Parece que lo evidente y la tozuda realidad se van abriendo paso ante el silencio cómplice y criminal de los poderosos. Son muchos los españoles que están asomándose a la realidad guineana y se sienten espantados. Sigamos con la lucha y llevemos nuestra voz a todos los foros posibles. Solo así podremos hacer realidad el grito de auxilio de un pueblo amordazado y salvajemente maltratado.
Todos los países europeos han mantenido o han intentado mantener una relación positiva con las que fueron sus colonias. Pero España ha sido siempre una excepción.
Se ha dejado a los saharauis abandonados a su suerte y se ha permitido impunemente que un dictador campe a sus anchas por Guinea Ecuatorial.
Un dictador con ramalazo genocida, porque mientras gracias al petróleo, el PIB per capita en el 2007 de este país africano alcanzó ¡los 440.000 dólares! más que los suizos, franceses, alemanes y no digamos ya la propia España, la mayoría del país vive en la miseria.
Es un escándalo de proporciones colosales, porque aquí no se trata de que cuatro aprovechados en el gobierno trafiquen con los donativos y unos recursos escasos, sino que se aprovechan de la circunstancia extraordinaria de ser el tercer productor de petróleo de África Subsahariana.
Los guineanos podrían vivir bien, razonablemente bien con un gobierno decente, y no lo tienen, y España no hace nada, absolutamente nada para cambiar este estado de cosas.
Aquí lo que se lleva de la mano de Leire Pajin, es el discurso facilón y la organización de encuentros de mujeres hispano-africanas. Estas últimas, naturalmente, vestidas con trajes típicos que siempre dan al encuentro una nota de color y de multiculturalidad.
Ahora, cuando se trata de meter mano a una cuestión brutalmente injusta que clama al cielo, como Guinea, Zapatero y su gobierno, empezando como es lógico por Moratinos, lo asumen con la misma naturalidad que asumimos la lluvia.
Pero Teodoro Obiang no es una consecuencia necesaria de la naturaleza, sino un dictador tan minúsculo que se sustenta sobre poco más de mil hombres armados, que puede utilizar la violencia porque los grandes países, empezando por el que tiene una responsabilidad histórica, es decir España, le deja hacerlo.
Mientras Guinea sea lo que es, cualquier discurso del gobierno español sobre derechos humanos, solidaridad, justicia internacional y “pacto de civilizaciones”, no tendrá la más mínima credibilidad, porque, seamos claros y realistas: se puede entender las dificultades para bregar por los derechos humanos frente al titán chino, pero no se entiende en absoluto esa actitud de amable cabildeo con esa pulga que como potencia es el gobierno de Guinea Ecuatorial.