Por Javier Arenas, vicesecretario nacional del PP para asuntos territoriales.
La clave del éxito
No es lo habitual en estos tiempos
que un partido en España afronte su Congreso desde el sosiego y más pendiente
de sus planteamientos que de las personas que lo van a encarnar. Cuando las
ideas son sólidas y los proyectos fuertes, como le ocurre al PP, los liderazgos
van sobre ruedas y discurren de forma natural. Y no al revés. Vaya esto por
delante para comprender la magnitud de nuestro congreso, destinado a poner al
día las ideas y a perfeccionar el proyecto de España.
No hay ideas perdurables si no nacen
desde la convicción. En el PP, las ideas son eso, convicciones: la convicción
de la defensa de la Constitución como garante de la libertad y de la igualdad
de la Nación; la convicción de que no hay excepciones a la igualdad de todos
los españoles en derechos y deberes; la convicción de que es el empleo el que
garantiza la sociedad del bienestar y la convicción de que sin el centrismo, la
moderación, el diálogo, la estabilidad institucional y el europeísmo nuestros
principios no se harían realidad de concordia y bienestar para todos los
españoles.
Nuestras propuestas no son ficciones
acomodaticias ni digresiones, de más o menos exquisitez, cara a la galería,
como vemos en otros partidos. Son acción, el motor que genera nuestro proyecto
y lo hace realidad cuando tenemos que afrontar la raíz de los problemas de la
gente. No hacemos, por ejemplo, buena política económica para que los números
cuadren; la realizamos porque la economía, en nuestras ideas, son las personas
y para que las personas, los españoles, vivan cada día mejor. La economía es el
medio, no el fin. La meta es garantizar que todos los españoles tengan empleo,
colegios para sus hijos, sanidad para sus familias, prestaciones para los
parados y pensiones dignas. En suma, que todos los españoles tengan igualdad de
oportunidades. Esa es la convicción: una economía al servicio de las personas.
Y además creo que hemos acertado plenamente en la elección del instrumento
político y económico para lograr tan altos objetivos: reformar, dialogar y
pactar.
Nuestros adversarios políticos a
veces se refieren de forma peyorativa al PP como un partido tradicional.
Afortunadamente, lo somos. Los gobiernos del PP han instaurado la tradición de
que España funcione. Una tradición, por cierto, bastante “vanguardista” en nuestra
historia reciente. Basta con comparar la España de 2011 con la de 2017. Hemos
pasado del rescate a la recuperación, del fracaso del paro a la esperanza de 20
millones de empleos y del descrédito mundial al prestigio internacional.
Pero nuestras ideas y nuestras
convicciones acabarían volviéndose estériles si no supiéramos entrever la
imperiosa necesidad de situarnos a la vanguardia para afrontar los retos
futuros, que ya calientan en la banda del presente y, cómo no, empezar a
diseñar sus soluciones. Me refiero a los desafíos del cambio demográfico, de
las necesidades energéticas o del cambio cultural en su más amplio sentido que
nos depara la revolución digital. No estamos en el PP en la posición
inmovilista de verlas venir: estamos en la estrategia de salir ya al encuentro
de los problemas que mañana serán acuciantes.
En el PP hacemos más que hablamos y
debatimos más que nos peleamos. Esa preponderancia del debate y la discusión
frente al cainismo de otros partidos es hoy una cultura política muy valiosa :
concentramos en España, en los españoles, la mayoría de nuestros esfuerzos como
partido y como Gobierno. El Partido discute. El Gobierno hace. Y a la hora de
hacer, el Gobierno del PP hace bastante Patria. Por ejemplo, cada vez que se
culmina un kilómetro de AVE cohesionamos España, cada vez que se invierte en la
Formación Profesional dual integramos a los jóvenes en el derecho a la igualdad
de oportunidades. Y cada vez que pactamos, estamos quitando palos a la ruedas
del avance de nuestra Nación. Ofrecemos los pactos, los consensos ineludibles
que necesitan los españoles: el sistema de pensiones, la educación, la unidad
de mercado, la financiación autonómica y local o la reforma de ley electoral
municipal para que la alcaldía que se gana en las urnas no se pierda en los
despachos.
Nuestro Congreso, sus ponencias y
debates, tienen un «relato» primordial: España y su futuro. Nuestra razón de
ser es España. Y sin la convicción de su unidad, esa razón de ser perdería su
sentido. Creemos en las Autonomías como el estado natural de la pluralidad
territorial de España y como un sustento de su unidad. Por eso siempre nos
opondremos a quienes desean romperlas o satanizarlas. Estamos dispuestos a
dialogar, pero siempre con el ánimo de llegar a acuerdos, no de asumir o acatar
la deslealtad institucional como norma.
Tengo una satisfacción en mi ya larga
militancia: el asentamiento del PP como un partido-puente entre generaciones.
Somos una gran familia desde hace muchos años. Gracias a nuestra condición de
partido-puente entre generaciones tenemos la obligación política y moral de
tener muy presentes a los inocentes que cayeron a manos del terror. Como el
personaje de Bittori de la novela «Patria», de Fernando Aramburu , nada ni
nadie nos hará olvidar el dolor que nos causaron ni la injusticia que
cometieron quienes empuñaron las pistola . Garantizamos que ni el paso de
tiempo ni las máscaras que hoy lucen algunos de los criminales echarán el
cerrojo a la memoria, a la dignidad, a la verdad y a la justicia.
En unas décadas hemos hecho un
partido nacional fuerte y cohesionado, un partido ganador sin renunciar a ideas
o convicciones. La clave del éxito no está en ningún sesudo estudio de
marketing político. Es puro sentimiento: se llama España, nuestra querida
España.