domingo, 28 de marzo de 2021

DECLARACIONES DE ARMENGOL ENGONGA AL PRESTIGIOSO DIARIO ESPAÑOL ABC

Guinea Ecuatorial, medio siglo de dictadura bañada en petróleo

Después de la independencia de España en 1968, el país ha conocido dos dictaduras, la de Francisco Macías y la de su sobrino, Teodoro Obiang, que se ha convertido en el déspota más longevo del mundo, tras 42 años de poder

                              Teodoro Obiang gobierna Guinea Ecutorial desde 1979, cuando derrocó a su tío - EFE

ABC Internacional 28-03-21

Después de la independencia de España en 1968, el país ha conocido dos dictaduras, la de Francisco Macías y la de su sobrino, Teodoro Obiang, que se ha convertido en el déspota más longevo del mundo, tras 42 años de poder




Tras ganar la independencia de España, en octubre de 1968, y hasta el golpe de Estado de agosto de 1979, Macías ejerció el poder con puño de hierro, sometiendo a Guinea Ecuatorial a uno de los regímenes más destructivos de África. A pesar de su antiespañolismo, que adoptó por conveniencia después una carrera de funcionario leal a la metrópoli, no dudó en conservar organizaciones franquistas, manteniendo un trasunto de la Sección Femenina de la Falange y eligiendo la camisa azul para el uniforme de sus juventudes patrióticas. Mientras aporreaba las puertas de la Unión Soviética, la Cuba de Castro y la Corea del Norte de Kim Il-sung, donde su mujer y sus dos hijas se exiliaron durante casi dos décadas, ordenaba a los ciudadanos que desfilaran con troncos al hombro, castigándolos si llamaban palos a lo que solo permitía denominar fusiles.
«Macías es un personaje especial, con características peculiares», explica el historiador Gustau Nerín (Barcelona, 1968), autor del artículo ‘Francisco Macías: nuevo estado, nuevo ritual’ (2016). «Se había criado en la dictadura franquista, durante la etapa colonial, por lo que tenía una cultura temible, autocrática y antidemocrática. Su poder se basaba en la intimidación de la población, con actos de escarmiento para mantenerla aterrorizada, como las ejecuciones o las palizas públicas», añade.
Subrayando la oscuridad de su mandato, el africanista Omer Freixa (Israel, 1980) tampoco tiene palabras de alabanza para Macías: «En los primeros diez años de dictadura, hubo unos 50.000 muertos», detalla. «Su sobrino, Teodoro Obiang, que había sido el jefe de las fuerzas de seguridad, lo derrocó y lo ejecutó, después de un juicio sumarísimo. Hoy en día, el país tiene uno de los peores registros en libertades del mundo», lamenta.
«Obiang no es más que la continuación de la tiranía de Macías. Es como si Himmler hubiera sustituido a Hitler», resume Donato Ndongo-Bidyogo (Niefang, 1950), autor de la reputada obra ‘Historia y tragedia de Guinea Ecuatorial’ (1977). «Desde que llegó al poder, hace 42 años, solo ha procurado descomponer todo el tejido social, político y económico».

De una opresión a otra

Ubicados en el golfo de Biafra, la isla de Malabo, antes llamada Fernando Poo; la isla de Anobón, minúscula y remota, y la Región Continental, el antiguo Río Muni, que hace frontera con Camerún y Gabón, son los principales territorios que integran Guinea Ecuatorial. Marcada por el comercio triangular, el tráfico de esclavos y la lucha entre las potencias europeas por fortalecer sus imperios, la historia del país posee un fondo trágico. Su relación con España se remonta al siglo XVIII, con la firma de los tratados de San Ildefonso (1777) y El Pardo (1778), cuando Portugal cedió la soberanía de las islas, dando permiso para realizar actividades comerciales en la costa continental. Con el tratado hispano-francés de junio de 1900, la extensión de esa última porción de la colonia quedó fijada definitivamente.
«Carlos III quería una base para desplegar la trata de esclavos», señala el historiador Gonzalo Álvarez-Chillida (San Sebastián, 1958), especialista en Guinea Ecuatorial, que recuerda cómo la explotación se recrudeció en la zona en la primera mitad del siglo XIX. Después de la sublevación de esclavos en la colonia francesa de Santo Domingo, el actual Haití, el cultivo de caña de la azúcar se potenció en Cuba, con consecuencias catastróficas. «Entre 1790 y 1860, se llevó a unos 800.000 esclavos a la isla», añade. «Para la opinión pública española, el interés por la colonia africana comenzó con la pérdida del protectorado de Marruecos», puntualiza después.

La riqueza se evapora

Con cultivos de café y cacao y rica en madera, Guinea Ecuatorial fue explotada por los españoles, que se acercaron al territorio de manera desorganizada y tardía. A mediados del siglo XX, la dictadura de Francisco Franco, hostigada por una comunidad internacional decididamente opuesta al colonialismo, comenzó a recibir presiones de las Naciones Unidas, pues la organización exigía que se pusiera en marcha el camino de la independencia. De manera sucesiva, Madrid convirtió a la colonia en dos provincias, la de Río Muni y Fernando Poo, en julio de 1959; luego, en un territorio autónomo, tras el referéndum de 1963, para terminar con la independencia, proclamada en una fecha tan paradójica como el 12 de octubre de 1968. Con las dictaduras de Macías y luego de Obiang (Acoacán, 1942), las esperanzas de democracia se evaporaron.
Cuatro décadas más tarde, Obiang, que sucedió a su tío después de ordenar su muerte, continúa al frente de uno de los regímenes más opacos del mundo, situado en el puesto 174 de los 180 países analizados por Transparencia Internacional. Explotado con avaricia desde mediados de los 90, el petróleo, que revitalizó la dictadura y engrasó su maquinaria represiva, no satisfizo el deseo de justicia social de los ecuatoguineanos, abocados a la pobreza y la sumisión a una élite política corrupta. Una sucesión de desdichas que se reproduce con frecuencia, según los expertos.
Como recuerda el historiador Frederick Cooper en ‘Historia de África desde 1940’ (Rialp, 2021), la extracción de petróleo no suele enriquecer a la población local de los países africanos, que a menudo contempla cómo el dinero desfila ante sus ojos sin llegar a disfrutar de mejoras en su nivel de vida o en sanidad y educación. De un vistazo, las cifras confirman esa tendencia desesperanzadora. Según datos del Banco Africano de Desarrollo, tres cuartas partes de la población ecuatoguineana vivía con menos de dos dólares al día en 2012, a pesar del crecimiento que había experimentado el PIB desde 1995 gracias a la aparente bonanza del oro negro.
«Los hilos del despotismo se afilaron por el petróleo», añade Freixa. Sobre esa consideración, varios informes de organizaciones en defensa de los derechos humanos muestran un panorama desolador. En ‘Bien engrasado. Petróleo y derechos humanos en Guinea Ecuatorial’ (2009), Human Rights Watch (HRW) sentenciaba que los «miles de millones de ingresos petroleros no se han traducido en beneficios económicos generalizados para la población». No menos crítica, Amnistía Internacional (AI) exponía los abusos de la dictadura en ‘Guinea Ecuatorial. 40 años de represión y de imperio del miedo’ (2019), detallando las torturas a las que han sido sometidos opositores, colgados por pies y manos en las comisarías o víctimas de palizas por no colaborar con el sistema.

Desesperanza

«Si Obiang sigue en el poder, es porque países como Francia, Estados Unidos o España han colaborado para mantenerle ahí», denuncia Armengol Engonga Ondo (Evinayong, 1950), presidente del opositor Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial. «Mientras dependía de la cooperación española, los gobiernos de González y Aznar pudieron condicionarle. Pero cuando llegó el petróleo, Obiang se sintió fuerte y empezó a hacer caso omiso».

Recordando la fragilidad de un tejido educativo y sanitario insuficiente y débil, y proponiendo una transición para su país «con la española como punto de partida», Engonga denuncia la ineptitud de la familia gobernante, lanzando sus dardos contra el probable sucesor del dictador, su polémico hijo y también vicepresidente, Teodoro ‘Teodorín’ Nguema (Acoacán, 1968). «Los hijos de Obiang apenas han estudiado nada. Se supone que son políglotas, porque hablan todos los idiomas, pero lo hacen mal. Teodorín decía el otro día algo de ‘compatriotos’, que es lenguaje inclusivo, pero al revés», ironiza.

En febrero de 2020, un tribunal de apelación de París condenó a Teodorín Obiang a tres años de cárcel exentos de cumplimiento y a una multa de 30 millones de euros, tras ser acusado de blanqueo de dinero y corrupción. En las redes sociales, es frecuente que el candidato a heredar el régimen exhiba sin ningún sonrojo su tren de vida, que provoca una mueca de desagrado si se compara con el de la mayoría de los habitantes de su país. Entre la desconexión con la realidad y lo impúdico de la corrupción, el disimulo no parece preocuparle. Tampoco la contención. En 2016, las autoridades suizas le confiscaron 25 coches de lujo, que se vendieron en subasta por unos 22 millones de euros.

«Teodorín no tiene formación. Cuando estudiaba la Primaria, coincidió conmigo en la escuela, en 1978. Iba poco a clase», recuerda el escritor ecuatoguineano Juan Tomás Ávila Laurel (Malabo, 1966), exiliado en España y una de las voces más abrasivas contra el régimen. «Siempre se dice que Obiang está enfermo y a punto de morir, pero ha sobrevivido a mucha gente. Ha expulsado de sus puestos a personas que sabía que tenían algo en contra de su hijo. El país está minado de soplones», lamenta. «No quieren soltar el poder porque son ladrones y tienen crímenes de sangre», concluye el novelista, acerca de la familia gobernante.
«A partir de los años 90, el régimen se volvió más totalitario. Gracias al petróleo, combinó la represión con la compra de voluntades», explica un vecino de Bata, capital económica de Guinea Ecuatorial, que pidió mantener el anonimato, pero que es uno de los mejores conocedores de la situación política del país. «No veo nada claro que la dictadura vaya a terminar», añade, descorazonado. «Creo que los partidos son incapaces de agitar a la población. Una transición como la que hubo en España fue posible gracias a Suárez, pero aquí no veo a nadie así», reflexiona.

«En toda la dictadura, la oposición no ha hecho más que emitir comunicados, pero eso no es eficaz. Eso no puede resolver nada», opina Ndongo-Bidyogo, que considera que Obiang se encuentra en apuros, preso del desprecio que suscita en el mundo. «El régimen no tiene apoyo internacional de Occidente, pero sí hay presencia de China, Rusia, Venezuela y Cuba», explica el historiador. «Dentro del conjunto africano, nadie le cree. Hace diez años, alardeaba de tener el mejor PIB de África, pero ahora, con la pandemia, los ministros van a hospitales de Camerún», añade, sobre la falta de un sistema sanitario de calidad.

Esas carencias se hicieron especialmente dolorosas el pasado 7 de marzo, cuando la explosión de un polvorín militar en Bata arrebató la vida a centenares de personas, dejando unos 600 heridos. Es el último infortunio de una cadena con nombres y apellidos.