Por Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial
Cuando tenía 18 años ya había salido del país y continuaba mis estudios en Tacoronte, Tenerife (España). La escuela, el instituto y todo mi bagaje académico y cultural lo traía de Guinea Ecuatorial. Estaba muy orgulloso de mi condición de guineano, aunque estuviera fuera de mi tierra.
La carrera que había elegido era
complicada y había que manejar las ciencias con soltura. Me exigían
matemáticas, biología, física y química y un montón de asignaturas que me
ocupaban mucho tiempo. Cuando se llegó a la independencia estaba estudiando
para Jefe de Explotación en la Escuela de Capacitación Agraria.
Algunos de mis compañeros de
clase, al enterarse de la noticia de que Guinea Ecuatorial ya no eran las dos provincias
de España y que se independizaba, se preocuparon por mí. Yo, la verdad, sentía
que podía prestar un gran servicio a la recién nacida república y no estaba
nada preocupado.
La vida allí me había llevado a
España a estudiar las más modernas técnicas agrícolas del momento. Mi infancia
transcurrió en un ámbito marcadamente rural dónde el café, el cacao y la madera
eran protagonistas indiscutibles del día a día. Soñaba con explotar la tierra y obtener ese
fruto que con dedicación y esfuerzo sacaban adelante mis paisanos.
Supe de la independencia de mi
país por los periódicos de la época y algunas noticias radiadas que buscaba en
un viejo transistor de la escuela. Al principio no me preocupé demasiado, es
más veía como una oportunidad lo que estaba pasando. Es importante destacar que
la declaración de la independencia de Guinea Ecuatorial fue un acto pactado y pacífico,
aunque con el paso de los días se terminó torciendo y muchos sueños,
oportunidades y deseos se fueron por el agujero negro de las pesadillas.
Desde Canarias seguía con
entusiasmo lo que estaba pasando. Leía con avidez la prensa y me fijaba en las
fotos. Francisco Macías, era el primer presidente de la nueva república y, en
representación de España estaba el ministro de Información y Turismo, Manuel
Fraga Iribarne.
El centro de la actividad
política y social de Guinea Ecuatorial era la plaza de España en Santa Isabel.
Aunque mi origen era de la zona continental, me gustaba ver las fotos que
ilustraban los reportajes y me fijaba en esos edificios principales que se
alzaban ante mis ojos como, por ejemplo, la catedral, con sus prolongadas
torres de estilo neogótico. Las ilustraciones periodísticas destacaban
edificios y construcciones coloniales, como la casa del gobernador general, que
me llamaba mucho la atención, pues mostraba el escudo de España con el águila
de San Juan, flanqueado por los escudos de las provincias de Fernando Poo y Río
Muni, las dos en que estaba dividida administrativamente la colonia.
Todo me fascinaba. Las
fotografías que reproducían las páginas de los periódicos que alcanzaba a leer
y los que me traían algunos de mis amigos me llevaban a esa plaza ajardinada,
ocupada por numerosas personas que presenciaban el desfile de algunas unidades
de la Guardia Civil y el izado de la bandera guineana en el centro de la plaza.
No puedo olvidar aquella tarde en el cine dónde más importante que la película
fue el ver desfilar con espíritu y aire marcial varias formaciones de la
Guardia Territorial de Guinea con sus vistosos uniformes blancos. Entonces, en
mi juventud, eso de la televisión era un lujo inalcanzable y veíamos las
noticias en el cine, antes de las películas, a través de un formato que ofrecía
el gobierno y que se llamaba NO-DO (noticias y documentales). Cómo ha cambiado
todo.
Ya ha pasado más de medio siglo,
cincuenta y cuatro años, ahí es nada. Muchos nos quedamos varados en la otra
orilla intuyendo un futuro incierto que no te animaba al retorno. Todo se
paralizó y la corrupción, la violencia y la inoperancia se instalaron en la
nueva república sin que nadie pudiera decir nada que contrariase la voz del
dictador de turno.
Los sueños que quedaron aparcados
no necesitan nada más que un pequeño empujoncito para que la foto fija del
desengaño se convierta en el vibrante porvenir.
Estoy seguro de que lo vamos a
conseguir. Hay que fundirse en un abrazo fraternal entre los hermanos de fuera
y los de dentro. Tenemos un potencial maravilloso que será puesto al servicio
de nuestra república. Somos un gran pueblo y estamos llamados a conseguir el
cambio que anhela nuestro país. Guinea Ecuatorial no puede seguir siendo la
finca de unos pocos. Guinea Ecuatorial somos todos.
Nunca es tarde si la dicha es
buena. El tiempo pasado no lo podemos recuperar, pero está en nuestras manos
ofrecer un buen futuro a nuestros hijos. Trabajemos por construir la patria que
nos negaron. No dejemos que la desidia, la indolencia o el hastío, nos quite el
valor de seguir combatiendo. Guinea Ecuatorial se merece un 12 de octubre
cargado de esperanza.
¡Viva Guinea Ecuatorial libre de
dictadores!