lunes, 7 de octubre de 2024

UN GRITO DE SOCORRO DESDE EL CORAZON DE GUINEA

                                                   


Editorial El Confidencial 


Soy un guineano más, uno de tantos que sufre cada día bajo la pesada carga de la dictadura que nos oprime. Vivo dentro de Guinea Ecuatorial, y lo que experimento, lo que veo a mi alrededor, es una miseria que ha impregnado cada rincón de nuestra sociedad. La vida aquí se ha convertido en una lucha diaria por la supervivencia, no solo por el hambre y la pobreza, sino por el miedo constante que atenaza a todo el que se atreva a levantar la voz.


La miseria no es casual. Es la herramienta que utiliza el régimen para doblegarnos, para mantenernos sumisos. Los salarios, si es que se tienen, son migajas que apenas alcanzan para una sola comida al día, y eso si hay suerte. Conozco a familias que sobreviven con menos, que pasan días enteros sin probar bocado. Yo mismo, muchos días, no sé si podré llevar algo a la boca. Es desgarrador ver cómo algunos de mis compatriotas, desesperados por el hambre, esperan junto a los contenedores de basura. La escena se repite cada día: guineanos que rebuscan entre los desperdicios, tratando de encontrar algo, cualquier cosa, que les permita aguantar un día más. La dignidad humana, pisoteada hasta estos extremos, es una de las tantas pruebas de cómo el régimen utiliza la miseria como un arma de control.

Los niños, esos que deberían ser nuestro futuro, son condenados a la ignorancia porque sus padres no pueden permitirse pagar libros o uniformes. Aquellos que hacen el sacrificio de enviarlos a la escuela, lo hacen a costa de no comer. Es un precio demasiado alto para una educación básica, pero aquí la desesperación no deja espacio para otra opción.


Ser opositor en Guinea Ecuatorial es firmar tu sentencia. No hace falta levantar una pancarta o gritar en las calles para que el régimen te apunte con el dedo. Basta con que te consideren una amenaza para su poder. Ser opositor significa vivir con la constante amenaza de que te echen de la casa alquilada donde vives. Si el casero simpatiza con el régimen, no tienes derecho a un hogar. Y, aun si no lo hace, el miedo a represalias es tan grande que pocos se atreven a desafiar al poder.


No es solo la pobreza lo que nos aplasta; es el control absoluto que ejerce el partido único, el PDGE. Se han infiltrado en cada sector de la sociedad, desde las empresas hasta los vecindarios. No hay rincón donde no tengan ojos y oídos. En cada barrio, en cada poblado, hay un agente del régimen listo para denunciar a cualquiera que se atreva a soñar con algo mejor. Y si protestas, si muestras descontento, te espera el castigo.

   Soldados rusos sn Bata 


El caso de los jóvenes músicos, llevados al psiquiátrico de Sampaca y drogados hasta confundir sus mentes, es solo un ejemplo de hasta dónde están dispuestos a llegar. Lo sé, parece increíble, pero en Guinea Ecuatorial esta clase de atrocidades son moneda corriente. Se utilizan excusas absurdas, se crean enfermedades ficticias para justificar la tortura mental. Se trata de destruir cualquier chispa de creatividad, de esperanza, de resistencia. Es un castigo por atreverse a pensar diferente, por querer un futuro distinto.


Y ahora, como si no fuera suficiente, tenemos a los mercenarios rusos patrullando nuestras calles. No son solo soldados extranjeros; son el símbolo de la desesperación del régimen por mantenerse en el poder a cualquier costo. Al verlos, muchos de nosotros hemos sentido una profunda desesperanza. Sabemos que están aquí no para protegernos, sino para asegurarse de que esta dictadura se perpetúe. Ya no es solo Obiang; es su hijo, Teodorín, quien se perfila como el futuro dictador, y esos rusos están aquí para garantizarlo.

Soldados rusos desfilan en territorio de Guinea Ecuatorial 

Su presencia ha traído un nuevo nivel de intimidación. Ver a estos mercenarios caminar con su arrogancia, humillando incluso a nuestros propios militares, nos hace sentir más impotentes que nunca. La historia de un general guineano abofeteado públicamente por un oficial ruso ha corrido de boca en boca, como una herida abierta en el orgullo de nuestro pueblo. No son protectores, son un ejército de invasión, y cada vez que desfilan por nuestras calles, nos recuerdan que estamos solos en esta lucha.


Este es nuestro testimonio. Un grito de socorro que lanzo al mundo desde las sombras de una dictadura que nos está matando lentamente. No solo necesitamos que se sepa, necesitamos que se actúe. Necesitamos que la comunidad internacional, que las grandes potencias, que aquellos que aún creen en la justicia, intervengan. Porque si no lo hacen, nuestra tragedia se prolongará indefinidamente, y nuestra aspiración a una Guinea libre y democrática morirá en el silencio.


No podemos soportar más.