La comunidad internacional, compuesta por el pueblo guineano, la oposición política exiliada, los actores políticos prodemocráticos y las naciones con democracias consolidadas, ha invitado reiteradamente a la familia Obiang a abandonar el poder en Guinea Ecuatorial. Se les ha sugerido seguir el ejemplo de la familia Bongó de Gabón o el reciente cambio político en Senegal.
La dictadura de la familia Obiang
se asemeja a un barco a la deriva, sin nadie al timón, superada por los últimos
acontecimientos. El tirano y patriarca, Teodoro Obiang Nguema, aquejado de
varios males y próximo a cumplir 45 años en el poder, parece incapaz de
liderar. Su hijo, el vicepresidente Teodorin Nguema Obiang, designado sucesor,
carece de la preparación y formación necesarias para asumir responsabilidades.
Esta dictadura se encuentra atrapada en un laberinto sin salida aparente. La corrupción ha vaciado las arcas del Estado, propiedad de los guineanos. Además, se han cometido violaciones sistemáticas de los derechos humanos: detenciones arbitrarias, torturas, abusos de poder y asesinatos, tal como lo documentan informes de Amnistía Internacional, el Departamento de Estado de EE.UU., Human Rights Watch, entre otros.
Ante esta situación, recomendaría
al presidente Teodoro Obiang convocar una rueda de prensa, hoy antes que mañana, para anunciar su
partida irrevocable al exilio y pedir perdón al pueblo guineano por el daño
causado.
Desde nuestra independencia de
España en 1968, Guinea Ecuatorial no ha conocido la libertad individual ni
colectiva, ni el desarrollo socioeconómico esperado tras el descubrimiento de
petróleo y gas. Los responsables de este desastre son Francisco Macías Nguema y
Teodoro Obiang, dos dictadores que han retrasado el progreso de nuestra nación
casi un siglo.
El periodo de Autonomía de 1964,
bajo la dirección de D. Bonifacio Ondo Edu, primer presidente postcolonial de
Guinea Ecuatorial, fue una época de desarrollo y libertades civiles. Su
gobierno, libre de corrupción y violaciones a los derechos humanos, promovió la
educación, la sanidad, el transporte y la seguridad, así como una agricultura
próspera. En 1968, más del 80% de la población estaba alfabetizada.
Este gobierno, que solo duró
cuatro años, marcó un periodo de extraordinario progreso para el pueblo
guineano, sin divisiones sociales, étnicas ni regionales.
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