Por : Carlos Sánchez
Escena 1, la ministra de Asuntos Exteriores se entrevista con su colega de Sudán (27 de octubre); escena 2, Trinidad Jiménez se reúne con el titular de Exteriores de Marruecos (3 de noviembre); escena 3, la jefe de la diplomacia española tiene un encuentro en Madrid con su colega de Guinea Ecuatorial (5 de noviembre); escena 4, la representante de la política exterior de España se entrevista con el jefe de la diplomacia de Bolivia (7 de noviembre). Finalmente, escena 5, la ministra se desplaza a Quito para hablar con su colega de Ecuador (10 de noviembre). Por medio hay un viaje a Buenos Aires para asistir al entierro del ex presidente Néstor Kirchner.
No es broma. Es la información oficial. Las primeras semanas de la ministra de exteriores al frente del Palacio de Santa Cruz se saldan con encuentros bilaterales con los jefes de la diplomacia de Sudán, Marruecos, Guinea Ecuatorial, Bolivia y Ecuador. En todos los casos, y como se sabe, naciones estratégicas para un país como España. Si la política de gestos o de nombramientos es un código de señales que se envía la opinión pública, parece evidente que hay razones para el desasosiego.
La agenda de la ministra -probablemente heredada de su antecesor- no tendría nada de extraordinaria si no fuera porque este país tiene el mayor déficit comercial del mundo entre las economías avanzadas. En concreto 50.183 millones de euros el año pasado. O lo que es lo mismo, nada menos que el 5% del PIB en un contexto de desplome de las importaciones. De lo contrario, se estaría hablando de un desequilibrio comercial (año 2008) todavía más descomunal. Equivalente a 94.160 millones de euros. Casi el 10% del PIB. ¿Quién da más?
Las primeras semanas de la ministra de Exteriores al frente del Palacio de Santa Cruz se saldan con encuentros bilaterales con los jefes de la diplomacia de Sudán, Marruecos, Guinea Ecuatorial, Bolivia y Ecuador. En todos los casos, y como se sabe, naciones estratégicas para un país como España
La casualidad ha querido que por las mismas fechas en que la ministra Jiménez ejecutaba su agenda, una amplia delegación china visitara la Francia de Sarkozy. Y nuestro vecino del norte no se ha quedado con las manos vacías. Todo lo contrario. El presidente chino, Hu Jintao, firmó en París acuerdos comerciales por valor de 14.000 millones de euros que incluyen la venta de aviones o uranio para las centrales nucleares chinas.
Sarkozy no ha sido el único que ha buscado una contrapartida a la penetración de productos chinos en el mercado francés. El primer ministro británico, David Cameron, se encuentra estos días en Pekín con un objetivo declarado. Multiplicar por dos las transacciones comerciales con el gigante asiático. Hasta el extremo de que Reino Unido pretende exportar cada año a China más de 30.000 millones de euros.
¿Y a qué se dedica mientras tanto la diplomacia española? Pues a seguir los pasos del viejo Talleyrand. Una diplomacia de salón, poco efectiva y hasta barroca en las formas, que sólo busca dar un barniz ideológico a la acción exterior. O dicho en otros términos. Jiménez parece continuar los pasos de su antecesor Moratinos, obsesionado con convertir la diplomacia española en un asunto de consumo interno, lo que explica la exótica agenda de la titular de Asuntos Exteriores.
Pero la realidad es como es. Y lo cierto es que como consecuencia de esa descabellada estrategia -¿qué pasó con la reforma del servicio exterior?- la economía española es capaz de generar muchos puestos de trabajo. El problema es que lo hace fuera de nuestras fronteras. Así de fácil. Las mercancías se producen en Alemania, Francia, China, Italia o EEUU (45% de las importaciones totales entre los cinco países) y España es quien compra. Casi siempre a crédito, lo que se refleja en el importante déficit de su balanza de pagos. No se trata de un asunto menor. A mediados de los 80, el sector exterior apenas representaba el 37% del PIB, y hoy supera ampliamente el 65%.
Más exportaciones, más empleo
Desde luego que no toda la culpa del ingente déficit comercial de España tiene su origen en la política exterior, pero alguien debería hacer llegar a la titular de Exteriores un reciente informe publicado en ICE, una revista editada por el Ministerio de Industria y Comercio y, por lo tanto, poco sospechosa. El artículo está escrito por varios técnicos del departamento, y su conclusión es que si España fuera capaz de aumentar las exportaciones un 10% (como se ve nada irracional) aumentaría un 2% la producción total y un 1,5% el empleo. O lo que es igual, se crearían nada menos que 269.000 puestos de trabajo. Invertir en política exterior y en dar más medios a las embajadas es, por lo tanto, rentable.Muy rentable.
No hace falta ser un lince para darse cuenta de que por ahí van los tiros y no por recortar el presupuesto del Icex, el organismo encargado de ayudar a las empresas españolas a internacionalizarse. Y desde luego tampoco van por mantener de forma tan inoperante el Consejo de Política Exterior, un organismo que debería coordinar la planificación de las misiones internacionales de España. Lo peor es que la falta de recursos no se compensa con una acción exterior más imaginativa. Al contrario, la diplomacia española erre que erre continúa dando palos de ciego.
O dicho con las lúcidas palabras de los profesores Areilza y Torreblanca, “en un día normal de la acción exterior española, el Ministerio de Comercio defiende una posición liberal en la Ronda de Doha, pero el de Agricultura defiende a capa y espada la política agrícola común; mientras que la Secretaría de Estado de Cooperación impulsa proyectos de seguridad alimentaria que son lo contrario a todo lo anterior. Al mismo tiempo, los departamentos de Exteriores y Defensa ni siquiera se comunican la estrategia española en territorios con tropas españolas desplazadas (Afganistán o Líbano). En palabras de Lindblom, como recuerdan Areilza y Torreblanca, es como convertir la acción política en la ‘ciencia de salir al paso’. En el arte de decir mucho para no decir (ni hacer) nada.