Por Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del
Progreso de Guinea Ecuatorial
Pienso en las paradojas de la vida y reflexiono sobre todo lo que es capaz de hacer el ser humano. Sentado en un cómodo sillón que hay en el salón de mi casa dejo la vista pasear por los lomos de los libros que están ordenados en los estantes de la biblioteca. Colecciones sobre música, arte y arquitectura, agricultura y mundo rural, obras clásicas de la literatura mundial y un volumen enciclopédico sobre el siglo XX. Me pica la curiosidad, me levanto y me pongo a ojearlo, a leer los titulares y a ver las fotos que ilustran los textos. Es increíble lo que la humanidad es capaz de hacer y de destruir. Me gustan los reportajes sobre la carrera espacial, pero me voy también a las páginas que tratan las grandes guerras mundiales que la precedieron. La descolonización de África y las penurias de Iberoamérica, la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. Millones de muertes, sufrimiento extremo a manos de regímenes apocalípticos como nazis o comunistas. Hambre, explotación, violencia, miseria y corrupción. Leo que no ha existido enfermedad, virus, pandemia o desastre de la naturaleza que iguale el poder destructivo de la raza humana.
Me paro en los retratos de
personas del mundo, en sus ojos y expresiones. Leo las explicaciones sobre la
panorámica de una mina a cielo abierto, en el corazón de África, donde una masa
de niños y jóvenes me recuerdan a las filas de los hormigueros. Todos ellos
vestidos de barro espeso, cubiertos de telas de saco en las que apoyan cubos
llenos de piedras para lavar y encontrar el oro, los diamantes o lo que sea que
buscan. Rostros sucios manchados de tierra seca, cuarteada. Me indigno. Me
revuelvo en el sillón. Cierro con violencia el tomo sobre la historia del siglo
pasado y pienso en que nada ha cambiado. Siria, Afganistán, Armenia y Azerbaiyán;
por donde cojas el mapa del mundo hay miseria como para quitarte las ganas de vivir.
Me entristece que mi continente
guarde tanto dolor y tantos gobiernos fallidos. De norte a sur los desastres
son evidentes. Las primaveras árabes, que tanta ilusión despertaron, agonizan
en crisis abiertas y sin vías de solución. Quedan guerras enquistadas y tristemente
silenciadas. Un éxodo de africanos huye de sus gobiernos corruptos, despóticos
e inútiles. Hay algunas excepciones de las que ya hablaré en otra ocasión.
Quizá, el ser un exiliado me haga
más sensible a estas emociones. No he logrado superar o perdonar, el que haya
personas por encima de uno que puedan condicionarte la vida para siempre. El
misil que reventó la casa del joven matrimonio ucraniano les marcará para siempre.
Los que huyeron y naufragaron buscando una vida mejor, no van a volver a la
vida. Las mujeres violadas y violentadas que perdieron su inocencia de la
manera más asquerosa e irrecuperable posiblemente nunca vuelvan a sonreír. Nada
de esto lo produce un terremoto ni siquiera una enfermedad, por grave que sea o
parezca. La mayoría de estas atrocidades que se ceba con la gente corriente,
está provocada por otras personas.
No hay duda de que estoy en
política para intentar luchar contra este sin Dios. Mis compañeros, los hombres
y mujeres con los que hablo y trabajo, se sienten muy implicados. Nosotros
sabemos que podemos cambiar las cosas. No vamos a salvar el planeta, ya me
gustaría. No vamos a evitar las desgracias, pero sí podemos cambiar nuestro
entorno más inmediato. Ahora, tenemos esa oportunidad. No me abandona la
esperanza porque estoy seguro de que el cambio va a merecer la pena. En nuestra
formación política mantenemos el optimismo. Más pronto que tarde, hasta los más
tarugos, se darán cuenta de que es mejor contar con la colaboración de todos
para construir una sociedad más justa y más libre. No necesitamos que nos digan
lo que tenemos que hacer. Ya lo sabemos. Lo que queremos es que dejen de dar
ordenes ridículas e ineficaces y permitan que entre todos nos organicemos para
enfrentarnos a los problemas. Tenemos las herramientas para construir una
comunidad de referencia. Lo tenemos todo. Nuestra maldición son los “okupas” del
poder.
Tengo mucha fe en el futuro de Guinea
Ecuatorial. Anoche, antes de acostarme, estuve un rato mirando vídeos de
YouTube. Llevo mucho tiempo siguiendo a algunos jóvenes guineanos que hacen un
trabajo estupendo. Tienen cultura, editan bien, les dan un ritmo muy
profesional a sus vídeos y tratan temas muy interesantes. Son el futuro de
nuestro país y estoy muy orgulloso de ellos. Gracias a sus trabajos he visitado
mi ciudad, Bata, las playas de Malabo y he escuchado a una juventud con
inquietudes y ganas de innovar y exportar Guinea Ecuatorial más allá de sus
fronteras. Leo los comentarios y hay españoles y muchos, muchísimos,
hispanoamericanos que disfrutan del acento guineano, de la belleza de nuestro
país y de las posibilidades que están por explotar.
Tenemos una juventud de lujo que
no necesita más que la desaten y les dejen libertad para crear. Hay músicos, artesanos,
emprendedores, chicas de una belleza sorprendente, no solo físicamente sino
como piensan, y cómo no, auténticos reporteros de la vida cotidiana. Os invito
a que busquéis a estos chicos de YouTube para que veáis por vosotros mismos que
no exagero nada.
El valor de nuestras mujeres
jóvenes, de nuestros muchachos, es oro puro. Como digo siempre, está en
nuestras manos. Pongamos bien arriba a nuestra gente e intentemos convencer a
los brutos de que juntos somos más fuertes.