lunes, 10 de agosto de 2020

EL VIRUS DEL PETROLEO


Sobran ejemplos de los escasos beneficios que el petróleo genera para las regiones donde se explota

‘Tras de corneados, apaleados’. Así están los países como Colombia, que además de la pandemia del covid-19 deben lidiar con la crisis del petróleo. Una cayó encima de la otra como un aguacero tras una tormenta. Y aunque la primera ocupa la agenda noticiosa casi exclusivamente, no es posible ignorar lo que entraña la segunda.

Las proyecciones del mercado petrolero mundial para este año indican que la demanda alcanzará el nivel más bajo en más de una década, inferior a 90 millones de barriles diarios. A esto se agrega la caída de los precios para conformar una situación tan adversa que gigantes de la industria, como la Shell y la British Petroleum, han devaluado sus activos en decenas de millones de dólares.


El rescate de Europa

Este es un motivo más, como si faltara alguno, para que los países que dependen del petróleo reconsideren el modelo basado en la explotación de los recursos naturales y, sobre todo, de los hidrocarburos, que mostró su fragilidad antes de la pandemia y más aún con ella. Esto sin contar los factores ambientales negativos como la contaminación, la deforestación y los desastres por los derrames en ríos y mares, como ocurre con frecuencia en Colombia.

Es innegable el impulso que el petróleo dio al desarrollo y la modernización del mundo, no solo por el combustible que alimenta a su majestad el automóvil, sino por la miríada de productos derivados de él que invaden todos los ámbitos de la vida humana. Pero desde la perforación de los primeros pozos en Estados Unidos, estas maravillas estuvieron acompañadas de corrupción, manipulación de precios, desinformación y daños al medioambiente y la salud humana.

Las consecuencias de la contaminación por la quema de combustibles fósiles fueron divulgadas por ‘The New York Times’ en un reciente informe sobre los efectos catastróficos de la actividad de una refinería de petróleo sobre la salud de los habitantes de Grays Ferry, una comunidad afroamericana del sur de Filadelfia donde aparecieron numerosos casos de cáncer. La refinería, construida hace un siglo y medio –mucho antes de que se adoptara en Estados Unidos la primera ley de aire limpio en 1955–, es la principal fuente de contaminación de Filadelfia.

Aun si no produjera estos indeseables resultados, sobran los ejemplos acerca de los escasos beneficios que el petróleo genera para las poblaciones de los países donde se explota. Dos casos recientes, en países pequeños, lo ilustran muy bien. El primero es el de Guyana, la diminuta nación enclavada en un rincón del Caribe que es hoy una de las presas más codiciadas por los magnates del petróleo debido al hallazgo de grandes reservas de hidrocarburos en su costa. La Exxon, la mayor corporación petrolera del planeta, encontró allí la gallina de los huevos de oro y se dispone a explotarla mediante un contrato que reparte las ganancias con el país al 50 por ciento, utilizando una fórmula ya superada por otros países productores, pero que Guyana no pudo cambiar porque su capacidad de negociación frente a la Exxon es como la del condado de Grand Fenwick en ‘El rugido del ratón’, la sátira de Peter Sellers.

El otro caso es el de Guinea Ecuatorial, el pequeño país africano que debido al petróleo se convirtió hace 30 años en el más rico de ese continente y multiplicó por 20 su economía sin que esto beneficiara a su población, que está sumida en la pobreza. Vienen a cuento los versos premonitorios del poeta mexicano Ramón López Velarde, dirigidos a su patria a comienzos del siglo XX, cuando una bonanza semejante parecía ofrecerle a México ríos de leche y miel:

“El Niño Dios te escrituró un establo
Y los veneros de petróleo, el diablo”.

LEOPOLDO VILLAR BORDA