Gabriel Mbega rodeado de sus seguidores miembros de la Organización Jóvenes de Antorcha
“Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.” —Nicolás Maquiavelo.
Según la biogenética comparten al
menos el veinticinco por ciento de sus genes. Madres distintas pero mismo padre
como pecado original. Por sus venas corre casi la misma sangre pero, quizá por
la influencia y los roles de las respectivas madres, son
dos hermanos diametralmente opuestos en términos de personalidad, actitud y
puesta en escena. Tontorín es un tipo entregado a los pecados de la carne, se
ha ganado a pulso ser reconocido por propios y extraños como el putero,
toxicómano y drogodependiente que es; a Gabriel, en cambio, no se le conoce
como un hombre proclive a los vicios
mundanos, lo cual no implica que no los
practique, pues la ausencia de pruebas no es una prueba de la ausencia. De
Tontorín ni se conoce ni se sospecha formación académica o profesional alguna,
no en vano es considerado como el Tonto Nacional –su esfuerzo le ha costado el
reconocimiento–; por el contrario, a Gabriel se le supone mayor grado de
preparación, se dice que estudió economía en EEUU –lo cual, beneficio de la
duda mediante, ni confirmo ni desmiento–. Tontorín es un malcriado hijo de mamá
–y de papá– que necesita ser siempre el centro de atención y, en uso de la
estupidez de la que padece, se esfuerza al máximo para que todo el mundo sepa,
vea y oiga hablar de su estilo de vida pomposo, excéntrico y derrochador;
Gabriel, por su parte, no reclama para sí nada de protagonismo, siempre está en
un discreto segundo o tercer plano, se prodiga poco en los medios comunicación
y, al revés que su hermano, en las redes sociales ni está ni se le espera.
Además, Gabriel es un hombre casado, mientras Tontorín es un hombre incasable,
y eso, desde la distancia, confiere a Gabriel la apariencia de un tipo
centrado, maduro y responsable, capaz de asumir responsabilidades con
solvencia, y los atavismos tradicionales refuerzan esa percepción. Incluso los
opositores al régimen de Obiang (políticos, activistas, etc.) denuncian con
mayor vehemencia a Tontorín que a Gabriel. Un servidor, sin ir más lejos, hablo
mucho más del tonto que del otro… Así las cosas, pudiera parecer que Gabriel,
además de ejercer de hermano listo del tonto, también es el ‘chico bueno’ de la
familia. En mi opinión, nada más lejos de la realidad. Gabriel y Tontorín no
son el héroe y el villano de la película que dirige su padre. No son Caín y
Abel. Son dos villanos que visten distinto. Dos caínes. Dos formas
distintas de encarnar el mal.
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Parte del equipo de Mbega Obiang Lima -OJA-
Cuentan los más viejos del lugar, los que conocieron a Obiang en su
juventud, que era, en apariencia, un tipo cobarde, vergonzoso y acomplejado. De
talante introvertido y personalidad apocada. Poco hablador e incapaz de mirar a
los ojos a los demás. Pero todavía hoy seguimos pagando las consecuencias de
que nadie advirtiera que tras el disfraz de hombre tímido y retraído en verdad
se escondía un animal frío, cínico y rencoroso hasta el extremo; cualidades,
todas éstas, que, sospecho, recibió en herencia el bueno de
Gabriel. Y es que de un tiempo a esta parte anida en mí el pensamiento de que
en estos tiempos de incertidumbre y excepcionalidad política en los que la
dictadura más que nunca trata de encontrar a alguien que encarne la continuidad
del régimen y asegure sus privilegios, Gabriel Mbega Obiang Lima es
un bicho tanto o más peligroso que Tontorín. No pretendo, ni mucho menos, que
esto se acepte como una certeza absoluta. Pero considero prudente tener más
ojos puestos sobre el hermano listo. Es tan ladrón y tan corrupto como el
hermano tonto, pero consigue, en cierto modo, pasar inadvertido manteniéndose
siempre alejado de los focos. Cuando el guión lo exige no tiene problemas para
loar y aplaudir a Tontorín y a la madre que lo trajo. No se va de carnavales a
Brasil, no regala juguetes a niños en Costa de Marfil y no se mueve por el país
con un ejército de guardaespaldas. No hace nada que pudiera hacerle parecer
sospechoso de querer disputarle la sucesión del trono al tonto. No hace nada en
apariencia, pero se asegura el favor y los contactos de multinacionales
extrajeras con intereses en Guinea, y se asegura, también, la lealtad de
algunos jóvenes con cierta preparación. Sabe que entre los gerifaltes del
régimen, muchos de ellos familia suya, hay quien le acusa de no tener la
suficiente raigambre con la tierra, la tribu y la dictadura de su padre –la
madre es oriunda de Sao Tomé y Príncipe–. Y también sabe que su hermano, el
tonto, juega con la ventaja de tener por madre a la Primera Diabla de la Nación
–no podemos considerar una Dama a quien sólo es presunta–; y esa mujer manda
mucho, tanto que junto con su hijo, el tonto, tiene un ejército paralelo al del
padre. De modo que Gabriel es consciente de que, de momento, tiene el viento en
contra. Pero también sabe que tiene cosas a favor; por lo pronto la fachada, es
decir, una imagen internacional mucho menos manchada que la del hermano tonto,
un pueblo y una oposición que le juzga menos duramente que al tonto, una
relación
El candidato preferido de la OJA y Antorcha
razonablemente buena con las empresas con mayor presencia en el país en el
sector de hidrocarburos, etc.
Como ya he dicho, intuyo en Gabriel el mismo
cinismo y la misma frialdad de su padre y advierto en él el comportamiento
propio del animal que espera agazapado, cauto y paciente el momento propicio
para noquear a su presa. Sabe que su padre es muy consciente de la incapacidad
del hermano tonto para dar continuidad al negocio familiar, y que el hermano
tonto es lo suficientemente tonto para seguir cavando su propia tumba política
siguiendo los consejos de la madre superiora; por lo tanto, Gabriel sólo tiene
que seguir haciendo lo que hasta ahora: esperar sentado a ver pasar los
cadáveres. Y seguir pasando inadvertido en la lucha fratricida por el poder que
está teniendo lugar en las entrañas de la familia. Ese comportamiento, todo hay
que decirlo, en caso de ser cierto reflejaría cierta astucia e inteligencia del
personaje, lo cual, si cabe, le hace más peligroso todavía; pues quien utiliza
la inteligencia para hacer daño puede llegar a hacer mucho daño.
Con independencia de la dureza o la insuficiencia
de la sentencia final, nadie negará que la sola celebración del juicio contra
Tontorín en París sea una buena noticia para opositores, activistas y
ciudadanos disidentes de la dictadura. Al menos durante unas semanas, redes
sociales mediante, los ciudadanos tuvieron una lejana sensación de justicia,
una liviana impresión de que uno de los malos no saldría impune de algo. Aunque
el castigo no fuera a ser lo suficientemente riguroso, y aunque no podamos ser
los guineanos quienes, a través de nuestras propias instituciones, juzguemos al
tonto y a cuantos son de su condición. Incluso el propio Obiang creyó preciso
que su hijo, el tonto, merecía un pequeño correctivo para bajarle los humos, al
menos así lo dio a entender cuando en el último congreso de la organización
mafiosa a la que llaman PDGE, Tontorín fue degradado por su padre del segundo
al cuarto lugar en la jerarquía del partido… Pero insisto en la idea de que un
árbol no debe impedirnos ver el bosque. Creo que haríamos bien en denunciar y
vigilar más de cerca al hijo que más se parece al padre, no vaya a ser que se
nos cuele con el mismo sigilo con el que, hace casi cuarenta años, se nos coló
el padre.
En la medida en que los defectos de los hijos
reflejan el fracaso de los padres, Tontorín es la prueba irrefutable del
fracaso de Obiang como padre; y con Gabriel se cumple la máxima «de tal palo,
tal astilla». Pero a estas alturas a ninguno se le puede considerar un mal
menor. Son dos cánceres. Dos potenciales dictadores con años de hijoputismo a
sus espaldas… y aprendieron del mejor.