miércoles, 18 de diciembre de 2013

LOS GOBIERNOS DEL PSOE NO HAN APOYADO LA DEMOCRACIA EN AFRICA



El MUNDO.- JAVIER NART
18/12/2013

El Gobierno español despreció la liberación de Nelson Mandela

El régimen del ‘apartheid’ quiso emprender una transición negociando con el líder negro e ideó un plan de apoyo exterior en el que propuso a España un papel clave
«El Régimen Racista Sudafricano propone nuestra intermediación en el proceso de transición en Sudáfrica… ¡¡y la liberación de Nelson Mandela!!». 

Enrique Ballester, entonces compañero del PSOE, me expuso el trascendental mensaje que le había llegado desde los Servicios de Información del Ejército Sudafricano, a través de su amigo personal, el muy discreto y eficaz Jacinto Soarez Veloso, miembro del FRELIMO mozambiqueño, Ministro de Cooperación y anterior responsable de los servicios secretos. 
La racista República de Sudáfrica por aquel 1989 era una potencia hegemónica, arrasadora en el contexto del África austral. 
La exposición que me realizó Enrique Ballester era tan revolucionaria como inevitable. Afirmaban los sudafricanos: «El poder militar es solamente un medio para imponer una solución política. Tenemos fuerza suficiente para aplastar con ella a todos nuestros enemigos… Hasta el momento en el que la realidad demográfica negra termine por hacer inviable nuestra propia hegemonía (la blanca, naturalmente). Hemos llegado al cenit de nuestra capacidad. A partir de este punto nuestra acción será descendente y la subversión ascendente. Ganaremos tácticamente pero perderemos estratégicamente. Es imposible mantener nuestra supremacía excluyente de la mayoría social. Aun a nuestro pesar tenemos que integrar a la población negra… bajo nuestras condiciones». 
Su planteamiento pasaba por otorgar voto a la población mediante una Constitución que permitiera a la minoría blanca disponer de una capacidad de bloqueo. 
Donde empezó todo 
Años atrás la esposa de Enrique Ballester compartía habitación en la Maternidad de Argel con una mujer también en situación de parto. De allí surgió una buena amistad que se extendería a sus respectivos maridos, Enrique y un tal Jacinto Soares Veloso. 
Ese Jacinto Soares Veloso había sido oficial piloto del ejército colonial portugués, desertando en 1963 con su avión T6 pasándose a la guerrilla del FRELIMO con la que compartía roja ideología, por encima del color de su blanca piel. Y, tras la independencia, devendría el hombre gris, pero el hombre clave tras el Presidente Samora Machel. Fue, ya con rango de mayor-general, responsable de los Servicios de Seguridad Nacional, Jefe de la Fuerza Aérea y, por último, Ministro de Cooperación Internacional ya con el Presidente Chissano. 
La Inteligencia sudafricana, a espaldas de su propio Gobierno, había establecido un proceso de futuro para el que precisaba apoyo exterior para la transición… controlada. El foso insalvable era que Mandela se pudría desde hacía 20 años en el presidio de Robben Island. 
«Ese es el problema y también la solución. Solamente podemos solucionar el bloqueo actual con el líder negro indiscutible, ése es Mandela. El único capaz de gestionar la negociación y la paz, quien deberá ser el Presidente de la futura nación». 
Esa operación precisaba de la comprensión-apoyo europeo. Ahí jugaba España. 
Prestigio de España 
«El Gobierno de Felipe González tiene un alto prestigio en Europa y ante los Estados Unidos, con una ventaja: ustedes no son potencia regional. Sus intereses en la región son muy limitados. No tenemos nada que temer de España», indicaron. 
La proposición era revolucionaria. Pondría a España en primera línea de protagonismo de un proceso histórico, decisivo en importancia y relevancia para África. 
Yo por entonces era asesor de Política Internacional en Presidencia de Gobierno, donde el responsable era Juan Antonio Yáñez. 
Con semejante bomba se me concertó una cita en la Moncloa, exponiendo la propuesta a un hiperescéptico Yáñez que, tras un corto silencio despachó la cuestión con un breve comentario: 
«Es una provocación de los Servicios Secretos Sudafricanos en la que no debemos caer». 
Yo me quedé atónito: 
«¿Qué interés tienen en intoxicarnos?» –repliqué–. Aún si lo fuera podemos hacer un seguimiento discreto. Sin comprometernos. Yo no figuro públicamente en ningún organigrama del Estado. «Tomaríamos la temperatura al paciente» sin riesgo para nuestra diplomacia. Y con plena libertad en las decisiones institucionales. 
Yo disponía de pasaporte diplomático. Pero por mi expreso deseo no quería figurar en organigrama alguno ni recibir tampoco sueldo. Era asesor externo al que únicamente se le pagaban los gastos de viaje y dietas. Y ni un céntimo más. De este modo mi presencia siempre sería personal (aunque conocida mi representatividad) y en caso de tan hipotética como disparatada «provocación», el único que se quemaba era un servidor. Esto es, nadie. 
Insistí en que no me parecía un disparate y que España, el Gobierno socialista de Felipe González protagonizaría un acontecimiento clave, trascendental, que excedía incluso con mucho el propio escenario sudafricano o la personalidad de Nelson Mandela. 
Juan Antonio Yáñez se negó en rotundo a profundizar en lo que determinó como puro aventurismo. Y ahí quedó todo… 
Pues bien, un año más tarde, la República Sudafricana sorprendería al mundo trasladando a Nelson Mandela desde la celda a su domicilio. Sorpresa que continuaría abriendo las negociaciones que yo había anunciado y que seguirían en diciembre de 1990 en la Convención para una Sudáfrica Democrática (CODESA). 
Y, en poco tiempo más, Nelson Mandela pasaría de preso en Robben Island a Pretoria como Presidente de la nueva República de Sudáfrica. 
Hay prudentes que, por si lloviera en Almería, no salen en agosto a la calle ni con paraguas. 
Que, a veces, hasta nieva. Así dicen.