sábado, 11 de febrero de 2017

ECOS DEL CONGRESO DEL PP

vicesecretario nacional del PP para asuntos territoriales. 

La clave del éxito

No es lo habitual en estos tiempos que un partido en España afronte su Congreso desde el sosiego y más pendiente de sus planteamientos que de las personas que lo van a encarnar. Cuando las ideas son sólidas y los proyectos fuertes, como le ocurre al PP, los liderazgos van sobre ruedas y discurren de forma natural. Y no al revés. Vaya esto por delante para comprender la magnitud de nuestro congreso, destinado a poner al día las ideas y a perfeccionar el proyecto de España.

No hay ideas perdurables si no nacen desde la convicción. En el PP, las ideas son eso, convicciones: la convicción de la defensa de la Constitución como garante de la libertad y de la igualdad de la Nación; la convicción de que no hay excepciones a la igualdad de todos los españoles en derechos y deberes; la convicción de que es el empleo el que garantiza la sociedad del bienestar y la convicción de que sin el centrismo, la moderación, el diálogo, la estabilidad institucional y el europeísmo nuestros principios no se harían realidad de concordia y bienestar para todos los españoles.
Nuestras propuestas no son ficciones acomodaticias ni digresiones, de más o menos exquisitez, cara a la galería, como vemos en otros partidos. Son acción, el motor que genera nuestro proyecto y lo hace realidad cuando tenemos que afrontar la raíz de los problemas de la gente. No hacemos, por ejemplo, buena política económica para que los números cuadren; la realizamos porque la economía, en nuestras ideas, son las personas y para que las personas, los españoles, vivan cada día mejor. La economía es el medio, no el fin. La meta es garantizar que todos los españoles tengan empleo, colegios para sus hijos, sanidad para sus familias, prestaciones para los parados y pensiones dignas. En suma, que todos los españoles tengan igualdad de oportunidades. Esa es la convicción: una economía al servicio de las personas. Y además creo que hemos acertado plenamente en la elección del instrumento político y económico para lograr tan altos objetivos: reformar, dialogar y pactar.
Nuestros adversarios políticos a veces se refieren de forma peyorativa al PP como un partido tradicional. Afortunadamente, lo somos. Los gobiernos del PP han instaurado la tradición de que España funcione. Una tradición, por cierto, bastante “vanguardista” en nuestra historia reciente. Basta con comparar la España de 2011 con la de 2017. Hemos pasado del rescate a la recuperación, del fracaso del paro a la esperanza de 20 millones de empleos y del descrédito mundial al prestigio internacional.
Pero nuestras ideas y nuestras convicciones acabarían volviéndose estériles si no supiéramos entrever la imperiosa necesidad de situarnos a la vanguardia para afrontar los retos futuros, que ya calientan en la banda del presente y, cómo no, empezar a diseñar sus soluciones. Me refiero a los desafíos del cambio demográfico, de las necesidades energéticas o del cambio cultural en su más amplio sentido que nos depara la revolución digital. No estamos en el PP en la posición inmovilista de verlas venir: estamos en la estrategia de salir ya al encuentro de los problemas que mañana serán acuciantes.
En el PP hacemos más que hablamos y debatimos más que nos peleamos. Esa preponderancia del debate y la discusión frente al cainismo de otros partidos es hoy una cultura política muy valiosa : concentramos en España, en los españoles, la mayoría de nuestros esfuerzos como partido y como Gobierno. El Partido discute. El Gobierno hace. Y a la hora de hacer, el Gobierno del PP hace bastante Patria. Por ejemplo, cada vez que se culmina un kilómetro de AVE cohesionamos España, cada vez que se invierte en la Formación Profesional dual integramos a los jóvenes en el derecho a la igualdad de oportunidades. Y cada vez que pactamos, estamos quitando palos a la ruedas del avance de nuestra Nación. Ofrecemos los pactos, los consensos ineludibles que necesitan los españoles: el sistema de pensiones, la educación, la unidad de mercado, la financiación autonómica y local o la reforma de ley electoral municipal para que la alcaldía que se gana en las urnas no se pierda en los despachos.
Nuestro Congreso, sus ponencias y debates, tienen un «relato» primordial: España y su futuro. Nuestra razón de ser es España. Y sin la convicción de su unidad, esa razón de ser perdería su sentido. Creemos en las Autonomías como el estado natural de la pluralidad territorial de España y como un sustento de su unidad. Por eso siempre nos opondremos a quienes desean romperlas o satanizarlas. Estamos dispuestos a dialogar, pero siempre con el ánimo de llegar a acuerdos, no de asumir o acatar la deslealtad institucional como norma.
Tengo una satisfacción en mi ya larga militancia: el asentamiento del PP como un partido-puente entre generaciones. Somos una gran familia desde hace muchos años. Gracias a nuestra condición de partido-puente entre generaciones tenemos la obligación política y moral de tener muy presentes a los inocentes que cayeron a manos del terror. Como el personaje de Bittori de la novela «Patria», de Fernando Aramburu , nada ni nadie nos hará olvidar el dolor que nos causaron ni la injusticia que cometieron quienes empuñaron las pistola . Garantizamos que ni el paso de tiempo ni las máscaras que hoy lucen algunos de los criminales echarán el cerrojo a la memoria, a la dignidad, a la verdad y a la justicia.
En unas décadas hemos hecho un partido nacional fuerte y cohesionado, un partido ganador sin renunciar a ideas o convicciones. La clave del éxito no está en ningún sesudo estudio de marketing político. Es puro sentimiento: se llama España, nuestra querida España.