Por Maria Victoria Udjilo Belika, Secretaria de Mujer e Igualdad del PPGE
Igualdad, esa maravillosa palabra que empezó a sonar con más fuerza que nunca en el siglo XVIII, con la independencia Norteamericana, la Ilustración y la Revolución Francesa. Amparados en ella, de mano de la Libertad y la Fraternidad, se quería cambiar el mundo, ese mismo que consideraba que había grandes diferencia entre las personas, diferencias marcadas por la cuna, la raza, el género. Esos hechos históricos cambiaron parte del mundo, algunos lugares del Hemisferio Norte, pero quedó gran parte de nuestro hermoso planeta fuera de la protección de esa tríada, entre ellos nuestro país.
En el siglo XX muchos países de los que quedamos fuera nos independizamos de aquellos que nos conquistaron y sometieron durante décadas, ilusionados pensamos que podríamos llegar a esos estándares de libertad e igualdad que reinaban en Europa y América desde hacía tanto tiempo, pero no, no fue así. En este siglo XXI seguimos sin tener la libertad que tanto añoramos, seguimos sin la igualdad por la que luchamos.
Sí, a día de hoy en Guinea tenemos desigualdad, una desigualdad que nos hace no poder prosperar como nación, que deja detrás a una masa enorme de personas. Nuestra desigualdad se da entre hombres y mujeres, entre etnias, social, en lo económico y en lo cultural.
Antes de las revoluciones que cambiaron el mundo, unos, los privilegiados, se creían en el derecho de estar por encima de sus compatriotas, por derecho divino. Dios los había favorecido por nacer en determinadas familias. Nuestros privilegiados de ahora, los de nuestro país, no los son por cuna, aunque algunos heredan privilegios de sus padres, sino por ocupar puestos en los centros de gobierno o en el partido que, de manera antidemocrática y autoritaria, nos gobierna, pero no lo hace por el “bien común”, como sería su obligación, sino para seguir aprovechando sus privilegios y enriquecerse a costa de todo el pueblo.
Para mantener esa desigualdad utilizan todas las armas de las que disponen: represión con todos los mecanismos que les dan las leyes que ellos mismos redactan y aplican; impidiendo el acceso a la cultura y a la educación que forme ciudadanos y ciudadanas libres y responsables; diezmando y controlando la riqueza natural de nuestro país y, por tanto, sumiendo en la pobreza a una gran parte de nuestros conciudadanos. Obligando a la migración, cuando no al exilio a nuestra juventud y a todos aquellos que no están de acuerdo con sus políticas.
El el Partido del Progreso defendemos la igualdad de derechos de todos los guineanos, independientemente de su sexo, etnia, condición sexual, ideología, religión o status social. Solo cuando alcancemos esa igualdad, que va intrínsecamente ligada a la libertad, Guinea será un país mejor, con futuro para nosotros y para nuestros descendientes.