Teodorín organizó una fiesta extravagante y desmedida, en la que se coronó a sí mismo como rey de un espectáculo insultante, una afrenta ignominiosa para un pueblo que vive bajo un auténtico apartheid de miseria y abandono.
Mi viaje la Región Continental
La región continental de Guinea Ecuatorial, a solo 260 kilómetros de la capital, Malabo, es un reflejo desgarrador de la realidad que el régimen de Teodoro Obiang y su círculo de poder han impuesto al país. Durante mi visita, lo que encontré fue un panorama desolador, completamente opuesto al brillo artificial de las celebraciones oficiales. Esta región es un territorio sumido en la miseria, el abandono y el miedo.
Pueblos fantasma y vidas olvidadas
Lo primero que me golpeó al llegar fue la pobreza extrema. Los pueblos y barrios que recorrí parecían escenarios de una guerra olvidada, como si los conflictos los hubieran dejado a medio destruir. Las calles estaban desiertas, las viviendas en ruinas, y en los rostros de las personas solo había una mezcla de agotamiento y desesperanza. Aquí, la vida no avanza; apenas sobrevive.
Vi ancianos completamente desamparados, enfrentando sus últimos días sin acceso a salud, cuidados ni dignidad. Los niños, muchos descalzos y con mirada perdida, crecían en un ambiente donde la educación era un lujo inalcanzable. La pobreza perpetúa un ciclo de sufrimiento del que no pueden escapar. Para muchos, la muerte parece ser la única certeza, una liberación silenciosa de una existencia marcada por el hambre y la indiferencia del gobierno.
El miedo como arma de control
Pero la miseria no era lo único que se respiraba. El miedo estaba en todas partes, tangible, asfixiante. Lejos de la mirada del mundo, los matones del régimen operan con una impunidad aterradora. Me hablaron de intimidaciones constantes, de detenciones arbitrarias y de abusos que quedan enterrados en el silencio. En algunos casos, incluso de muertos que “desaparecen” sin dejar rastro.
En esta región, desconectada de los pocos canales informativos que existen en Malabo, las denuncias simplemente no llegan. Las víctimas no tienen a quién recurrir, y el sistema parece diseñado para mantenerlos en un estado de terror constante. Un pueblo aterrorizado no puede organizarse ni alzar la voz. Y eso lo saben quienes mal dirigen este país.
La obscenidad del lujo en medio de la miseria
Mientras recorría estos lugares olvidados, no podía quitarme de la mente la imagen de las celebraciones en Malabo. Teodorín organizó una fastuosa fiesta de Año Nuevo, un despliegue de lujo y opulencia que insulta la realidad de su propio pueblo. Pensar en ese derroche mientras veía a personas que apenas tenían qué comer era como una bofetada. ¿Cómo puede alguien vivir tan desconectado de la realidad que lo rodea? ¿Cómo puede un país mantener un abismo tan profundo entre gobernantes y gobernados?
Un grito de auxilio que nadie escucha
Cuando regresé a Malabo, el peso de lo que había visto me acompañó en cada paso. Volví llorando, con el alma rota, impotente ante un sufrimiento tan profundo y tan ignorado. Cada rostro que vi, cada historia que escuché, era un grito desesperado que parecía no llegar a ningún lugar.
La pregunta que me hice, una y otra vez, es: ¿hasta cuándo? ¿Cuánto más puede soportar un pueblo que ha sido despojado de todo, incluso de la esperanza? ¿Habrá alguna nación, alguna institución, que escuche este lamento y actúe?
La Región Continental no es solo una parte olvidada de Guinea Ecuatorial; es el corazón de una tragedia que clama por justicia. Cada día que pasa sin que el mundo mire hacia aquí es un día más de vidas destruidas, de sufrimientos ignorados, de un país que se desangra en silencio. ¿Hasta cuándo permitiremos que esto continúe?