a la gente a participar de la actividad política. Sostienen, ampulosamente, que los ciudadanos deben involucrarse en la vida de los partidos políticos, sumándose a sus filas para fortalecer la dirigencia y darle sustentabilidad al sistema de partidos.
Suena atractivo y convocante como discurso. Pero una señal contradictoria nos advierte que casi ninguno de ellos está dispuesto a ejercer internamente, en sus propios partidos, la democracia de la que tanto hablan. De hecho, eligen los candidatos del primero al último, con una técnica tan inmoral como irresponsable. Otra vez, esta allí, el siempre mesiánico "dedo" del líder de turno, que decide quienes son los mejores candidatos para representar a su partido como si fueran propietarios de esa institución a la que tanto prestigio le falta, y a la que tan poco ayudan con sus patéticas practicas.
Por eso, los ciudadanos deben comprometerse, recurriendo a aquello que mejor pueden hacer, sumando desde donde se sientan más seguros y donde sus talentos puedan aportar mayor calidad a la república. No necesariamente desde los partidos.
No sólo sumándose a la militancia partidaria se fortalecen las instituciones. Esa es una falacia propia de los que quieren adueñarse de la republica. A esos, sólo los obsesiona el acceso al poder y todo lo que se deriva de ello. Saben que la política puede ser una actividad profesional muy rentable cuando se ejerce con cierta perversa inteligencia.
Desde ahí se ofrecen cargos, se establecen impuestos y se distribuyen subsidios. Esa es la especialidad de la política, distribuir el dinero que otros hombres libres han generado con su propio esfuerzo.
Está claro que la política es una herramienta, valida por cierto, para modificar la realidad. Tal vez, cierta cuota de escepticismo provenga de ver como tantos que prometen modificar nuestro presente, llegan al poder y olvidan sus convicciones. No sólo no luchan por torcerle el rumbo a los acontecimientos, sino que se pliegan gentilmente frente al poder de turno. Otros, los más, simplemente se resignan a creer que el futuro es sólo una extensión del presente.
Necesitamos ciudadanos comprometidos. La república lo precisa. La militancia no es patrimonio exclusivo de los partidos políticos. NO es esa la única forma de modificar la realidad. Todos debemos aportar para sostener la república, mejorarla y hacerla un instrumento de transformación para provecho de estas generaciones y las venideras.
Hay que entender que contribuir con la república no es un mero enunciado, requiere de esfuerzos, pero no de los que provienen del sacrificio autoflagelante, sino del que surge de las entrañas y de las más profundas creencias.
Se cambia la historia de una sociedad cuando las convicciones son superiores al conformismo, cuando la sociedad entiende, a través del comportamiento de sus individuos, que algunas cosas deben modificarse para seguir avanzando en el camino de una convivencia pacifica, pero capaz de dejar de lado las injusticias.
La republica NO es un derecho natural. Requiere de esfuerzos y compromiso. Incluso aquellos que recitan a diario ser defensores de estas ideas, a veces no aportan ni su tiempo ni su dinero para defender esas causas. Sin embargo, si lo hacen, depositando dinero en las cuentas bancarias de esos partidos políticos que luego fabrican dirigentes que sólo saben quitarles riquezas a los individuos que las generan con esmero.
Está claro, que la sociedad termina pagando esa falta de compromiso, esa abulia ciudadana de no aportar ni tiempo, ni recursos para apoyar sus creencias. El costo de esta inacción resulta altísimo. Frente a cada crisis económica e institucional se paga esa debilidad, con más impuestos, endeudamiento o inflación. Los argentinos sabemos demasiado de esto.
Lo que parece barato, termina siendo demasiado caro. Dejar que los saqueadores sigan esquilmando a los individuos, aprovechándose de los rudimentos de la democracia, no es el camino. Pero hay que hacerse cargo. Muchos que pueden cambiar el rumbo, no lo hacen. Es más, alimentan a los depredadores de turno brindándoles logística y recursos para que luego, los triunfadores se ufanen de representar a los más. Cada vez más, la República, merece mayor protagonismo por parte de los ciudadanos. Los individuos debemos merecernos la república y para eso, hemos de estar dispuestos a poner algo más que nuestra queja sistemática e inconducente. No se puede seguir cediendo espacios a los aprovechadores del poder. La gente debe involucrarse, no sólo en los partidos. Aportar lo que cada uno sabe es la tarea. En cada asociación y en cada barrio, desde la religión y el deporte, en la actividad cultural y social, a través de los medios de comunicación o desde la actividad gremial. Todo suma, todo sirve, pero hay que hacerlo con convicción. La República se construye día a día. Eso precisa de amplitud democrática, tolerancia y respeto por el pensamiento ajeno. La pluralidad no es una opción.
La República precisa republicanos. No se trata sólo de recitarla asumiéndola como algo que estará allí siempre. Hay que merecerla. Sino hacemos lo suficiente no habrá derecho a reclamar por su ausencia. Si no hacemos lo correcto, no podremos quejarnos por su fragilidad. El derecho a la República hay que ganárselo.
Fuente: http://www.relial.org/Articulos/articuloDetalle.asp?Id=8101