Por Juanma Aznárez
“Tú, que eres un
observador de la vida, dime qué piensas … ¿qué va a ocurrir en mi país? Guinea
Ecuatorial”. Así, con su acento africano, cantando las palabras, suavizando las
frases, me pregunta un amigo guineano a la salida del hotel dónde me habían
invitado a participar en el congreso del Partido del Progreso que lidera el
disidente Severo Moto.
Este hombre,
junto a su pareja, viven en España desde hace décadas, pero su aspiración está
en regresar a Guinea Ecuatorial y reencontrarse con su gente, con sus entornos,
con su familia que ya anda diluyéndose en la atmósfera del tiempo.
Es lo que tienen
las tiranías como la guineana. O eres del clan, de la panda de salteadores
violentos que tienen como única ley: grande
come al chico o sencillamente estás fuera. Con estas premisas solo te queda la
huida o la muerte. Si eres disidente y te quedas para hacerles frente, tarde o
temprano te pondrán el cadáver de un niño o mejor, de una niña en el sofá de tu
salón y te acusarán de sicópata drogadicto que hace rituales satánicos con los
cadáveres de los hijos de tus vecinos, a los que secuestras para la
satisfacción de tus vicios y perversiones. Y, ahora, defiéndete de esto. La
gente de tu barrio te odiará con todas sus fuerzas y te escupirán mientras te
lleva esposado la policía; toda tu familia tendrá que cargar con esta tremenda
culpa por los siglos de los siglos. Nadie, que yo conozca, ha sido capaz de
escabullirse de este tipo de trampas que suelen tender las satrapías. Así que,
no te queda otra que escapar.
La mujer me
miraba esperando una respuesta. Sus ojos redondos y muy abiertos buscaban
atrapar mis pensamientos. Yo, no podía explicarles que la historia es una
sucesión de acontecimientos que o los vives en primera persona o te pueden
contar lo que les dé la gana. Intenté tranquilizarles y les dije que todo
saldría bien. Ellos llevan a sus hijos a un instituto, tienen un centro de
salud que les atiende y farmacias, tiendas, grandes superficies comerciales,
autopistas, aeropuerto, policía y juzgados. Los ayuntamientos se ocupan de
poner orden en los pueblos y ciudades; el ejército está en los cuarteles. Nada
de esto funciona así en Guinea Ecuatorial. Algunas cosas pueden parecer que sí,
pero nada de esto es verdad en la tierra de la que fueron expulsados.
No tengo
respuestas, dije para mis adentros. Me despedí con la excusa de que tenía prisa
y caminé hacía dónde había aparcado mi coche. Por el camino me sentía
tremendamente incómodo. Me hubiera gustado decirles con toda solvencia que la
transición marcharía bien, que el Partido del Progreso es una formación muy sólida
con gente preparada y todo eso, pero he visto tantas cosas a lo largo de mi
vida profesional que si digo lo que pienso los ahogaría en un mar de dudas.
Llevo más de
treinta años como reportero y he vivido de todo. Creo que me decanté por el
periodismo cuando murió Franco. Mis profesores pasaron de los himnos y
consignas franquistas a intentar convencernos de todo lo contrario. Recuerdo
que los miraba con estupor. Lo que ayer me enseñaron hoy ya no valía. Cambiaron
la historia de un día para otro, por toda la cara y sin que existiese la más
mínima resistencia. Las banderas prohibidas, las que se levantaban en las otras
trincheras de la Guerra Civil, se hicieron habituales y los que nos habían
educado en su contra desfilaban alegres junto a ellos como si tal cosa.
Eso ocurría en
una España, a principios de los ochenta, que estaba más o menos homologada a
los estándares europeos. Contábamos con una Administración de Justicia, con
Sistemas Nacionales de Salud y Educación, con empresas privadas … todo muy
mejorable pero los cimientos ahí estaban.
Ahora, Guinea Ecuatorial, es otra
historia. Todo está por hacer.
No hay que
engañarse. No debemos confundir el deseo con la realidad.
Conocí la caída
de los regímenes comunistas de los llamados países satélites de la extinta
Unión Soviética. Vi el juicio del matrimonio, Nicolae y Elena Ceausescu, que
gobernaba Rumanía y su posterior ejecución que retransmitieron por la televisión.
He investigado atentados de falsa bandera que buscaban amedrentar a la opinión
pública y he visto a las formaciones de izquierdas movilizar a todos los
jóvenes que podían para que protestaran por la presencia de misiles americanos
apuntando a la URSS, pero ninguno quejándose de los que apuntaban desde Rusia a
sus países. Ridículo y paradójico.
He cubierto el
funeral de un capitán español encuadrado en los cascos azules de la ONU y que
fue asesinado en Bosnia intentando que esa gente dejara de matarse en el
corazón de Europa. Todo es siempre imprevisible. Puede pasar cualquier cosa.
Hay muchos intereses en juego y lo triste de Guinea Ecuatorial, que es lo que
nos ocupa, es que hay muy poca gente preparada para organizar una transición
pacífica.
No hay nada peor
que un analfabeto manipulado. Es el caso del sátrapa Obiang Nguema. A estos
personajes no los puedes convencer de nada. Están acostumbrados a coger lo que
les apetece sin importarles a quien pertenezca. Usan a las personas como si
fueran cosas. “Llama a esa mujer!!!!” he llegado a escuchar de la boca de uno
de estos gilipollas a un sirviente para que le trajera a la que había señalado.
Les da lo mismo si hay que violarla, matarla o entregarla a la jauría de
sicarios que esperan ansiosos, hiperventilados, babeando cualquier migaja que
desprecie el amo.
Guinea Ecuatorial
es África y en este continente pasa de todo. Incapaces de deshacerse de las
tutelas coloniales siguen masacrándose a base de bien. Tiranías infames,
guerrillas, grupos terroristas, explotación enloquecida de los recursos
naturales, conflictos tribales, señores de la guerra, migraciones, enfermedades
terribles y lo que es más desolador, impotencia.
Es un horror, pero
habría que poner nombre a todas estas aberraciones. He visto auténticos hijos
del demonio haciéndose ricos con el dinero de los pobres. He seguido los pasos
de muchos inmigrantes hasta que han desaparecido entre las olas del mar o
empotrados contra las rocas de un acantilado.
He conocido mujeres que han sido violadas sistemáticamente hasta que han
dado, en el mejor de los casos, con sus huesos en un polígono Industrial de
Europa prostituyéndose por un puñado de monedas. Algún día sabremos quién está
detrás de todas estas mafias que ningún Estado se preocupa en combatir.
El tirano morirá
el día menos pensado. Muchos han soñado con que alguien le pegara un par de
tiros en la cabeza o en la barriga como hicieron con el presidente egipcio,
Anwar el-Sadat, o meterle el cañón de un fusil por el culo como ocurrió con
Gadafi, el de Libia. Eso, como hemos visto, solo sería el principio de una
ruleta rusa con resultados muy dispares.
Desde mi punto de
vista, Guinea Ecuatorial, tiene entre otras, la posibilidad de que los
violentos se vuelvan a hacer con el poder, lo que sería una catástrofe para el
país pues degeneraría en una espiral de violencia de consecuencias
impredecibles o la alternativa de que un grupo ilustrado, civilizado, moderno y
con contactos internacionales pilote una transición al modelo democrático. Esta
segunda fórmula sería la deseable.
Hacer oposición
en Guinea Ecuatorial es una misión imposible. El tirano no entiende más que de
violencia, ese es su código ético. Como en una colonia de mandriles, el macho
dominante se impone a golpe de mamporros y si no te gusta, te vas.
El problema que
se está viviendo ahora en el territorio es que empiezan a vislumbrar el fin del
“mono jefe”. Hay ansiedad y nerviosismo entre los aspirantes a la jefatura y
sus grupos de apoyo. No va a ser nada fácil el paso del mundo animal al
racional.
Hace unos días escuché a unos supuestos opositores al régimen. Un tipo que decía haber sido juez y otro no sé si fiscal o qué se yo. Lo terrible del régimen es que Obinag Nguema premia a su gente con títulos, ascensos, condecoraciones o grados sin que tengan que demostrar de ninguna manera aptitud para el ejercicio o el desempeño del cargo. Tremendo pero cierto.
En los pocos
blogs o publicaciones guineanas leo, como puedo, los mensajes de supuestos
personajes que se postulan nada más y nada menos que para presidentes de la
República. Así, porque yo lo valgo. De vergüenza ajena.
El grado de
incultura, analfabetismo diría yo, es tan grande que es muy preocupante. Nadie
va a venir del espacio exterior para sacar las castañas del fuego a los
guineanos, nadie. La transición tendrán que liderarla los propios guineanos,
aunque les ayuden otros países.
La única solución
pasa por el Partido del Progreso. No conozco otra formación con los cuadros
dirigentes con los que cuenta Severo Moto.
El partido de
Moto es una garantía desde el principio de la tiranía de Obiang Nguema. Hasta
Felipe González, los socialistas españoles, apoyaban esta formación sabedores
de que cualquier cambio político pasa por ellos. Hay otras formaciones, la
mayoría muy pintorescas por no decir lo que son realmente. Hay franquicias de
partidos políticos que apadrinan a su formación guineana. Cuando se dé el
pistoletazo de salida van a aparecer partidos políticos hasta de debajo de las piedras,
pero eso es algo que ha ocurrido en todos los sitios que conozco. El tiempo irá poniendo a cada uno en su
lugar.
“La idiotez es
una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los
demás” creo que lo decía Voltaire y eso es exactamente lo que puede hacer
naufragar el proyecto de transición democrática en Guinea Ecuatorial y no sería
la primera vez que ocurre.
Demasiados
estúpidos y demasiados idiotas (hombres y mujeres que de todo hay en la viña
del Señor) están agazapados y enseñando la patita desde lugares insospechados.
Para que esto no
acabe en manos de otro imbécil, tipo Obiang Nguema o de un tarado, por ejemplo,
como ese hijo díscolo e incapaz que atiende por el nombre de “Teodorín” que ya
le vale, hace falta más que las ganas de paz y concordia que han de presidir
los primeros pasos tras apartar al tirano del poder.
Los militares se
pueden liar a tiros, pero no sabrían desenvolverse en el complicado mundo de la
diplomacia, la economía o la política. Se crearían bandas armadas y eso sería
el fin de la República.
Las grandes
potencias, como han hecho siempre y si no véanse los casos de Iraq, Siria,
Libia, Venezuela y otros, no moverán un dedo hasta que el dolor sea
insoportable y solo si van a sacar beneficio de su intervención. Nada es
gratis.
No queda otra más que un pacto nacional honesto para conformar una mesa
nacional que prepare el terreno para unas elecciones libres. Habrá que obligar
a las grandes organizaciones mundiales como la ONU, la OEA y la Unión Europea,
entre otras, a que se impliquen de manera decisiva y firme para garantizar la
seguridad y la monitorización del proceso electoral.
Estoy convencido
de que el Partido del Progreso ganará unas elecciones limpias y libres, pero
para saberlo hay que llegar a las urnas. También, sé que toda la ayuda va ser
poca a la hora de poner en marcha un sistema nacional de salud o educación,
construcción de infraestructuras y puesta en marcha de una Administración en
condiciones.
Lo que decía un
profesor que tuve en el instituto:
"No se acerquen
nunca a una cabra por delante ni a una mula por detrás … y a un tonto por
ningún sitio".
Si en este
proceso se agrupan los que tienen algo que aportar, los que aman a su gente y su
tierra y los que están dispuestos a trabajar en equipo (cosa que ya hacen
algunos, aunque intenten impedírselo) se alcanzaran acuerdos que beneficiaran a
todos. De lo contrario, solo quedará sitio para el dolor y la ignominia.
Para finalizar me
quedo con la frase de un disidente:
“Si un hombre no
está dispuesto a arriesgarse por sus ideas, o no valen nada sus ideas, o no
vale nada como hombre” (esto vale para hombres, mujeres, ancianos/as …para
todos los que sepan pensar ¿vale?)