La geopolítica, como la naturaleza, tiene horror
al vacío. Cuando desaparece o se retira una superpotencia suele aparecer otra
que aspira a realizar idénticas funciones de estabilización. A veces, la
inercia dificulta la identificación de estos fenómenos e incluso su
visibilidad, debido al desplazamiento del centro de gravedad y también del
ángulo de visión, de forma que es más difícil percibir los cambios desde las
capitales occidentales que desde las grandes urbes de Asia o de Oriente
Próximo.
Este es el caso de uno de los acontecimientos de
mayor trascendencia ocurrido en África a finales de 2017 como fue el
derrocamiento del dictador de Zimbabue, Robert Mugabe, de 93 años, en el poder
durante 37 años, desde la independencia, y déspota grotesco, respetado todavía
por algunos como héroe de la descolonización africana, a pesar del fracaso
económico en que sumió a su país y de la corrupción y la crueldad de su
dictadura.
A nadie se le escapa que se trataba de uno de los
autócratas más veteranos del planeta, el de mayor edad, aunque no el más
longevo, puesto que Teodoro Obiang, 75 años, presidente vitalicio y de hecho
propietario de Guinea Ecuatorial, lleva ya más de 38. El detalle que pocos
percibieron fue el papel jugado por China en la conspiración que terminó con su
presidencia aunque no con el régimen. Hace falta leer publicaciones como Jeune
Afrique, el semanario francófono de referencia para
asuntos africanos, para enterarse de que este ha sido “el primer golpe de
Estado realizado con la aprobación e incluso fomentado por Pekín”.
Las autoridades chinas lo han desmentido, a pesar
de que sus intereses e inversiones en Zimbabue proporcionan suficientes
argumentos a quienes piensan que Pekín ha empezado a actuar con reflejos de
gendarme global, en buena correspondencia con el vacío que está dejando la
retracción occidental, y concretamente de los Estados Unidos de Trump.
La vinculación entre China y el régimen de Harare
es fundacional. La guerra fría dentro de la Guerra Fría entre Moscú y Pekín se
saldó en Zimbabue con una victoria de la guerrilla prochina, que encabezaba
Mugabe, y en la que ya participaron los dos hombres fuertes que ahora le han
derrocado, el general y actual vicepresidente Constatino Chiwenga y el entonces
vicepresidente destituido y ahora presidente autonominado, Emmerson Mnangagwa,
veteranos ambos de la liberación.
Es seguro que el general Chiwenga estaba en Pekín
unos días antes del golpe y hay especulaciones acerca de un viaje secreto del
Cocodrilo, el apelativo popular con que se conoce a Mnangagwa, el actual
presidente, entonces destituido y huido a Sudáfrica. Aunque a las autoridades
chinas no les complazcan las comparaciones con el pasado imperialista europeo o
estadounidense, el régimen chino se ha convertido en buena parte de África en
el principal factor de estabilidad y de crecimiento, de forma que los titulares
del poder local no tienen más remedio que pedirle autorización antes de tomar
una decisión trascendente como echar del poder a un viejo amigo.