Las grandes obras de infraestructura en Guinea Ecuatorial, anunciadas con bombos y platillos como hitos de desarrollo y modernización, se han convertido en monumentos a la corrupción y la incompetencia. Proyectos presupuestados en miles de millones de dinero público terminan siendo chapuzas que no resisten el menor embate de la naturaleza o del tiempo.
El caso más reciente y emblemático es el del Paseo Martino de Bata, una obra encomendada a una empresa franco-marroquí. Este proyecto, que prometía no solo embellecer la ciudad, sino también servir como baluarte contra ataques piratas del delta del Níger, ha quedado al descubierto como una farsa. Hace apenas un mes, las olas gigantes golpearon la costa de Bata, y el paseo, que se suponía debía resistir tales embates, mostró su verdadera cara: roturas que revelan una construcción deficiente, sin el uso adecuado de materiales necesarios como el hierro para formar un cemento de hormigón resistente.
Las causas de estas deficiencias son bien conocidas: la corrupción endémica en los procesos de adjudicación y ejecución de obras públicas. Los presupuestos iniciales, generosos en apariencia, se desangran en un sinfín de comisiones ilegales y desvíos de fondos que benefician a los mismos funcionarios del gobierno dictatorial, quienes en su mayoría son los mismos comisionistas. Así, las empresas constructoras se ven obligadas a ejecutar las obras con recursos exiguos, lo que las lleva a utilizar materiales de baja calidad y a completar los proyectos de cualquier manera, solo para cumplir con los plazos establecidos.
El Paseo Martino es solo uno de los muchos ejemplos. Edificios recién inaugurados en todo el país presentan graves defectos estructurales, preocupando a sus propietarios y poniendo en evidencia la mala calidad de las construcciones. Esta situación no solo refleja la falta de escrúpulos de los funcionarios corruptos, sino también el peligro que corre la infraestructura nacional, que debería ser el cimiento del desarrollo y bienestar del país.
Este ciclo de corrupción y mala gestión no es nuevo en Guinea Ecuatorial. Desde hace 45 años, el país está sometido a una dictadura que ha institucionalizado el saqueo de los recursos públicos. Cada obra de infraestructura no es vista como una oportunidad de progreso, sino como una ocasión para enriquecer a una élite corrupta. Este sistema perpetúa la pobreza y el subdesarrollo, mientras que los ciudadanos deben conformarse con infraestructuras que no cumplen con los estándares mínimos de calidad y seguridad.
En conclusión, el Paseo Martino de Bata simboliza un problema mucho más profundo: la corrupción rampante que fagocita los presupuestos públicos destinados a obras que deberían mejorar la calidad de vida de los ecuatoguineanos. Hasta que no se desmantele esta red de corrupción y se establezcan mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, las infraestructuras en Guinea Ecuatorial seguirán siendo chapuzas costosas y peligrosas, reflejo de un país donde el interés público siempre queda en segundo plano frente a los intereses privados de unos pocos.