¿Puede el fin de la era
Mugabe inspirar en otras sociedades africanas a derrocar a los líderes
aferrados al poder y a desmontar el nepotismo?
El presidente de Guinea
Ecuatorial, Teodoro Obiang, sigue siendo el veterano del continente
El presidente de Guinea
Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, y el ex presidente de
Angola, José Eduardo Dos Santos, han sido junto a
Robert Mugabe los tres pesos pesados del continente que abrazaron al poder casi
al mismo tiempo. Los dos primeros en 1979 y el tercero en 1980 como primer
ministro, y siete años después como presidente. Si bien hasta hace poco
parecía que estos adalides eran eternos, ha quedado demostrado que nadie lo es.
Dos Santos sorprendió cuando dijo que no se presentaría a las elecciones
que en agosto renovaron el poder de su partido a través del ministro de
defensa, João Lourenço. Se dice que su renuncia se debe a una supuesta
enfermedad, tan letal como determinante para dejar la presidencia. Si bien
Dos Santos esperaba que Lourenço siguiera su estela, él dijo que no sería un
títere al servicio de su familia, que ahora ve peligrar su imperio.
Al tomar posesión del cargo,
Lourenço dijo que no tolerará los monopolios y anunció una nueva ley de la
competencia y adaptación de la banca al contexto internacional. Y la semana
pasada comenzó su purga expulsado a Isabel Dos Santos, la mujer más rica de
África, del mando de la petrolera estatal Sonangol.
La caída de Robert Mugabe no
motivará una "primavera africana", especialmente porque se trata de
una lucha de poder en el seno del partido gobernante y no de un movimiento de
liberación de un régimen autoritario, pero sí removerá algo entre las cúpulas y
sociedades hastiadas. Ya se vio con Abdoulaye Wade en Senegal en 2012 y con Blaise Compaoré en Burkina Faso en 2015,
cuando levantamientos civiles plantaron cara a sendos gobiernos ansiados de
poder. Kenia y Sudáfrica, dos de las sociedades más empoderadas del continente,
también han protestado contra sus gobiernos de manera insistente. Si de algo
sirvió la primavera árabe fue para poner sobre aviso a los regímenes
autoritarios africanos y mantener a sus Ejércitos en alerta.
El presidente de Togo, Faure
Gnassingbe, es el último de una dinastía que dura ya cinco décadas. REUTERS
La sociedad
africana, como la árabe, es joven y con deseos de que el continente termine de
despegar y les dé oportunidades en sus países en lugar de miseria. Pero su
clase media, que es vital para promover los cambios, es insuficiente, y la
oposición suele estar muy fragmentada. "La sociedad civil africana sigue
siendo débil y las rebeliones contra gobiernos corruptos han sido llevadas a
cabo por los militares que terminaron colocando en el poder a quienes les
beneficiarían", expone a este diario la experta en África de Amnistía
Internacional (AI), Elena Torreguitar. "Aún se necesitan varios años de
crecimiento económico para que la mayoría de los países africanos puedan llegar
a crear una clase media urbana educada políticamente", añadeMotivados por el fin de la era
Mugabe, el domingo 19 de noviembre varios ciudadanos de Togo salieron a las
calles exigiendo una revisión del sistema político que acabe con cinco
décadas de dinastía gobernante. Meses de protestas contra el presidente Faure Gnassingbé, apenas han servido para que
se plantee abandonar su cargo. Con un currículum despótico a sus espaldas, la
única esperanza en Togo es "una quiebra en el ejército y un líder con
condiciones para liderar un cambio. Además, tanto la UE como la Unión Africana
después de las elecciones dijeron que estas habían sido 'pacíficas y
democráticas' y desde el año 2006 la UE coopera con el país en programas de
desarrollo", incide Torreguitar.
Obiang, Biya, Museveni, y los
demás
Sin Dos Santos y sin Mugabe, Obiang
es el último superviviente en una de las potencias petroleras más
herméticas y poco transparentes del continente. Un intocable bien relacionado
con Europa y Estados Unidos. El golpe de estado que le llevó al poder de la ex
colonia española le ha convertido en un autócrata sabedor de los amigos que
atrae con sus yacimientos de petróleo. En Guinea la élite se aprovecha de
las ganancias del petróleo, se otorgan contratos de obras públicas a los
afines al régimen y se construyen carreteras y edificios en lugar de invertir
en sanidad y educación para sus ciudadanos. La desigualdad entre unos y otros
es cada vez mayor.
De este tren de vida disfrutan
tanto el presidente como su hijo Teodorín Obiang, el heredero del
imperio adicto a los pisos en las ciudades a la moda, a los coches de marca y a
los trajes de diseño. Aunque fue recientemente condenado por la justicia francesa a tres años de cárcel
por blanqueo de dinero en Francia, que consiguió en Guinea a través de la
corrupción, no tendrá que cumplir la pena de cárcel ni pagar la multa de 30
millones de euros que el juez reclama. AI no ha dejado de denunciar las
violaciones de derechos humanos y el hostigamiento de los opositores y críticos
al régimen. La polémica más reciente es la del encarcelamiento del dibujante y
activista Ramón Esono, arrestado en Malabo cuando renovaba su pasaporte.
Después de ampliar su mandato en abril de 2016 con más del 98% de los votos,
a principios de noviembre el partido de Obiang obtenía resultados similares en
las elecciones legislativas.
En Uganda, las últimas
elecciones que volvieron a dar la victoria a Yoweri Museveni en febrero de 2016 con un
60,75% de los votos también estaban bajo sospechas de fraude. El carismático
Museveni es presidente de Uganda desde 1986 y nunca ha perdido unos comicios,
aunque esta vez su rival Kizza Besigye parecía que podría hacer historia.
Uganda, a parte de ser famoso por su repulsa hacia los homosexuales, tiene un
sistema represivo que persigue a los opositores. Prueba de ello es que el
propio Besigye ha sido arrestado en múltiples ocasiones por incitar al
desorden. Museveni es aliado de EEUU y trajo la paz al país tras las dictaduras
de Idi Amin y Milton Obote.
La lista de déspotas africanos
es larga. El presidente de Camerún, Paul
Biya, en el poder desde 1982, cuestionablemente reelegido bajo acusaciones
de fraude y corrupción. Omar Al Bahsir presidente de Sudán desde 1989 y
con su última victoria en las urnas en abril de 2015 con un 94,5% de los votos,
buscado por la Corte Penal Internacional por su implicación en el genocidio de
Darfur. Denis Sassou Nguesso, presidente de la República del Congo desde
1997. En Eritrea, Isaías Afewerki lidera con mano férrea desde 1991 en
el que es considerado uno de los países más herméticos del mundo. En Ruanda Paul Kagamé, que llegó al poder en el año
2000, continúa con su plan de reconstruir Ruanda, por lo menos hasta 2021. En
la República Democrática del Congo, Joseph
Kabila heredó la presidencia al morir su padre en 2001. Debía haber abandonado
su cargo en diciembre del año pasado, pero desde entonces ha retrasado las
elecciones hasta el año 2018, dando a los Kabila más tiempo para enriquecerse
mientras el estado se derrumba.