Por Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial
Hay veces que antes de ponerme a escribir dejo que mis pensamientos se disparen en todas las direcciones. Es como el que se lamenta de un problema, mira al frente y descubre que lo que está sufriendo es mínimo en comparación con lo que padece mucha gente. Hoy me acordaba del poema de Calderón de la Barca que decía: “Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas hierbas que cogía. ¿Habrá otro, entre sí decía, más pobre y triste que yo?; y cuando el rostro volvió halló la respuesta, viendo que otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó”. Las catástrofes se suceden. Pero hasta de los peores acontecimientos uno termina aprendiendo. Estos días he estado siguiendo las noticias de los terribles sucesos de Siria y Turquía. La tierra tembló, las casas se vinieron abajo y miles de personas murieron. Una tragedia, un drama, familias destrozadas, caos y desolación.
Miro con estupor estos desastres
naturales con cierto escepticismo pues me doy cuenta que no hay siniestro mayor
y más espeluznante que el que ocasiona el mismísimo ser humano. Un terremoto es
inevitable pero la tristeza se apodera de mí cuando escucho a un portavoz del
Colegio de Arquitectos turco diciendo que miles de víctimas se habrían salvado
si se hubieran hecho bien las cosas. Corrupción, falta de inspecciones,
construcciones hechas por personas no cualificadas y un largo etcétera,
permitieron que la población habitara viviendas que no resistían un temblor de
estas magnitudes. Ahora, la Administración viene con el dedo acusador y ya son
muchos los que se enfrentan a vérselas con la Justicia. En Siria, mejor no
hablar, el seísmo es una anécdota si tenemos en cuenta lo que han hecho los
hombres en esa zona del planeta. Qué pena.
Desplazados, huérfanos, exiliados,
gente sin futuro. Todo esto tendría que cambiar. A pesar de todo el desastre
siempre hay algo que salvar como la solidaridad internacional o hasta la
reacción de las autoridades señalando a los responsables y asegurando que van a
tomar medidas. Algo que me llama la atención de todas estas calamidades son los
milagros. De verdad, creo en los milagros. Estaba leyendo un periódico y doy
con la noticia de “El último caso conocido es el de una mujer de 42 años
rescatada en la provincia de Kahramanmaras, en el sur de Turquía, tras 222
horas sepultada”. La encuentran antes de que las máquinas pesadas empiecen con
sus trabajos de desescombro. Increíble. Resistió el frío, el dolor, sin comida
y ahí estaba ella, aferrada a la vida en contra de todo pronóstico. Los
milagros existen.
No tenía fuerzas ni para pedir
socorro y aún así, alguien escucho su imperceptible grito.
A Guinea Ecuatorial le pasa como
a esta mujer: Se quedó sin voz y el tiempo se paró. No sabemos por qué ahora,
la Eurocámara ha pedido a la Unión Europea sancionar a Guinea Ecuatorial tras
la muerte de Obama Mefuman. Un caso único que ha contado con el apoyo, la
unanimidad, de casi todos los grupos. Algo histórico. En el Partido del
Progreso uno dijo con voz de sorpresa: “Han tardado mucho en darse cuenta, pero
como dice el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena”. Son muchos los que han pagado hasta con sus
vidas el dejar un país digno a nuestros hijos. Julio Obama ha sido el último
sacrificado por el régimen. La comunidad internacional ya no puede seguir
mirando para otra parte. Es tan clamorosa la injusta situación por la que está
pasando nuestro país que la arrolladora mayoría del Parlamento Europeo ha dicho
¡BASTA!
Es el tiempo para las fuerzas
políticas de nuestro país. Tenemos que demostrar que es posible mirar el futuro
con optimismo. No podemos dejar pasar esta oportunidad. A todos beneficiará una
Guinea Ecuatorial moderna, civilizada y homologada con los países desarrollados.
Podemos hacerlo. La alternativa no puede ser más desalentadora. O nos ponemos
los guineanos a trabajar por el bien común y por la grandeza de la república o
le regalamos el país al peor representante que ha tenido Guinea Ecuatorial,
Teodorín, y a su mamá, Constancia.
Está en nuestras manos. Es la hora de los patriotas. La comunidad internacional nos quiere ayudar. No dejemos escapar esta oportunidad. Hay que unirse y garantizar una transición pacífica, respetuosa y valiente que tenga como objetivo dignificar a nuestra gente y a hacer posible un futuro propio de un país civilizado.
Ha costado mucho dolor y mucha
sangre llegar hasta aquí. Que no sea inútil tanto sacrificio. Es la hora de
Guinea Ecuatorial.