lunes, 17 de enero de 2011

¡YAYO!: ¿CUÁNDO VOLVEMOS A GUINEA ECUATORIAL?




¡YAYO!: ¿CUÁNDO VOLVEMOS A GUINEA ECUATORIAL?

Por Severo Matías Moto Nsa


En alguna de mis declaraciones he hecho mía la gran frase de la Biblia: “Ut videas filios filiorum tuorum, pax super Israel” (Para que veas a los hijos de tus hijos, que haya paz sobre Israel)

Acabo de vivir una terrible experiencia en estos días cercanos a las alegrías de la Navidad 2010. Asistir, invitado, en la Noche Buena (lo pongo en mayúsculas por la profunda y santa ternura cristiana que me produce el acontecimiento) a la casa de una hija; y en la Noche Vieja, fui invitado a encontrarme de nuevo con mi nutrida familia, a la casa de un sobrino.

Como es fácil comprender, y en un orden normal de cosas, a un padre, a un tío, a un abuelo, a un bisabuelo de 67 años como yo, nada más bonito que pegar gritos, mojados de cariñosa baba y sonrisa rasgada, y obligar a todos los míos a estar en mi entorno durante las Navidades. 
 
Mi exilio, mi trágico vacío económico y la cárcel en la que me hallo inmerso en España (exiliado político), por una extraña casualidad y suerte, resulta que mi esposa Margarita se empeñó en reunir una y otra “sobras” (¡Las sobras de Madre saben especial!); sobras animadas con las aportaciones (Cesta de Navidad (¡Juan Carlos…!); botellas… (¡Javier!), y algún que otro giro en Correos, de amigos y compañeros del Partido del Progreso… 
 
Y Margarita, golpeando la mesa con su alma de madre-coraje, de tía, de abuela y de bisabuela, le dio por citar, en su reducto ribereño, a todos:

- De momento, he llamado a todos; y nadie ha dicho que no-me dijo Margarita, con ojos chispeantes de emoción. Y se metió en la cocina, en la nevera y en horno. Yo, claro, me cuidé del armario-bodega que mis amigos (aún me quedan…) me habían procurado…

La Fiesta de la Sagrada Familia fue más interesante que aquellas Navidades en las que Margarita y yo, podíamos obligar a que todos “vinieran a Casa en la Navidad”

A Margarita y a mí me enloquece que los nietos y biznietos nos llamen YAYA o YAYO. Y, si los hijos y sobrinos nos llamaran igual, no nos importaría; al revés. ¡De dónde les vendrá tanto poder a los nietos!
La fiesta y el encuentro familiar terminaron; y mis hijos, sobrinos, nietos y biznieta (Lorena) se fueron largando a sus “difíciles” casas, dejando atrás un tierno manto de nostalgia; mientras Margarita y yo quedábamos recluidos en nuestro rincón ribereño.