Por Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del
Progreso de Guinea Ecuatorial
“Confieso que he vivido”. Con esta frase tan cinematográfica resumió un compatriota nuestro su experiencia en el exilio. Los muchos de nosotros, yo mismo y la larga lista de exiliados que no deja de crecer, somos una legión de personas desplazadas que no nos ha quedado otra posibilidad que la de sobrevivir fuera de nuestro país, con todo lo que ello implica.
Guinea Ecuatorial lo tiene todo para ser la bendita tierra en
la que prosperar, crecer, formarse y construir un proyecto de vida que nos
beneficie como personas y que aporte valor a la construcción de la sociedad que
nos acoge.
Desgraciadamente, las cosas son irritantemente muy distintas.
Lo tenemos todo para alcanzar un futuro digno para los guineanos, pero una
clase gobernante depredadora, delincuente, incompetente e insensible hace que esto sea
imposible. Los índices de corrupción y bestialismo nos abocan a tomar
decisiones de emergencia, unos para salvar la vida y muchos para huir de la
miseria. Esta miseria a la que me refiero no ha de ser necesariamente económica
que también, se trata de lo único que saben hacer perfectamente la gente que
detenta el poder en nuestra patria. Sin animo de insultar, estamos señalando a
un montón de miserables que lejos de ayudar a su país con un trabajo bien hecho
lo denigran y crean más problemas de los que ya de por sí hay.
Con todo a favor, con recursos abundantes y una población
pacífica; la banda dirigida por Teodoro Obiang Nguema, no ha sabido ni dejar un
país mínimamente aseado. No hay peor herencia que la de esta gente. Lo triste
es que no han dejado nada por lo que serán recordados en el futuro. Por no
tener, carecen hasta de amigos. La máxima que ha presidido los actos de esta
pandilla se conoce por la cuantía de sus respectivos botines. Casi prefieren
gastarse la fortuna que a diario roban del erario público fuera del país que
invertir en Guinea Ecuatorial. Ellos saben que eso va a cambiar próximamente.
Cuando hablo con compañeros exiliados o con alguno que viene
de viaje y me cuenta cómo están resistiendo las arbitrariedades del régimen, me
doy cuenta que el futuro puede ser realmente hermoso.
Los que venimos del exilio traemos experiencias vividas que
valen para la construcción de la nueva sociedad y los que han aguantado, contra
viento y marea, aportan su fortaleza y los genuinos valores guineanos que nos
hacen tan singulares.
Esta es una tarea que hemos de encarar juntos, los de dentro
y los que queremos volver. Tenemos que garantizar la libertad individual y la
igualdad de oportunidades. Como me decía el exiliado: “quiero volver a mi casa
y enseñarles a mis hijos los orígenes de la familia”. Muchos guineanos, así me
lo dicen cuando llamo por teléfono, quieren abrazar a los suyos sin miedo a ser
violentados. Lo vamos a conseguir, estoy seguro, pero como surgió en la
conversación que mantenía con mi paisano: “nadie nos va a regalar nada”.
No vendrá nadie a sacarnos de la pobreza o a defendernos de
los violentos. Hemos de construir, entre todos, el lugar dónde queremos vivir.
El Partido del Progreso no es el de una minoría. Queremos ser
el punto de encuentro de todos aquellos que crean en la libertad, la democracia
y el desarrollo. Nuestros hijos se merecen un mundo en paz, justo y en el que
se reparta la riqueza y no se nos iguale en miseria y pobreza. Tenemos un duro
camino por delante, pero se que los guineanos somos fuertes y capaces de afrontar
los retos por difíciles y complicados que parezcan.
Estamos en un buen momento. Vamos a pasar de la actual
situación en la que falta de todo a una época tecnológica, moderna y
vanguardista que en otros países ha significado superar crisis muy complejas.
Pasaremos de tener una sanidad precaria a una del siglo XXI;
de una educación sin recursos a formar a nuestros jóvenes en profesiones
punteras de última generación. Podemos ser un referente para otros países, pero
eso no es gratis. Habrá que trabajar y mucho.
Tenemos que ser muy críticos y exigentes. No hay que entregar
el poder a nadie. Los compromisos se han de cumplir y juntos tenemos la
obligación de hacer viable este proyecto de progreso, dignidad, justicia y
concordia.
Está en nuestras manos. No dejemos la responsabilidad de
nuestro futuro en otras manos, la de los falsos profetas. Nadie regala nada. No
debemos convertirnos en rehenes del grupo más chillón o violento. Ejercitemos
la paciencia, el respeto, pero seamos intransigentes con los violentos y
déspotas. Tengamos cuidado y exijamos una verdadera democracia. Transparente,
sin mentiras y donde todos tengamos cabida.