Por Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial
En nuestra historia reciente, el caos que azota a Guinea Ecuatorial no es producto de fenómenos naturales ni del azar. Es una tragedia humana provocada, en primer lugar, por una descolonización desastrosa. España, en 1968, abandonó nuestras tierras dejando un vacío institucional y sin preparar a nuestra sociedad para el autogobierno. A partir de ahí, nos sumimos en una pesadilla que ha durado más de medio siglo, protagonizada por dos figuras que han definido nuestro infortunio: Francisco Macías Nguema y su sobrino, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo.
Macías, el primer presidente,
fue un hombre caracterizado por su brutalidad, sectarismo y paranoia. Eliminó a
los intelectuales, emprendedores y líderes religiosos que podrían haber
cimentado las bases de un Estado próspero. Persiguió la fe cristiana, impuso
nombres nativos y construyó un sistema de represión liderado por jóvenes
analfabetos al servicio de su régimen, bajo el lema "Todo con
Macías". Su presidencia vitalicia fue un periodo de oscuridad que marcó a
Guinea Ecuatorial con el terror y la ruina económica.
Sin embargo, la llegada al
poder de Teodoro Obiang Nguema tras el golpe de Estado de 1979 no significó la
liberación. Al contrario, su dictadura ha perfeccionado los métodos de opresión
de su tío. Durante más de 45 años, Obiang ha dirigido un régimen que mezcla
corrupción, violencia política, persecución, secuestros y torturas. Ha
gobernado con una crueldad sin precedentes, dejando al pueblo en la pobreza más
absoluta mientras concentra riquezas inimaginables para sí mismo y su familia.
El legado de la incompetencia
Obiang ha tenido todos los
ingredientes y herramientas a su disposición para transformar Guinea Ecuatorial
en una nación próspera. Desde los años 90, los ingresos provenientes del
petróleo, gas, madera y otros recursos naturales han llenado las arcas del
Estado. Sin embargo, ¿dónde están los frutos de esa riqueza? No hay hospitales
ni centros de salud funcionales, no hay un sistema educativo que forme a las
futuras generaciones, no hay carreteras decentes ni viviendas públicas. Nuestro
país carece de tejido industrial y agrícola, y las infraestructuras esenciales
son prácticamente inexistentes.
Más grave aún, el régimen ha
pervertido a nuestra sociedad. Nuestros jóvenes, antaño herederos de los
valores de respeto, trabajo y justicia, han sido empujados al vacío moral. Los
principios y la ética que definían a nuestra civilización han sido reemplazados
por el cinismo y la desesperanza.
La promesa de un nuevo comienzo
Pero hoy estamos en un punto de
inflexión. El cambio es posible, y con él, la oportunidad de reconstruir
nuestra nación sobre los pilares de la democracia, la justicia y el progreso.
Guinea Ecuatorial puede renacer si todos los guineanos de bien nos unimos con
un propósito común: acabar con esta dictadura que ha frenado nuestro avance y
construir un país para todos.
La democracia no es un sueño
lejano; es una necesidad urgente. Con un Estado de derecho, se acabarán las
arbitrariedades. Con instituciones fuertes y transparentes, podremos garantizar
que los recursos de nuestra nación beneficien a todos, no a unos pocos. Con la
ayuda de la comunidad internacional y el esfuerzo colectivo de cada guineano,
podemos llevar a cabo una transición política que siente las bases de una
sociedad justa, inclusiva y solidaria.
Un llamamiento al pueblo
A los jóvenes, les digo:
ustedes son la esperanza de este país. No se rindan ante la apatía que el
régimen intenta imponerles. Sean valientes, cuestionen, sueñen con una Guinea
Ecuatorial mejor y luchen por ella. A mis hermanos y hermanas en el exilio, no
olvidemos nuestro compromiso con nuestra patria. Y a todos los guineanos,
dentro y fuera del país, recordemos que nuestro destino está en nuestras
manos.
El fin de la dictadura de
Obiang y su familia es inevitable. Pero para que el cambio sea real, debemos
estar preparados. Organizarnos, educarnos y actuar con la convicción de que la
democracia traerá prosperidad, paz y dignidad a todos.
El camino no será fácil, pero
juntos lo recorreremos. Porque Guinea Ecuatorial merece algo mejor, y juntos,
lo haremos posible.
El pueblo de Guinea Ecuatorial
sigue enfrentándose a las sombras de un régimen opresivo que no conoce límites
en su desprecio por la vida, la dignidad y los derechos fundamentales de sus
ciudadanos. En el presente, dos realidades inquietantes son el reflejo más
reciente de un sistema que perpetúa el abuso y la represión, alejándonos cada
vez más del sueño de una nación justa y democrática.
En el distrito de Acurenam y
sus alrededores, en el este de la región continental, la población vive con
temor ante la presencia de mercenarios bielorrusos. Estos agentes extranjeros,
desplegados por el régimen para sostener su control, patrullan con drones,
intimidando a los ciudadanos y generando una atmósfera de incertidumbre. La
tranquilidad de estas comunidades ha sido sustituida por el miedo, en un país
donde la seguridad debería ser un derecho, no una herramienta de coacción.
Por otro lado, la represión en
la isla de Annobón continúa siendo una herida abierta. Los detenidos durante
las protestas contra la destrucción de su tierra, tras la dinamita empleada en
una cantera, siguen siendo víctimas de maltratos en prisión. Estos ciudadanos,
cuyo único "delito" fue alzar la voz en defensa de su isla y su
futuro, representan la valentía de un pueblo que no se resigna a ser
silenciado. Pero también son testigos de la brutalidad de un régimen que
castiga la resistencia pacífica con violencia y humillación.
La responsabilidad del
régimen
Estos episodios no son
incidentes aislados; son parte de un patrón sistemático de opresión que define
al gobierno de Teodoro Obiang Nguema. Desde la militarización de nuestras
comunidades hasta el abuso de los recursos naturales, el régimen ha demostrado
su incapacidad para gobernar con justicia, transparencia y humanidad. La
presencia de mercenarios extranjeros en nuestras tierras no solo pone en riesgo
la soberanía nacional, sino que evidencia el desprecio del dictador hacia su
propio pueblo.
El caso de Annobón es
particularmente doloroso, porque refleja el precio que los guineanos pagan por
defender su hogar y su medio de vida. La isla, conocida por su belleza y su
riqueza natural, ha sido objeto de explotación y devastación sin consideración
por sus habitantes. La represión que sufren los detenidos es una clara
violación de los derechos humanos y un recordatorio de que el régimen no tolera
ni siquiera la más mínima disidencia.
Un llamado urgente al cambio
Ante esta situación, es más
evidente que nunca la necesidad de un cambio profundo en Guinea Ecuatorial. La
transición hacia la democracia no es solo una aspiración política, sino una
urgencia humanitaria. La militarización de nuestras comunidades y la represión
de las voces críticas deben terminar. Es hora de que el pueblo recupere su
soberanía y su dignidad.
A los habitantes de Acurenam, a
los valientes detenidos de Annobón y a todos los guineanos que sufren bajo este
régimen, les envío un mensaje de esperanza: no están solos. Su lucha es nuestra
lucha, y su dolor es nuestro impulso para seguir trabajando por un futuro
diferente.
Desde el exilio, continuamos
denunciando estas injusticias, movilizando a la comunidad internacional y
organizándonos para el cambio. La transición hacia una Guinea Ecuatorial libre
y democrática es posible, y juntos podemos lograrlo.
El régimen de Obiang tiene los
días contados. Mientras tanto, sigamos alzando la voz por los que no pueden
hacerlo, denunciando cada abuso y trabajando por la construcción de un país
donde la justicia, la paz y el progreso sean una realidad para todos. El
cambio está en nuestras manos, y no descansaremos hasta alcanzarlo.