Por
Armengol Engonga Ondo. Presidente del Partido del Progreso de Guinea Ecuatorial
Acababa de comer con un amigo y en la sobremesa nos pusimos a charlar sobre aquellos momentos maravillosos de la infancia cuando descubres cosas o las quieres experimentar. Recordamos historias de maestros, de los juegos infantiles y de lo bien que te sentaba un humilde bocadillo de sardinas. No teníamos límite. Imitábamos a nuestros mayores y de cualquier caja salía un juguete.
En esa etapa de la vida, así lo recuerdo yo, eres rico si
puedes llevarte un bocado a la boca y feliz si las cosas están bien en tu casa.
La vida de los niños debería ser sagrada y cuidada. Cuando pasas de la edad de
la inocencia a la conflictiva pubertad, te vas dando cuenta que no es oro todo
lo que reluce, que te tienes que esforzar para conseguir alguna recompensa y es
cuando la cabeza se te empieza a llenar de dudas y preguntas sin respuesta.
Recuerdo que muy jovencito me tuve que labrar un camino en
la vida. Salí de mi casa y cada vez me iba más lejos. Primero a casa de unos
tíos míos para estudiar el bachiller y de ahí salté a Tenerife a la universidad.
Lo triste es que alcancé mis metas salvando complicados obstáculos, como le pasó al amigo con el que hablo tras la comida. Muchos de
nosotros estuvimos solos, sin familia y en un territorio que nos era ajeno. Veo
que muchos con los que comparto momentos en reuniones y encuentros del partido
han prosperado, tienen buenos empleos y unas maravillosas familias. Otros, no
tuvieron tanta suerte.
Sobrevivir no es nada sencillo. No tienes amigos, la sociedad es distinta y las tremendas circunstancias te van orillando hacia dónde jamás querrías estar. Muchos han acusado dolorosamente el abandono al que fueron sometidos desde su más tierna infancia. Tenemos que frenar en seco esa sentencia de precariedad para nuestros chicos.
Ahora, ya soy abuelo. Tengo tres nietos. Ayudo a mis hijos y
me ofrezco para llevar a los pequeños al parque o al pediatra. Cuanto más
avanzada es una sociedad, más cuidados se ven a los niños.
Como todos, yo también fui niño. No deberíamos olvidar eso.
Nuestros niños son el relevo, el futuro, la ayuda que necesitaremos cuando
seamos ancianos. Los tenemos que cuidar mejor de como nos cuidaron a nosotros.
En el Partido del Progreso queremos a los niños. Siempre les
digo a mis compañeros y colaboradores que quiero para ellos lo que pediría para
mis hijos y nietos. Así debe ser. Los niños no son ni trozos de carne sin alma
ni monedas de cambio. Abandonarlos es escupir al futuro. Tenemos que garantizar
el que puedan desarrollarse en paz y felicidad. Debemos proporcionarles la
mejor formación. Van a salir al mundo a competir y no los podemos abandonar a
su suerte. Un niño es un ser inocente y nosotros somos responsables de la
sociedad que los acoge. No creemos seres humanos que tengan que huir para
salvar sus vidas. Nuestra obligación es formarles para que se puedan
desarrollar de la mejor manera. Ellos nos sustituirán en el taller, en el campo
de labranza, la tienda, el despacho o en la fábrica. Tendrán familias e hijos.
Tenemos un proyecto que permitirá a los más jóvenes poder formarse adecuadamente para gobernar nuestro país. Llegará el día en que la mala gestión, las actitudes despóticas de los que detentan el poder, la falta de oportunidades o de infraestructuras, serán una lejana pesadilla que destrozó muchas generaciones, impidiéndoles el que participaran en la construcción de su Nación.
Estamos en el buen camino. Necesitamos que entre todos establezcamos un pacto con el fin de trabajar por un mundo mejor para nuestros descendientes. No
les dejemos este desastre. Está en nuestras manos. Depende de nosotros. Hay
mucho en juego y entre otras cuestiones importantes, está el futuro de nuestros
niños.